Desde el otro lado
No es difícil ver mejor desde el otro lado. Las mejores vistas. Una perspectiva más general.
La noticia adelantada por el propio interesado, Carles Puyol, de abandonar el club que en el que ha militado toda su vida es uno de esos raros casos que inciden más allá de la honestidad personal, que debería suponerse a un amplio sector de la sociedad. Porque, además, en su caso resulta ejemplar. Y no resulta nuevo en su carrera jalonada de gestos, más allá de sus múltiples éxitos. Gestos que han cobrado más significación y más horizonte desde que se convirtió en capitán del Barça.
Renunciar a dos años firmados de contrato con unas cifras nada despreciables simplemente porque no se ve con la capacidad de responder física, deportivamente, con los mínimos que él se exige, muestra que en este pequeño mundo de jóvenes multimillonarios que es el fútbol de élite, muchos de ellos indocumentados, algunos han sabido encontrar el camino de la propia superación, de la propia configuración de una personalidad madura, de la asunción de responsabilidades, ante sí y ante los millones de ojos (muchos de ellos de niños) que sabe que lo observan, siguen y admiran.
No es extraña su decisión para los que lo hemos visto manejarse en el terreno de juego, para los que lo hemos sufrido como aficionados del rival, para los que lo hemos disfrutado como parte de la roja más épica y triunfal. No habrá sido extraño para Alves o Piqué, sensiblemente menos acertados en actitud y que vieron afeados sus gestos en caliente por el equilibrio deportivo de un tiburón muy humano. Tampoco para los que han sido sus rivales, y destacan la manera en que los anima a seguir jugando tras pequeños choques, tras lances del juego.
No debería ser tan difícil ganarse el respeto de todos. Pero, desde luego, es inusual. Por algo será.
Mis respetos, señor Puyol. Lo digo desde el otro lado, desde donde tengo mejores vistas, una perspectiva más general. Y, sin poderme resisitir a una pequeña maldad, lo digo viéndolo desde aquí encima.
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