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Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

Una lectura europea del 9J

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Eduardo Moyano

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En los países de la UE han proliferado las lecturas nacionales de las elecciones del pasado 9-J, quedando relegada a un segundo plano la lectura europea de los resultados. El objetivo de este artículo es situar esa otra lectura en primer plano, analizando cómo ha quedado la composición del europarlamento y cómo se presenta la próxima legislatura.

Respecto a la participación, ha sido del 51,07% en el conjunto de la UE. Ese nivel, sin duda bajo, está, sin embargo, en línea con la de anteriores comicios europeos, que, como sabemos, suscitan poco interés en los ciudadanos, más identificados con lo que sucede en su país que en la UE. Por ello, no me parece que esto sea un hecho a destacar, pues está dentro de la normalidad; lo destacable hubiera sido un elevado nivel de participación.

Los resultados

Se ha producido, sin duda, un ascenso notable de los partidos calificados de extrema derecha, pero que prefiero denominar “euroescépticos”. Las diferencias existentes entre esos partidos en temas europeos de seguridad, defensa, guerra de Ucrania, cambio climático o migración, son de tal magnitud, que sería demasiado simplista incluirlos a todos ellos bajo la etiqueta de extrema derecha. Respecto a la UE, lo que realmente tienen en común es su oposición a que avance hacia mayores cotas de integración, y es por eso que considero más apropiado utilizar el término “euroescépticos” para calificarlos.

Son partidos que ya no niegan, como en otros tiempos, la existencia de la UE, ni aspiran a su disolución. Ahora lo que quieren es socavar desde dentro el proceso de integración reivindicando que los gobiernos nacionales mantengan su soberanía respecto de Bruselas, y que se limite el poder de la Comisión Europea. No quieren, por tanto, “más Europa”, sino “menos”. Y, a la vista de los resultados del 9-J, los euroescépticos han subido en porcentaje de votos (superando el 20%) y aumentado el número de escaños (los dos grandes grupos euroescépticos CRE e ID suman 134 eurodiputados de los 720 que tiene la eurocámara).

Sin embargo, ese ascenso no ha impedido que la “gran coalición” entre el centro derecha (populares del PPE y liberales del RE) y el centro izquierda (socialdemócratas del SD), que ha sido desde su origen la base del proceso de construcción europea, revalide la mayoría, sumando 401 eurodiputados (casi un 60% del total). Si a eso se le une que otros grupos de marcado europeísmo, aunque crítico, como Los Verdes y The Left, han logrado 53 y 39 escaños, se concluye que las elecciones del 9-J no le han ido mal a los partidos europeístas, ya que copan casi dos tercios de los escaños, y eso a pesar de un importante descenso de socialdemócratas y liberales.

La mayoría alcanzada por los grupos europeístas da, sin duda, estabilidad parlamentaria al próximo periodo legislativo, asegurando, salvo sorpresa, el nombramiento de Ursula von der Leyen (candidata del PPE) como presidenta de la Comisión.

Una legislatura complicada

Sin embargo, el europeísmo no debe caer en la autocomplacencia por estos resultados, ya que la próxima legislatura no estará exenta de dificultades para afrontar los grandes retos de la UE: política migratoria, desarrollo tecnológico, digitalización, transición ecológica, cambio climático, reformas institucionales ante futuras ampliaciones, relaciones con China o gasto en seguridad y defensa ante nuevas amenazas (entre ellas, la de la Rusia de Putin).

Tales dificultades no vendrán del europarlamento, controlado por los europeístas, sino del funcionamiento de la Comisión, Consejo (de ministros) y Consejo Europeo, tres instituciones que tienen incluso más relevancia que el Parlamento en el proceso de toma de decisiones de la UE (sobre todo, en políticas que requieran la unanimidad para su aprobación).

Son tres instituciones cuya composición depende de la orientación política de los gobiernos nacionales, y eso las hace muy diferentes del europarlamento. Por ejemplo, cada gobierno de los 27 Estados miembros propone el nombre del comisario de la Comisión Europea que le corresponde; asimismo, son los ministros de cada país los que forman parte de los correspondientes Consejos sectoriales (agricultura, trabajo, educación, medioambiente, defensa…) y son los jefes de esos ejecutivos nacionales los que componen el Consejo Europeo.

Esto hace que el funcionamiento de estas tres importantes instituciones esté influido por la ideología política que domine en cada gobierno nacional. Y es un hecho que, desde hace años, se viene produciendo en varios gobiernos de los 27 países de la UE una deriva hacia posiciones ultranacionalistas, y, por ende, euroescépticas, es decir, de mayor rechazo a que avance la integración europea. Esta deriva se ha producido, bien porque grupos de marcado euroescepticismo ya han ocupado importantes parcelas del poder ejecutivo en países como Hungría, Italia, Croacia o Eslovaquia, o bien porque han logrado influir en los discursos de los partidos de centro derecha (populares, liberales y democristianos) haciendo que recelen de su tradicional europeísmo.

En definitiva, las elecciones del 9-J han renovado la mayoría europeísta en el Parlamento europeo. Sin embargo, la creciente influencia de los partidos euroescépticos en los gobiernos de algunos países le creará serias dificultades a la UE para afrontar los grandes retos que se le plantean en la nueva legislatura.

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