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Las cosas mal

Alberto Almansa

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Las cosas se han hecho mal en las televisiones públicas en nuestro país desde que fueron creadas, salvo honrosas excepciones de TVE en varios de sus períodos democráticos: la época de Adolfo Suárez, con todo, y la de Fran LLorente al frente de sus informativos en el  mandato de ZP. Y se han hecho mal porque nacieron como un apéndice político del gobierno de turno en cada Comunidad, en cada legislatura parlamentaria española. Han sido y son, sobre todo, maquinarias de propaganda de quien las controla. Pese a contar con sistemas de observación y vigilancia, el sometimiento al partido gobernante impide que sean plenamente plurales.

Los partidos políticos de la oposición sólo están pendientes del minutero, reclamando más tiempo en la propaganda, y no  velan por el cumplimiento de la literatura que consagra grandes los grandes principios culturales, éticos y estéticos que inspiran a estas cadenas. El descrédito de estas emisoras es directamente proporcional a la pérdida de audiencia y por tanto de publicidad. No es de extrañar pues que el público de la espalda de manera general a estas televisiones a las que reconocen como partidistas y sectarias. Si a la propaganda se une una programación generalmente casposa y rancia,  repleta de realitys, deportes, toros, coplas, sucesos y películas de ocasión, se entenderá porqué los ciudadanos no saldrán a la calle a defender la continuidad de Canal 9, al contrario de lo que ocurrió en Grecia, cuando anunciaron el cierre de su televisión pública.

Las cosas mal  se hicieron con la colocación de un escuadrón de comisarios políticos de abultada nómina que a su vez enchufaron a no pocos colegas del partido o del sindicato, o de la propia familia sanguínea, que engrosaron una nómina de altos cargos con elevados pluses que asfixian las grandes cuentas que ahora recorta la crisis. Un plantel de incompetentes al servicio del jefe, de los muchos jefes, que, en la obediencia debida ,se hicieron fijos por la puerta de atrás. En cada cambio de gobierno, en cada elecciones, cuando desembarcaban “fichajes” y “reciclados” que hincharon la plantilla sin pudor, lastrando la contabilidad general y favoreciendo una programación alejada del servicio público.