Me sumo a la fiesta
Hace unos días un antiguo oyente de un programa de radio que ya no realizo, encontró mi cuenta de twitter y me mando un tuit en el que me pedía que le rescatara las cartas que le escribía a su mujer desde la cárcel y que yo le leía a través del micrófono. También los mensajes de aliento que la esposa les dejaba grabados que igualmente se emitían en ese programa que se llama “A pulso” y que continua emitiéndose. El oyente reitera ahora, un frase muy repetida entonces por muchos de los que oían el programa: “gracias por evadirme ( de la cárcel) cada viernes”, día en el que se emitía entonces este espacio radiofónico.
Quiere ahora este hombre que aquellos sonidos, que aquellas cartas puedan ser escuchadas por su hija, que por aquel tiempo era sólo un embrión de vida. Desea que su niña sepa que, a través de la radio, sus padres siguieron juntos, y se oían, se leían, se sentían y se intercambiaban besos que se colaban por los gruesos muros y las alambradas carcelarias. La radio, decíamos entonces, se filtraba entre la rejas, burlaba los controles de acceso y unía a quienes la calamidad y la ley habían separado.
Y en navidad, cuando la reclusión se convierte en pesadilla y en sufrimiento añadido que no impone la condena, la radio reunía a miles de personas en Andalucía, que se abrazaban a través de sus ondas, se dedicaban villancicos y cantes, poesías y esperanza. Sobre todo esperanza que remediaba la soledad de la clausura. Los niños lanzaban besitos a sus papás y les aconsejaban que “se portaran bien” y salir de la pena.
Escribo hoy que celebramos “la magia” de la radio, y me sigo emocionando en esos felices recuerdos y en el valor de las palabras que tienen tanto poder, tanta fuerza, tanta seducción y son tan importantes. Tal vez por eso cada vez más, como hemos tendió ocasión de comprobar con el apagón en el Congreso, sean más peligrosas para quienes detentan el control social, político y económico. Por eso, echaron a los activistas del hemiciclo, porque gritaron palabras que sus señorías no quieren oír. Pero se equivocan, no podrán acallar tantas palabras, hoy día de la Radio, porque siguen bailando libres en el éter del Universo al que es imposible censurar.
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