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Las mentiras

Alberto Almansa

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Acaba Rajoy de celebrar en Toledo su primer año de este cuatrienio negro. Ha recibido el aplauso de sus palmeros. Agradecidos por sus nombramientos. Sonreían. Aclamaban al líder que está llevando al país al precipicio. Ovacionaban al gran embaucador, cómplices ellos de un aniversario de falsedades, de rollos nibelungos, de titulares efectivos y ramplones; de eufemismos y herencias recibidas.

He enumerado una lista de fechorías dictadas contra su propio pueblo. Pero paso de transcribirlas, porque tú, como yo, las sabes y sería reiterativa su enumeración: reforma laboral, pensionazo, tasas, cadena perpetua, rescate bancos, suicidios financieros. Sigue si quieres que la lista es larga, en golpes de mano cada viernes durante semanas de dolor del que  Gallardón presume en la COPE, la radio de los sacrificios, de los obispos que llevan siglos explotando los clavos y las espinas para el buen vivir propio. Me pierdo en las sotanas.

Decía que se cumple ahora un año de embustes, palabra muy cordobesa para describir la gran estafa de quienes nos gobiernan, a sabiendas de que el desengaño comenzó en los ochenta cuando González registró aquello de “Otan, de entrada NO ” y nos metió de lleno en la Alianza que dirigió  Solana al que vi en un mitin contra la NATO en Madrid cuando ganaban votos de miles que les creyeron. Las mentiras en la cosa pública son antiguas, por aquello de que la política es el arte de lo imposible y hoy nadie llama tránsfuga a Rosa Aguilar.

Las mentiras pues, no son patrimonio de quienes dijeron que…y ahora hacen todo lo contrario. Pertenecen a los que nos gobiernan, a los que ejercen el poder divino o terrenal, qué más da. Las hemerotecas y videotecas están colapsadas de tantas como el PP ha contado y cuenta: y eso es lo peor que puede hacer quien se erige en conductor de masas. El engaño. No es sólo que cause desafección, tan al uso en la sociología demoscópica. Crea indignación y rabia, estupor y violencia. La estafa y que te tomen por idiota   atenta contra todos y cada uno de nosotros. Un sentimiento individual que labra muy mal rollo y provoca estallidos de cólera que hoy aplaca el balón de oro y las copas del fin de semana; convertidos los festivos en laborables por el ocio que se agolpa en las oficinas del INEM.

Lo peor que le pudo pasar a María, una vecina de Villanueva de Córdoba, no fue que la Caixa le trincara sus ahorros en participaciones preferentes: lo peor fue que el director de la sucursal del banco catalán la engañara y le reiterara una y otra vez sus mentiras cuando reclamaba sus dineros. Le costó una depresión y un pellizco en el corazón, reparado con un stend hace unas semanas. Así ha ocurrido con todos a los que éste y otros bancos han enredado. Ya no creen ni creerán en los bancos, ni en las personas que las dirigen. Han quebrado la confianza.

Los votantes, pasado el año más mentiroso de la reciente historia contemporánea española, tampoco creen en estos directores de los partidos políticos. Se han instalado en el engaño continuo, en la promesa incumplida, en una monumental farsa que ya nadie sigue. Una pantomima extraordinaria que deja libres a los defraudadores y sinvergüenzas y encarcela a los desaharrapados y menesterosos.

Los vítores del coro son una afrenta que incendia a todo un país, víctima de una patraña urdida por sádicos y mendaces  a los que la realidad extrema sitúa ya fuera del despacho. Tal vez, sólo sea cuestión de tiempo.

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