Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
Tiempo de Adviento, años de riada
Sobre este blog
Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
Era 1 de diciembre de 1963 e, igual que ahora, coincidía con el primer Domingo de Adviento. La mañana estaba fría y el cielo se cubría de nubes negras anunciando lluvia. El río había recuperado la calma, y, con su gran meandro de agua turbia y lechosa, abrazaba de nuevo sereno el barrio de la isla.
Aún se veían los efectos de la gran riada del pasado febrero, que inundó casas, comercios y algunas corralizas con los animales dentro. El jardín de la casa solariega, con su ancha rosaleda, fue arrasado por la corriente, al igual que ocurrió con el pluviómetro y demás utensilios de meteorología que guardaba el abuelo en un cobertizo. No quedó nada de aquello, y tampoco de la vieja biblioteca familiar, cuyos libros antiguos de letras doradas en los lomos flotaban en las aguas como pequeños barcos de vela sin rumbo, a la deriva.
Diez meses después de aquella riada, el fétido olor a humedad y aguas estancadas impregnaba todavía las calles del pueblo. Aún se podía ver en las paredes de las casas la señal de la subida del río, que marcaba en algunos lugares hasta tres metros de altura. Esas marcas daban idea de la magnitud de la crecida y de lo destructiva que había sido, quedando constancia de ello en las numerosas fotos en blanco y negro que aún se conservan de aquellos días. En el álbum familiar hay una foto en la que estás tú, de niño, junto a tu hermano y dos de tus primos, contemplando cómo el río está a punto de superar la baranda del paseo y cubrir por completo los ojos del puente, cerrado al tráfico ante la mirada vigilante de una pareja encapada de la Guardia Civil.
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