Por y para el espectáculo
El deporte, desde el punto de vista del espectador, es una forma perfecta de ocio. Saca nuestra parte tribal, nos identificamos con unos colores, con la épica de un deportista. Desata la pasión, y esto es una oportunidad de negocio indudable. Nuestros héroes contemporáneos aglutinan millones de personas tras la pantalla. Y se hacen acreedores a sueldos multimillonarios. Supuestamente lo generan.
Para pagar esos sueldos, se precisa garantizar espectáculo y, consecuentemente, publicidad que lo respalde. Se multiplican los eventos y se diversifican las franjas horarias en la ya hiperinflacionada oferta de cadenas televisivas, algunas específicamente de deporte. Hasta aquí, estarán ustedes de acuerdo conmigo en que vemos una foto más o menos lógica, y, desde luego, real.
La paradoja está en las consecuencias, muchas veces contrarias al objetivo, al origen, a la esencia, que es un deporte atractivo.
Así, la liga de baloncesto (ACB) considera que el espectáculo está en un “emocionante” play off. Por ello, el resto de la temporada se convierte en un cúmulo de decenas de partidos intrascendentes llenos de extranjeros semidesconocidos que supuestamente vienen a igualar la competición que, además de no igualarse, pierde la identificación y el interés de sus aficionados. La competición es económicamente insostenible. Y casi nadie la ve antes de las rondas decisivas del mencionado play off.
El balonmano... (sólo hablar de balonmano haría que ustedes, salvo mi amigo Carlos Trigo, dejaran de leer).
En Fórmula 1 (extraño deporte donde ser mejor o peor depende de que no te toque el ingeniero de Ferrari), las reglas cambian casi cada año buscando mejorar el espectáculo. Pero el resultado es que siempre gana el mismo coche, y este año “el interés reside” en la gestión de la gasolina, cosa que no se ve. Brillante. Y Alonso, que con cualquier regla que se ponga, queda quinto. Las pérdidas de audiencia contradirán a sus propios defensores.
Y sí, el fútbol. Ese deporte de masas que, para lograr máxima audiencia televisiva, esparce los partidos de cada jornada en cuatro días, a todas horas. Los partidos a las diez de la noche hace que no resulte fácil llevar a los niños al campo, y generar una cultura futbolística que fomente la continuidad de la afición al propio equipo. Los campos se vacían, las entradas aumentan su precio. Los clubes (sociedades anónimas) se arruinan y no pueden pagar el precio de sus estrellas, que “tanto y tanto dinero habían generado”. Pero, nada por aquí, nada por allá, el dinero, más allá de una élite de estrellas, nadie sabe dónde está. Y clubes desapareciendo. La gallina de los huevos de oro sacada de quicio. Hacer que lo que funciona deje de hacerlo. Un círculo más absurdo que vicioso.
(En nuestra próxima entrega lo aplicaremos al Córdoba).
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