El ascenso
No hay palabras para explicar lo que siempre quise escribir en este blog. No hay mejor colofón para el mismo que celebrar el único sueño deportivo que se nos resistía. El más complicado. De la única manera que podía ser. En el último segundo, en la explosión de una voluntad colectiva que empujaba desde cada rincón de la ciudad. En mitad de un final surrealista. Con el derrotismo buscando distancia en los primeros WhatsApps de despecho.
Pero sólo el fútbol puede ser tan retorcido. Y esta vez estaba empeñado en el ascenso de un Córdoba que no tuvo mucho juego, pero sí, siempre, la fe de que esto podía pasar. Lo presentí cuando Las Palmas estrelló el primer balón al poste. Y casi se me reveló cuando vi a cientos de aficionados canarios agazapados en las lindes del campo para saltar a celebrar lo que aún no había acabado. La crueldad del fútbol con el equipo amarillo ha sido paralela al milagro cocinado en décadas de frustraciones del aficionado blanquiverde. El destino nos debía una. Y se ha tomado todas las molestias del mundo para saldar su deuda.
Es justo felicitar a un grupo de jugadores que han superado sus propias limitaciones con la convicción necesaria, con profesionalidad e intentando reforzar aquellos aspectos del juego en que mejor se sentían. También al entrenador que ha conseguido que estos jugadores crean. Y al presidente que, más allá de todas las críticas que hemos vertido, es la cabeza visible de un proyecto tocado con la vara de la fortuna. Pero, muy especialmente, a la afición, que se ha recompuesto una y otra vez durante 42 años, pasando de padres a hijos un objetivo que nunca se perdió de vista a pesar de haber vivido momentos muy depresivos.
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