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Comentario de texto a la sonatina

Luis Medina

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La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? (Rubén Darío)

Ahora, probablemente, podríamos suponer lo que no tenía: Una citación en el juzgado para declarar los hechos que se le imputan, a saber, entre ellos, haber firmado cosas que no debería a propósito de un dinero obtenido de fondos públicos, y haber evadido determinadas obligaciones fiscales. De haber tenido todo eso hubiera estado radiante, sonriente. Al menos, una infanta contemporánea nos muestra el camino, además de sus dientes. Como el dedo de Mou en el ojo de la sociedad.

Tanto hablar del paseíllo, de la rampa, de los pros y contras de cada manera de llegar, y ahora sabemos que detuvo el coche algo antes de la puerta porque quería llegar andando. ¿Y dónde estaba el problema, entonces? ¿De seguridad? No parece que ese problema existiera para tantos otros imputados que diariamente acuden al mismo lugar. Entre ellos, por cierto, su propio marido. De acuerdo, de acuerdo, ella no es, evidentemente, como los demás. De eso ya nos hemos dado cuenta suficientemente. Pero la sonrisa, ese pasaporte a la nada que cualquier asesor de imagen aconseja a todo aquel que le pregunte, no faltaba.

Cuando recibimos una carta de Hacienda, o de cualquier Administración, requiriéndonos una información que puede desembocar en sanciones, me pregunto por qué no sonreímos. Si usted recibe una citación judicial, estoy seguro que desplegará un inconfundible gesto de satisfacción. Y lo acompañará con una sonrisa eximente, desmemoriada, confiada y amante de nuestra pareja, que de seguro nos absolverá de cualquier error. No como esas señoras mayores que firmaron preferentes confiando en el director de su sucursal. Ellas cometieron el error de no amarlo (o lo hacían en secreto). Así no hay abogado que pueda plantear una defensa sensata. Deberán pagar con los ahorros de su vida no haber leído la letra pequeña.

“¡Pobrecita princesa  de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real...“ (Rubén Darío)

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