Cristina Olea: “Trump contribuye mucho a erosionar la confianza de la sociedad en los periodistas”

Bucear sobre el libro La gran fractura americana (La esfera de los libros) deja al lector varias conclusiones y le ofrece una panorámica de cómo se encuentran los Estados Unidos: profundamente fracturados en el ámbito político y social, muy polarizados y lleno de contradicciones. Y si eres lego en la figura de Donald Trump, esta obra de la periodista Cristina Olea (Vigo, 1982) regala un acercamiento muy certero de la personalidad del presidente de EEUU y que ha emergido como un catalizador de esta división. El libro se estructura en torno a relatos personales que ilustran las tensiones y fracturas del país a raíz de crónica que Olea ha realizado para TVE, donde es corresponsal especial en Washington desde 2018.
El pasado mes de abril, la periodista gallega participó en el Congreso Ciudad de Encuentro y Diálogo en Córdoba, organizado por la Universidad de Córdoba y la Cátedra Unesco de Resolución de Conflictos. Bajo el título “Democracia y Desinformación”, el evento abordó el impacto de la desinformación en las democracias actuales, terreno en el que los Estados Unidos están siendo un verdadero ejemplo. Según el equipo de verificación de The Washington Post, Trump dijo más de 30.000 mentiras durante su primer mandato. Esta misma práctica la continúa desarrollando en su segundo mandato, que llegó sustentado en otra mentira: el supuesto robo de las elecciones en noviembre de 2020; un mantra repetido por el presidente que llevó a que sus seguidores asaltaran el Capitolio.
Olea recibe a Cordópolis en un impass entre la presentación de su libro en la librería Luque y su intervención en el congreso de la Cátedra Unesco para hablar largo y tendido de la actualidad de Estados Unidos y de cómo ejercer el periodismo a golpe del espectáculo que, día y sí y día también, protagoniza Trump, un delincuente convicto que por primera vez preside los Estados Unidos.
En EEUU vivimos en una época de titulares y de división
PREGUNTA (P). Cuando los políticos llegan al poder suelen olvidar parte de su programa electoral. A Trump no se le puede reprochar que no lo esté llevando a cabo, por muy rocambolesco que sea.
RESPUESTA (R). Así es, aunque tampoco tenía un programa electoral muy definido. Eran ideas. Pero es verdad que él no ha engañado a nadie en ese sentido. La gente que lo ha votado no podrá decir nunca “nos engañó”. Él está haciendo lo que dijo que iba a hacer. Lo que pasa es que algunas de las cosas que decía que iba a hacer, como son tan sorprendentes, insólitas o difíciles de creer, quizás había gente que pensaba que no lo iba a hacer. Hay cosas que probablemente no podrá hacer porque son muy difíciles, pero sí las está intentando.
P. ¿Cómo por ejemplo?
R. Las deportaciones. Probablemente, él no podrá deportar a millones de personas como decía porque en la práctica es muy difícil. Primero, es muy caro y, segundo, es complicado de hacer. Pero sí está demostrando que está dispuesto a ir todo lo lejos que sea posible para hacerlo. Está dispuesto a deportar de una forma exprés, saltándose la ley y las decisiones judiciales. Está dispuesto a tomar decisiones muy polémicas, como enviar a inmigrantes a Guantánamo y a cárceles de otros países. Está dispuesto a llegar hasta el final. Está presionando a la patrulla fronteriza y a los agentes de inmigración para que hagan redadas y para que detengan al mayor número de inmigrantes posibles. O sea, que él lo está intentando.
P. ¿El último movimiento con su asesor de Defensa, Mike Waltz, responde más a querer retirarlo por ser crítico o es una respuesta al Signalgate?
P. Bueno, hay dos cosas. El asesor de seguridad nacional, que es uno de los puestos más influyentes en la Casa Blanca, es un puesto muy importante. Sí empezó a caer en desgracia a raíz del Signalgate: el escándalo de ese grupo de chat que Waltz creó para hablar de temas muy sensibles y en el que incluyó, aparentemente por error, a un periodista. Después de eso empezó a caer un poco en desgracia. Yo creo que su relación con Donald no volvió a ser la misma, se erosionó la confianza. Pero también es cierto que este hombre tenía otras cosas que lo distanciaban de su jefe. Porque él es un republicano más tradicional, es un veterano del Ejército, un político republicano conservador de toda la vida, más halcón que Donald Trump en política exterior. Él defiende sanciones para Rusia y una posición más dura con China e Irán que la que tiene Trump. Hay muchas diferencias. También hay mucha gente que en este movimiento ve también es un deseo del presidente de tener un círculo cercano todavía más leal y más unido en torno a su agenda de “Estados Unidos, primero”. Es cierto también que no lo ha despedido ni lo ha criticado, lo ha cambiado de puesto a otro importante, como embajador ante Naciones Unidas, pero un puesto mucho menos influyente y, sobre todo, más lejos. Antes estaba en la Casa Blanca, ahora, en Nueva York.
P. ¿El partido republicano ha dejado de serlo para ser el partido de Trump?
R. Sí, yo creo que el partido republicano es el partido de Donald Trump. El partido tradicional republicano ahora mismo no existe. Trump lo ha fagocitado. Lo ha liquidado. Entonces, no tiene un crítico dentro de su propio partido. Y si tiene críticos, la mayoría ya se han ido del partido. Durante la última campaña electoral hubo algunos republicanos que hicieron campaña por Kamala Harris o en contra de Trump. Toda persona que no es leal a él se expone a ser repudiado. Y, en general, la mayoría se ha ido del partido o él ha conseguido echarlos. En Estados Unidos, los congresistas se presentan a las elecciones cada dos años y hay primarias también para cada uno de esos escaños. Entonces, viven en una elección constante. Cuando se produjo el asalto al Capitolio, aquella parecía que Trump podía caer un poco en desgracia y bastantes personas en su propio partido empezaron a cuestionarlo, pero luego enseguida se mordieron la lengua y esas críticas pararon. Yo creo que, en buena parte, porque sabían que si criticaban Trump, se exponían a perder sus próximas elecciones. El presidente tiene mucho tirón popular entre los votantes republicanos y desafiarlo es exponerse a que te hagan unas primarias, a que apoye a otro candidato republicano y a que tú te vayas. Por ejemplo, de los congresistas que votaron en contra de Trump en el impeachment, la gran mayoría ya no está porque se enfrentaron en unas primarias a otro candidato apoyado por Trump y los quitó de medio.
Trump es un presidente insólito
P. Hay un talón millonario detrás de Trump.
R. También. Ahora mismo, Trump tiene detrás la chequera de Elon Musk que le da un enorme un poder. Es una alianza insólita. El hombre más rico del mundo con el presidente, probablemente, más poderoso del mundo. Musk es una persona que ya antes de involucrarse en política y en campañas electorales tenía un enorme poder por las empresas que tiene, como SpaceX. Como ciudadano privado ha acumulado un enorme poder en sus manos hasta el punto de que domina el espacio y ha tomado decisiones, por ejemplo, sobre ataques en la guerra de Ucrania. Solamente por poseer esos satélites que el ejército ucraniano necesita, Musk ha sido capaz de decir “no quiero que hagáis este ataque y os corto los satélites en esta zona”. Era un ciudadano privado con un enorme poder en sus manos por el tipo de empresas que tiene. Y ahora, además, está involucrado en política. No solamente tiene ese tipo de empresas en sectores estratégicos, sino que, además, tiene la oreja de Trump al lado todo el día para intentar influir.
P. Es un conflicto de intereses totalmente.
R. Así es, porque muchas de las empresas de Musk tienen contratos con el Pentágono, por ejemplo. Y, ahora mismo, Trump le ha dado la motosierra y lo ha puesto al mando para hacer recortes en la administración pública y le aconseja sobre regulaciones en la administración pública. Elon Musk está ahora mismo manejando las regulaciones en sectores donde están sus propias empresas.
P. ¿Y qué tipo de oposición hace el partido demócrata?
R. Bueno, yo creo que mucha gente a día de hoy piensa que el partido demócrata está todavía recuperándose después del golpe. Para el partido demócrata, perder frente a Trump ha sido un golpe durísimo porque ellos mismos, en la campaña, estaban pintándolo como una amenaza para la democracia y para los valores más básicos. Entonces, perder unas elecciones frente a esa persona a la que tú estás pintando como un peligro para el país y para los pilares de Estados Unidos, es un golpe durísimo. Probablemente, todavía no se han repuesto de ese golpe. Mucha gente cree que ahora mismo están perdidos y que no saben cómo enfrentarse a Trump, que no saben cómo responderle. También es cierto que en dos años empezaremos a hablar de primarias demócratas, se empezarán a presentar candidatos y ahí veremos qué candidatos se presentan y cuáles tienen más tirón y por dónde quiere tirar un poco el partido.

P. ¿Llegaron tarde con Kamala Harris?
R. Sí, yo creo que llegaron tarde y mal. Cuando Joe Biden ganó las elecciones en 2020, él mismo se definió como un presidente de transición, como un puente. Todo el mundo pensaba que él no se volvería a presentar por su edad. Sorprendió mucho cuando dijo que se quería volver a presentar. Creo que ahí el partido cometió un enorme error. Durante mucho tiempo negaron que su declive fuera tan grande. Los estadounidenses ya tenían esa impresión de que era demasiado mayor para gobernar, de que no estaba capacitado para seguir gobernando. Lo veíamos constantemente con tropiezos, con despistes y con lapsus. Se le veía frágil. Es verdad que, incluso, los propios periodistas que lo seguíamos, no sabíamos hasta qué punto. También es cierto que él se protegía mucho, se exponía muy poco a improvisar. Nos preguntamos en su momento si los lapsus que tenían eran algo momentáneo o la punta del iceberg. Hasta ese debate en el que en directo lo vimos perder el hilo y no ser capaz de terminar una frase. Hasta ahí yo creo que no teníamos claro hasta qué punto todo lo que había debajo. Quizás los periodistas también cometimos un error, fallamos en nuestro trabajo, ¿no?, porque tendríamos que haber buceado antes y más para haber visto lo que estaba pasando. En el círculo de Biden, todos le restaban importancia a los despistes del presidente. Su círculo cercano negaba la mayor, decía que no, que estaba perfectamente capacitado. Después de este debate, cuando ya fue evidente, todos los estadounidenses se sintieron engañados. Así que, el partido tenía mucho miedo a pegársela con Biden porque ya había preocupación por su edad. Después de aquel debate ya fue insostenible y fue cuando lanzaron a Kamala Harris. Es cierto que hubo un momento de ilusión, pero es cierto que fue muy tarde. Y a Harris, a pesar de ser la vicepresidenta, los estadounidenses no la conocían tan bien.
P. ¿Siempre estaba en la sombra?
R. Bueno, su mayor punto débil es que la gente no sabía qué quería, no era una persona muy definida. Probablemente, si le preguntas a un estadounidense si Kamala Harris es más o menos progresista que Biden, no te saben contestar. O cuál es su mensaje o qué tipo de ideas propone. No era una persona que se hubiera definido mucho. Y, de repente, montan esta campaña en tan poco tiempo... Y en Estados Unidos están acostumbrados a tener un proceso de primarias que ayuda a que los candidatos se den a conocer y donde también, al final, son los votantes los que eligen al candidato.
P. Y Harris no pasó por eso.
R. Claro. Si hubiera habido primarias en el partido demócrata, ella se hubiera presentado probablemente. Y tanto si hubiera salido como no, ese proceso le habría servido para fortalecerse y para darse a conocer. O, quizás, no hubiera salido ella y hubiera salido un candidato más popular que hubiera tenido más oportunidades. Realmente no se sabe qué hubiera pasado si la campaña demócrata hubiera sido distinta, nadie lo sabe. Pero es cierto que no fue la campaña ideal ni la mejor manera de hacerlo. De todas formas, yo creo que en los últimos ciclos electorales, el gran protagonista ha sido Trump. En 2020, perdieron los demócratas, pero, ahora, yo creo que ha ganado Donald Trump. Él ha sido el gran protagonista de la política estadounidense en los últimos años. En 2020, yo casi diría que Trump perdió contra sí mismo. No diría que ganó Joe Biden, sino que Trump perdió contra sí mismo, porque realmente la mayoría de la gente salió a votar o a favor de Trump o en su contra. En estas últimas elecciones, la gente también ha salido a votar pensando en él, lo que pasa es que, en este caso, él ha tenido una mayoría de votos.
Nunca habíamos visto un presidente de Estados Unidos que diga tantas mentiras desde la tribuna
P. Todo esto y mucho más lo cuentas en La gran fractura americana. ¿Cómo ha sido pasar de la televisión a la escritura?
R. Pues a mí siempre me ha gustado escribir. Estudié Periodismo, en realidad, porque lo que me gustaba era escribir historias. Lo que pasa es que cuando estudié la carrera, me di cuenta de que lo que quería hacer era Periodismo Internacional. A mí me gustaba viajar, ir a sitios y contar historias de ahí. Además, siempre me interesó Televisión Española porque veía que tenía una gran red de corresponsales y que dedicaba mucha atención a la información internacional. Más que por ser televisión, me gustaba por su cobertura internacional. Hice las prácticas ahí, me saqué la plaza y ya toda mi carrera la he hecho en televisión, pero no es que yo hubiera pensado desde el principio en hacer tele. Y el libro, bueno... Veía que otros compañeros míos escribían libros y me preguntaba de dónde sacaban el tiempo. Yo no me veía escribiendo uno con tanto trabajo que tengo. Lo que ocurre es que cuando yo ya llevaba como cinco años en Estados Unidos, que ya es bastante tiempo y ya tienes muchas historias que contar, coincidió con que me llamó una editorial, me lo propuso y justo pensé que era el momento para hacerlo. Además, tenía ganas de contar las historias de otra manera porque estoy acostumbrada a contarlas en píldoras pequeñas, en telediarios, en crónicas de un minuto o minuto y medio. Y, de repente, me apetecía juntar todas esas historias en un puzle más completo, y poder dedicarles un poco más de tiempo. Así que bueno, me embarqué en eso. Y luego, efectivamente, sí que fue un reto encontrar tiempo para escribir.
P. Las historias son muy diversas y reflejan un Estados Unidos muy dividido. ¿Qué te ha movido para contar una historia y dejar otras atrás?
R. Había algunas historias que tenía claro que quería contar porque me parece que son muy destacadas. Escribí el libro en plena campaña electoral y había algunos temas que eran los más candentes, no solo de esa campaña, sino también de los últimos años en Estados Unidos. Y, sobre todo, los temas quizás que más fracturan al país. Pues, por ejemplo, la frontera, el tema racial, el aborto... Entonces, sabía que esos temas tenían que estar sí o sí. También el trumpismo, ¿no? Explicar a Donald Trump me parecía fundamental. Entonces, hay varios capítulos que al final tratan de explicar el trumpismo: uno está dedicado a una votante de Trump para explicar ese movimiento, otro, a un republicano rebelde, para explicar también cómo el partido republicano se ha transformado completamente con él. Otro, para explicar el asalto al Capitolio.
P. También abordas la epidemia de los opioides con ese testimonio tan duro de Cristina, una madre que ha perdido a su hijo por estas drogas.
R. Sí. Creo que es un poco definitorio de una sociedad. La epidemia de los opioides también nos explica mucho sobre la sociedad americana porque, al final, todo empieza por la enorme avaricia corporativa de las farmacéuticas que inundan el mercado de medicamentos sumamente adictivos sin tener en cuenta los riesgos para la población; una población que se engancha a esos medicamentos porque el médico se los ha recetado. Y muchas de las personas que ahora están enganchadas al fentanilo, empezaron con las pastillas para el dolor hasta que se las quitaron y fueron otras drogas más baratas porque ya no se podían permitir comprar esas pastillas en el mercado negro. Esa crisis me parece también importante para entender la sociedad americana. Y luego hay muchos temas que me he dejado atrás y con dolor, pero el libro no puede ser infinito.

P. ¿Cuál es la que más te ha contado contar?
R. Es difícil elegir. Una podría ser la de la frontera. Ahí hay historias muy duras y no solo con Trump. Yo fui allí en junio de 2021 en un momento en el que estaba llegando una cifra récord de personas a la frontera. Y esto era el principio de Biden. Allí seguía en vigor una medida muy polémica en aquel momento, que era el Título 42, que consistía en que, alegando razones de salud pública, expulsaban a los migrantes de forma inmediata, sin darles derecho a pedir asilo. Los únicos que no podían ser expulsados eran los menores no acompañados o las familias con hijos de menos de seis años. Pero esto era porque México se negaba a aceptar a las familias con menos de seis años, de manera que se los tenían que quedar. No es porque no quisieran expulsarlos, sino que no podían hacer esas expulsiones, digamos, en caliente. Todas las familias que llegaban allí tenían la esperanza de que con Biden les dejarían pasar. Se trataba de familias con niños que venían amenazadas por las maras, con parientes muertos; venían de situaciones muy muy duras y creían que tenían un caso potente para pedir asilo, pero ni siquiera les escuchaban, ni siquiera las dejaban pasar. Y ahí en la frontera te encontrabas con mucha gente en esa situación, por ejemplo. Recuerdo a una familia compuesta por una abuela, su hija y su nieto de ocho años. Al marido de esta mujer lo habían asesinado las maras. Esta familia ya había intentado entrar en la época de Trump, cuando su marido aún estaba vivo. Los deportaron a todos y en su país lo asesinaron. Así que, ahora venía ella creyendo que podía alegar el asesinato del marido para pedir asilo. Nada más llegar a la frontera, lo primero que preguntaba la patrulla fronteriza era cuántos años tenían y los dividían por grupos de edad. Y claro, el niño tenía ocho años, demasiado mayor para salvarse. Los deportaron inmediatamente. Esas historias son muy duras.
P. ¿Veías a Trump más cerca de la Casa Blanca o de la cárcel?
R. Pues no sé qué decirte, ¿eh? Hubo un momento en el que Trump tenía cuatro casos penales abiertos, algunos de ellos muy graves. Nadie sabía hasta dónde iba a llegar eso. Lo que estaba claro es que si llegaba a la Casa Blanca, se iba a librar de la cárcel. Pero no sabíamos si iba a llegar. Es verdad que hubo un momento en el que todo podía ocurrir.
P. ¿Cómo es ejercer el periodismo a golpe de espectáculo?
R. Para los periodistas es un gran reto. Yo llegué a Estados Unidos en 2018, cuando todavía estaba él en la Casa Blanca. Tengo un poco la sensación, a veces, de que los periodistas estamos tropezando en la misma piedra otra vez, que no hemos aprendido cómo contar bien a Trump, quizás porque es muy difícil. Creo que es un reto constante porque él, para empezar, da tantas noticias y tantos titulares que, de alguna manera, nos desborda, nos inunda. Lo que dice es tan llamativo que, muchas veces, dedicamos tanto tiempo a contar lo que dice que no nos da tiempo a contar lo que hace, los efectos de sus políticas. Estamos muy centrados en lo que dice en la Casa Blanca y eso no nos deja menos tiempo para salir, para pisar el país, para ver cómo todo eso está afectando, que para mí es una parte fundamental de mi trabajo. Trump nos deja muy poco tiempo para el análisis porque vamos de un titular a otro constantemente. Son tantos titulares que, a veces, da la impresión de que no llegas a todos. De que ni siquiera hay sitio para contarlos todos, de que algunas cosas se quedan sin contar y otras se cuentan mal porque no tienes tiempo luego para hacerles un seguimiento y de ver a dónde ha llevado eso. Cubrir a Trump es un gran reto para los periodistas y no tengo claro que lo estamos haciendo bien. Todos los días me pregunto, ¿pero estamos contando bien a Donald Trump? ¿Cómo podemos hacerlo mejor? Y tengo algunas ideas, pero sinceramente no tengo la respuesta tampoco.
¿Hasta qué punto se va a deteriorar la democracia estadounidense en cuatro años de mandato de Trump?
P. Es frustrante trabajar así.
R. Sí, sí.
P. Es un showman con el foco muy puesto en la televisión.
R. Dice tantas burradas o anuncia tantas cosas tan controvertidas que pueden tener tantas consecuencias no solo para Estados Unidos, sino para el resto del mundo, que a veces dices, ¿pero cómo no lo voy a contar? Si dice esto, ¿cómo no lo voy a contar? Pero son tantos, tantos, tantos titulares que hace que todo se diluya y al final no sabes dónde poner la atención. Tengo la impresión de que la gente recibe mucha información sobre Trump, pero no sé si está bien informada sobre él, lo cual puede parecer paradójico. Pero él nos inunda de titulares, roba la atención, acapara la atención, acapara los focos. Y, a veces ,es difícil ir más allá.
P. Al fin y al cabo, resulta una estrategia y hace que los medios pongan el ojo en cómo cuenta lo que cuenta y no en cómo repercute lo que dice.
R. Sí, sí. De alguna manera, él domina el mensaje. Cuando él difunde bulos, quizás hay gente que se los cree y otra que no, pero a él le sirven para mantener los titulares en los medios de comunicación y en las redes sociales. Por ejemplo, cuando dijo aquello en el debate electoral de que los inmigrantes haitianos se comían los perros y los gatos de los estadounidenses, probablemente haya poca gente que se crea eso, pero eso le sirvió a él para centrar el debate en la inmigración y en su mensaje de que los migrantes son malos y de que hay que sacarlos del país. Cuando él ahora, por ejemplo, está desafiando a los jueces con el tema de las deportaciones. Ha habido un caso muy polémico, el de Abrego García, que es un ciudadano salvadoreño que entró a Estados Unidos cuando era menor de edad. Tenía una orden expresa de un juez prohibiendo que lo deportaran a su país porque consideraba que su vida corría peligro en su país. Y, aun así, lo deportaron, lo metieron en un avión junto a otros venezolanos y salvadoreños, y lo enviaron a la mega cárcel de alta seguridad de El Salvador. Y la propia administración reconoció que había sido un error administrativo, que no debían haberlo metido en este avión. Pero Trump nunca reconoció ese error. Es más, sigue diciendo, sin pruebas, que ese hombre pertenece a una pandilla, a la Mara Salvatrucha, y que está mejor fuera del país. Y esto le ha servido a él para hacer campaña y te cuento por qué. Un senador demócrata fue a El Salvador para poder reunirse con este hombre para denunciar que Trump se estaba saltando la ley y las decisiones judiciales. Lo que hice Trump después fue invitar a la Casa Blanca a una mujer, madre de una mujer asesinada por un migrante salvadoreño sin papeles cuyo caso no tiene nada que ver con el de Abrego García. No tiene nada que ver, que sepamos. Abrego García no es un pandillero ni es un criminal, nunca fue juzgado y no han presentado pruebas en su contra. Los casos no tienen nada que ver, pero la Casa Blanca tiene desde hace varias semanas un tweet colgado en portada en su cuenta de Twitter con esas dos fotos. Por un lado, Trump con la madre de la mujer asesinada y, por otro lado, el senador demócrata reunido con Abrego García. Y bajo el título de No somos iguales. El mensaje es muy claro: nosotros nos reunimos con las víctimas y ellos se reúnen con los asesinos, a pesar de que los datos muestran que en EEUU cometen más crímenes las personas nacidas en Estados Unidos que las personas que vienen de fuera. Esa teoría de que los migrantes son criminales no se sostiene con los datos, pero es una idea que Trump ha difundido y que va calando y que mucha gente sí cree que es así.

P. ¿La sociedad americana es una sociedad violenta o es una sociedad que tiene armas?
R. Yo creo que son las dos cosas. Es una sociedad que ya simplemente por el hecho de la permisividad de las armas que tiene, está expuesta a unos grados de violencia muy superiores a los que nosotros estamos acostumbrados a ver. En Estados Unidos muere muchísima gente por armas de fuego, no solamente por tiroteos masivos, que son los que de vez en cuando salen en los titulares, sino también por tiroteos más pequeños, por suicidios, por peleas. Las armas de fuego son una realidad a la que los estadounidenses están acostumbrados y forma parte de su vida diaria.
P. ¿Regular más esa permisividad iría contra el ADN del estadounidense?
R. Sí. Sería como quitarle a un estadounidense su ADN, por ejemplo. Las armas están en la historia de Estados Unidos, en su fundación y en su Constitución. Es un tema que es muy muy complicado. Y, de hecho, muy pocos políticos se atreven realmente limitar mucho las armas de fuego. Lo que proponen algunos políticos demócratas es controlar un poco más la venta. Mira, yo en esta campaña electoral he visitado Uvalde, una ciudad en Texas donde hubo un tiroteo masivo en una escuela de Primaria de niños muy pequeños, de ocho y nueve años. El mayor tiroteo de los últimos años en una escuela de Primaria. Es una ciudad muy pequeña donde la gente se conoce. Aquello, por supuesto, conmocionó a la sociedad. Murieron muchos niños de esa edad. Fue un trauma colectivo. Estamos hablando de una ciudad conservadora, en un estado conservador y muy permisivo con las armas. En Texas no hace falta una licencia para comprar un arma ni hace falta ningún tipo de permiso. Cualquier ciudadano de Texas con 18 años puede comprar un fusil de asalto en una tienda de armas, que es lo que ocurrió en este tiroteo. Un chico muy joven con 18 años recién cumplidos compró un fusil de asalto y mató a un montón de niños. Después de esto, una de las medidas que pedían los padres de los niños era que se elevase la edad de 18 a 21 años para poder comprar un fusil de asalto. Es verdad que muchos tiroteos masivos de este tipo los han cometido personas muy jóvenes que, probablemente, ni siquiera tienen madurez suficiente como para manejar un arma. Pues esa medida resultó polémica. Les parecía demasiado radical y que limitaba mucho su derecho a llevar armas. De hecho, Uvalde, hoy en día, es una comunidad dividida en torno al tema de las armas de fuego. Ni siquiera esa masacre bastó para que parte de la sociedad dijese, pues es verdad, tenemos que regular más las armas de fuego porque no queremos que esto vuelva a ocurrir.
Cubrir a Trump es un gran reto para los periodistas y no tengo claro que lo estamos haciendo bien
P. ¿Esa polarización es fruto de la desinformación?
R. Creo que la desinformación contribuye mucho a esto porque hay muchas ideas que han calado hondo en los últimos años en Estados Unidos. Por ejemplo, lo de que a Trump le robaron las elecciones en 2020. Él denunció eso sin pruebas y caló muy hondo. Bueno, fíjate que acabó en el asalto del Capitolio en aquel momento. Pero es que hoy en día, cuatro años después, la mayoría de sus votantes siguen creyendo que le robaron elecciones.
P. En el libro también cuentas la relación tan loca que tiene Trump con la prensa. ¿Te sorprendió cuando llegaste allí?
R. Es cierto que la relación de Trump con la prensa es muy contradictoria porque, por un lado, él busca las cámaras porque sabe que las necesita. Es un presidente que nos llama todos los días, que contesta un montón de preguntas. A él le gusta acaparar la atención. Pero, por otro lado, nos insulta. Es una relación muy compleja.
P. Directamente os señala en sus mítines y sus seguidores responden.
R. Sí. En su primer mandato recuerdo un mitin, y es algo que se repite, en el que señaló la tarima de la prensa y nos insultó. Dice que damos noticias falsas y que somos el enemigo del pueblo. Consigue que la gente nos abuchee. Él difunde el mensaje de que la prensa intenta perjudicarlo, de que va a su contra, y cala. Ahora mismo estamos en un momento de gran desconfianza hacia los medios tradicionales y hacia los periodistas. Y el mensaje de Trump contribuye mucho a erosionar esa confianza. No es lo único, pero es algo que ha contribuido a crear más desconfianza en los periodistas.

P. ¿Alguna situación que sobrepasa lo surrealista?
R. (Risas) Te voy a contar lo más tragicómico que me ha pasado en el Despacho Oval. Cuando da ahí una rueda de prensa, ahí entra un grupo muy pequeño de periodistas que nos vamos rotando y que luego compartimos la información con los que se han quedado fuera. Un día me tocó a mí entrar en un momento en el que Trump estaba contestando preguntas mientras que firmaba órdenes. De repente, le pidió a una ayudante que le trajese unas gorras que acababan de llegar. Eran unas gorras de su campaña electoral marca Trump que ponían “Trump tenía razón en todo”, “Trump was right about everything”. Se puso a enseñar las gorras ante las cámaras de televisión y nos las ofreció. No las cogimos. Un periodista empezó a hacerle una pregunta y Trump le dijo que si no iba a querer la gorra, que si era muy estirado. Como ninguno las cogíamos, su secretario de Comercio, que estaba a su lado, empezó a decir: “Nunca le digáis que no al presidente”. El ambiente empezó a hacerse un poco raro porque daba la impresión de que no querían entender de que el papel de los periodistas que cubrimos a los gobernantes no es ni adularlos, ni reírles las gracias, ni coger en directo una gorra promocional de su campaña de televisión. La relación es francamente muy compleja con la prensa.
P. ¿Hay allí alguna asociación de la prensa que vele por que podáis hacer bien vuestro trabajo?
R. Sí, la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca. Es una organización de periodistas independientes que durante décadas, por ejemplo, ha organizado el pool del presidente [los periodistas que entran a sitios concretos]. Es una tradición que existe en Estados Unidos y estaban muy orgullosos de ello. Esta forma de organización se hacía para evitar que un presidente demócrata o republicano, de la cuerda que fuese, eligiese a la prensa que lo cubre y, por tanto, se rodease solo de periodistas complacientes. Trump ahora está dinamitando esta tradición porque desde el primer momento ha dicho que el pool ya no lo va a organizar la asociación, sino que lo va a organizar él. Ha roto con esta tradición y está cambiando ahora la composición del pool. De momento, los periodistas que estaban en el pool anterior siguen formando parte de él y Trump está añadiendo a otros medios. Sobre todo, muchos podcasters e influencers.
P. A por el público joven que están en las redes sociales.
R. Sí, a por mucha gente en general. Busca fans declarados hacia él en esos nuevos canales. De hecho, el día de las gorras había un periodista así que fue el único que cogió una. Ahora, en la Casa Blanca, estamos escuchando preguntas que nos parecen insólitas. Por ejemplo: una periodista le preguntó en una rueda de prensa que qué hacía o cuál era su secreto para estar tan bien, que cada día lo veía mejor y más sano. No son preguntas en realidad, sino alabanzas al presidente. Y, entonces, a Trump lo oímos mucho alabar a los periodistas que lo adulan e insultar a los que lo critican. Hacerle una pregunta de verdad es exponerte a que te insulte en directo.
La teoría de Trump que los migrantes son criminales no se sostiene con los datos, pero ha calado
P. ¿Busca así institucionalizar la información?
P. Sí. Bueno, sobre todo, romper con una tradición que lo que buscaba precisamente era más independencia a la hora de cubrir al presidente. Estados Unidos es un país que lleva la libertad de prensa en la primera enmienda de su Constitución redactada en el siglo XVIII. Desde entonces la tienen ahí, negro sobre blanco, yes un país que presume mucho de su libertad de prensa y de su libertad de expresión. Sin embargo, en los últimos años, por ejemplo, Reporteros sin Fronteras dice que la libertad de prensa ha caído en picado en Estados Unidos. Cuando Trump dijo que tomaría el control del pool, una de las primeras cosas que hizo fue vetar a los periodistas de Associated Press (AP), que es una de las mayores agencias de noticias del mundo. Los vetó por el contenido que publican y como castigo por la decisión de seguir llamando al Golfo de México, Golfo de México. Cuando Trump llegó a la Casa Blanca ordenó cambiar el nombre de Golfo de México y llamarlo Golfo de América. Este golfo es un accidente geográfico que abarca varios países, son aguas que abarcan varios países, no solo la costa estadounidense en Estados Unidos. Y él ha cambiado el nombre en Estados Unidos, pero el resto del mundo sigue llamando al Golfo de México, Golfo de México. Y AP tiene clientes en todo el mundo. Entonces, ha seguido llamándolo con el nombre internacional. AP, por ser las grandes agencias de noticias, tenía un hueco diario en el pool. Pero, ¿qué ocurre? Y volvemos a lo mismo: la ley en Estados Unidos protege mucho la libertad de prensa y la libertad de expresión. Entonces, AP denunció en los tribunales y ganó. ¿Qué hizo Donald Trump? Pues, en vez de volver a colocar a AP en el pool, lo que hizo fue eliminar de ahí a todas las agencias de noticias. Lo que le había dicho el juez era que no podía discriminar a AP por el contenido que publicaba y que no la podía tratar peor que a otros medios similares. Entonces, Trump eliminó del pool a todas las agencias, de tal manera que ya no la está tratando peor que a otras agencias, sino que las estaba tratando a todas igual de mal.
P. ¿Cuáles son las agencias afectadas?
R. Reuters, Bloomberg y France. Ahora ya no tienen un acceso diario como tenían antes en los eventos reducidos. Ya no pueden entrar diariamente al Despacho Oval, sino que ahora se rotan el resto de medios. Esas grandes agencias nutren de información a muchísimos medios locales e internacionales, y ejercen un papel muy importante. Ahora, esos clientes ya no tienen acceso diario a esos teletipos. Ni no hay periodistas que hagan preguntas sobre temas internacionales.
P. ¿Todo esto se traslada a la relación entre los compañeros de la prensa que cubrís la Casa Blanca?
R. Un poco, sí. El ambiente es un poco tenso. Yo diría que no hay mucha relación entre estos nuevos periodistas que son fans declarados del presidente, que su papel es defenderlo y alabarlo, y los periodistas de toda la vida que lo que tratan es de hacer información.

P. ¿Ha cambiado la prensa estadounidense en el primer mandato en comparación con este segundo?
R. (Duda) No he visto mucho cambio. Creo que ya en el primer mandato la prensa se había rendido un poco al espectáculo de Trump que es, por otro lado, difícil de evitar, sobre todo en televisión. En el primer mandato, los canales de televisión de noticias estaban hablando todo el rato de Trump con uno u otro enfoque. De esos canales, Fox News es el canal conservador y cercano a Trump, el que hacía ese papel y el que veían sus seguidores. Y MSNBC y la CNN eran los canales que veían los que no seguían a Trump; los canales progresistas, podríamos decir. Pero todos estaban hablando todo el día de Trump, cada uno con su enfoque. Y ahora ocurre lo mismo.
P. ¿Alguna vez le has pedido una entrevista a Trump?
R. Sí. A Trump y a Biden. Pero es bastante improbable que un periodista de un medio extranjero le haga una entrevista al presidente en Estados Unidos. Allí, los periodistas extranjeros tenemos muy poco acceso a los políticos, sobre todo. Nos hacen muy poco caso porque no les interesa nuestra audiencia, ya que no les damos votos. Lo que les interesa es la audiencia americana. Biden, además, daba muy pocas entrevistas, así que más difícil todavía. Trump sí da muchas entrevistas, o sea, que no es imposible, voy a decir, pero es complicado que dé una entrevista a un medio extranjero.
P. ¿Cuántas veces has recordado el día del asalto al Capitolio en el que regresaste a la oficina en el momento en que, sin saberlo, se estaba produciendo ese hecho insólito?
R. Muchas veces me he fustigado con eso. Para mí fue un mal día profesional. Me alejé de la noticia. Yo había estado cubriendo la manifestación, pero no podía enviar nada desde allí. No me funcionaba el teléfono, no tenía cobertura, tampoco tenía cámara ese día. Se juntaron muchas circunstancias. Entonces, me fui a la oficina para poder enviar la crónica y poder entrar en directo desde allí. Justo en el peor momento: yo iba hacia la oficina, en una punta de la ciudad, mientras los manifestantes iban hacia la otra punta, que era el Congreso, y ahí empezó el asalto al Capitolio. Yo luego me fui al Capitolio, obviamente, pero claro, me perdí el principio del asalto.
EEEUU es un país donde la gente tiene miedo de ir al hospital por si no puede pagar la factura
P. ¿Los periodistas estamos atajando bien la desinformación y los bulos?
R. Los tiempos han cambiado mucho y en los últimos años, con una rapidez enorme. Cuando estudié la carrera no existían las redes sociales ni lo que llamamos el periodismo ciudadano, ¿no? Mucha gente se fía más de lo que un ciudadano pueda compartir en redes sociales que de los periodistas que nos dedicamos a esto como oficio. Eso creo que es un problema para nuestra profesión. Por supuesto que nosotros cometemos errores que también han contribuido a erosionar la confianza. Nosotros en Estados Unidos, por ejemplo, haciendo autocrítica, fallamos cuando no supimos detectar antes que el declive de Biden era tan grande. Pero es verdad que los periodistas sí intentamos difundir información contrastada y datos fiables, cosa que no hacen los opinadores o gente que inunda las redes. Y es un problema que los ciudadanos se fíen más de eso porque les llega muchísima desinformación política. Un ejemplo es lo que te he contado del caso del salvadoreño Abrego García. Otra cosa que colgaron las redes sociales desde el entorno político de Trump y del presidente salvadoreño, Bukele, fue una fotografía en la que aparecían el senador demócrata en una mesa con unas copas como de cóctel acompañado Abrego García. Con esa foto dijeron algo así como que se estaban tomando margaritas, que Estados Unidos no lo trataba tan mal porque se está tomando margaritas con un senador demócrata. Pero es que detrás de esa foto hay una historia. Lo que cuenta el equipo del senador demócrata es que él fue a El Salvador y pidió poder visitarlo en la cárcel. Le negaron la visita, pero, de repente, por sorpresa, trajeron a Abrego García a su hotel para que pudiera hablar con él. Se sentaron en una mesa y, mientras estaban hablando, alguien le colocó esas copas en la mesa y les empezaron a hacer fotos, pero nadie bebió de esas copas ni saben lo que tenía. Esto te demuestra que, a veces, fiarse de una sola imagen sin saber la historia que hay detrás, te lleva a engaño.

P. Hay muchos detalles del libro de los que tampoco voy a hacer spoiler, pero una muestra más de lo histriónico del personaje de Trump es que en la cobertura de las elecciones de 2020, la clave de WIFI era “Elecciones amañadas”, en inglés.
R. Sí, sí. Es una provocación constante y poner a prueba constantemente los límites de todo. Como cuando ahora tuitea esas fotos en las que él está caracterizado como un rey o caracterizado como el Papa. O cuando dice que va a ser dictador por un día.
P. ¿Te ha cambiado la visión que tenías de Estados Unidos en el momento en que pusiste un pie en Washington?
R. Me sorprendió mucho cuando me dieron la corresponsalía por dos cosas. Uno, por el momento vital en el que yo estaba: de excedencia de maternidad de mi segunda hija. No pensaba que nadie fuese a acordarse de mí para un puesto así en ese momento porque había cómo otras compañeras, injustamente, caían en el olvido cuando tenían hijos La gente dejaba de contar con ellas para puestos importantes. Y, en segundo lugar, también me sorprendió el destino porque yo estaba en el área Internacional. Llevaba tiempo viajando para cubrir acontecimientos de todo tipo, pero estaba allí, sobre todo, porque quería cubrir guerras, revoluciones, desastres naturales... Así que pensé: “¿No sería demasiado civilizado para mí Washington?”. Hay quien dice que los periodistas de internacional somos o de barro o de moqueta. Yo he hecho las dos cosas, pero es verdad que lo que más me gusta es el barro. Y me imaginaba Washington como un destino muy de estar con la corbata y con la chaqueta puesta todo el día, muy de moqueta. Cuando aterricé allí, me di cuenta de que me equivocaba. Es verdad que hay mucho de moqueta, pero también Estados Unidos es un país inmenso, con muchas historias que contar, muy convulso. O sea, que también hay mucho trabajo de terreno.
P. ¿Qué diferencias hay con respecto a España?
R. Estados Unidos es un país sobre el que tendemos a pensar que se parece al nuestro, pero hay más diferencias de las que pensamos. Por ejemplo, no hay sanidad pública. En mi caso, yo vivo en una burbuja. Yo tengo una cobertura sanitaria equiparable a la de España que me proporciona mi empresa. Eso es algo que diferencia muchísimo la sociedad estadounidense de nuestras sociedades. Es un país donde la red de protección social es mucho más fina que la nuestra. Donde una persona, si tiene cáncer, se puede ir a la ruina si no es capaz de pagar sus gastos médicos. Es un país donde la gente tiene miedo de ir al hospital por si no puede pagar la factura. La gente evita ir al médico por muy enferma que esté porque no sabe si va a poder pagar la factura. Cuando una persona enferma gravemente, lo normal es abrir una página en GoFundMe y hacer una colecta. La gente depende de la solidaridad, de sus amigos, de sus vecinos, para sobrevivir, porque no hay cobertura pública. Esto aquí es impensable. Es un país con armas de fuego y, en ese sentido, yo también vivo en una burbuja porque Washington no es una ciudad muy permisiva con las armas de fuego y no está permitido tampoco llevarlas a la vista. Pero, por ejemplo, si vas a otros estados, perfectamente ves en una cafetería cómo alguien pone la pistola encima de la mesa mientras está tomando café con una normalidad absoluta. La gente convive entre armas.
P. ¿Es posible una reforma del sistema sanitario estadounidense?
R. Es algo que está en el debate desde hace muchos años. Obama propuso una reforma sanitaria que al final realizó de una forma menos ambiciosa que la que quería en un principio. El Obamacare buscaba, sobre todo, ayudar a la gente con pocos recursos a poder permitirse un seguro médico. Obligaba así a las aseguradoras a que no pudieran discriminar a gente que tuviera enfermedades crónicas. Esa reforma sanitaria fue controvertida y muy poco popular en su momento, aunque es verdad que con los años ha ido ganando popularidad. Al final, muchos estadounidenses se han dado cuenta de que necesitan eso. Una sanidad pública universal, que es algo que propone, por ejemplo, Bernie Sanders en Estados Unidos, es algo que la mayor parte de la sociedad sigue viendo como demasiado radical. En Estados Unidos, toda intervención del gobierno es vista con mucha desconfianza. La mayoría de los políticos en los últimos años, tanto demócratas como republicanos, ha defendido un gobierno que intervenga menos y, por tanto, que proteja menos a los ciudadanos.
P. ¿Te da tiempo a seguir la actualidad política de España?
R. No, no, qué va.
P. ¿Crees que los índices de polarización de Estados Unidos pueden llegar a España?
R. Cuando llego a España, comento cómo está la sociedad en Estados Unidos: la familia se reúne en la cena de Acción de Gracias y evita hablar de política porque si unos apoyan a Trump y otros, no, no son capaces de entenderse. La sociedad está dividida en torno a Trump, básicamente. Entonces, es un país donde hablar de política es algo tremendamente divisivo. Hay familias que han dejado de hablarse simplemente porque uno vota a Trump y el otro, no. En esta misma situación están vecinos o amigos. Cuando comento esto en España, es cierto que hay gente que me dice que eso le suena de algo.
Es un problema que la gente se fíe más de lo que un ciudadano comparte en redes sociales que de un periodista

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