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Tengo un amigo

Luis Medina

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Tengo un amigo que habla de fútbol con un criterio estructuralista. Sesgado, es cierto, pero lo gestiona con humor y fidelidad a la retórica del fútbol como nexo de amigos adversarios. Cerveza, vino, viandas, y un debate escenificado y fecundo en el placer del tiempo compartido. Las discusiones de fútbol siempre ofrecen un partido de vuelta.

Mi amigo ha sentido la pérdida de Tito Vilanova. Culé, equivocado, entrañable, mi amigo personifica en Tito todo un ecosistema cuya especie dominante fue un Guardiola que rugía en susurros las letras de Lluis Llach. Con su marcha, Tito es la metáfora de un sentimiento que ya es pasado reciente.

Tengo un amigo que puede disfrutar del fútbol como de una mala corrida. Reportero imaginario en la semifinal del Calderón, hubiera puesto tiernamente un micrófono al balón para preguntarle cómo se sentía. “Me siento solo”, hubiera sido el titular obtenido de los tres muletazos imposibles.

Mi amigo es uno de los placeres que el fútbol me reserva ahora que todos los valores con que nos sedujo, identidad, horarios de domingo, quinielas con siete aciertos, jugadores leales, balones en la calle, se baten en retirada. Nos queda lo que ocurre sobre el campo, y sobre la mesa en que damos cuenta de lo divino, lo humano, Battiato, Waits, Fossati, Panero, la política, el villarato y un poco de salchichón ibérico.

Tengo un amigo que podría escribir sobre los trasfondos del fútbol. Pero prefiere hacerlo de cocina.

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