Samuel Granados, ganador del Pulitzer: “El periodismo local es el guardián de los lectores”
El periodismo es una profesión de vocación. Los que están dedicados a ello destacan los aspectos negativos -como todo en la vida-, pero sobre todo los restos positivos que deja en la vida de los profesionales. Aun así, escalar en este trabajo es complicado, porque solo unos pocos llegan a los periódicos, radios o televisiones más importantes, sobre todo a nivel internacional. El prestigio es algo que se gana día a día, en cualquier redacción, pero todo periodista anhela con un sueño en común: ganar el Pulitzer. Y un cordobés, de Rute más concretamente, lo pudo conseguir gracias a un trabajo realizado el pasado año.
Samuel Granados forma parte actualmente del equipo de trabajo del New York Times, uno de los periódicos más prestigiosos no solo de todos los Estados Unidos, sino que también de todo el mundo. Aun así, sus inicios datan de El Mundo y el Público antes de cruzar el charco y trabajar en La Nación desde Buenos Aires (Argentina). A partir de ahí, dejó Latinoamérica para tratar de hacer su labor en el Washington Post donde ganó el Pulitzer en la categoría Breaking News -es decir, última hora- tras cubrir el intento de asesinato de Donald Trump el pasado mes de octubre de 2024.
Por tanto, desde Rute para el mundo. Actualmente, trabaja para el Times en remoto. Ha querido asentarse en Montilla por toda la calidad de vida que le aporta. Después de ver prácticamente todo el mundo, es claro con sus emociones. “Como el sur de España, ningún sitio”. Sin embargo, los últimos días ha sufrido una lesión que le impide, incluso, salir de casa. Aun así, cogió sus muletas cuando este periódico llegó a la localidad montillana y se puso a disposición con una sonrisa de oreja a oreja. Sus experiencias, al servicio del lector
PREGUNTA (P). Hace ya unos meses del Pulitzer. El premio más importante que un periodista puede obtener. ¿Ha cambiado mucho tu vida desde entonces? ¿Ha supuesto un antes y un después?
RESPUESTA (R). No sé yo… A ver, de verdad, creo -y lo repito- que no gané un Pulitzer como tal; gané un trocito. Me siento muy, muy orgulloso de ese premio. Entonces, eh… claro, no te cambia la vida, ni muchísimo menos. Simplemente, desde que estás estudiando periodismo, en cierta forma… yo diría que ni te imaginas que podrías estar ahí algún día, ¿no? Pero luego, de repente, llegas y ves que, no sé, que realmente es posible. Yo lo veo ahora como algo que puede -o al menos espero- motivar a quienes están estudiando Periodismo.
Sé que, por ejemplo, ahora muchos estudiantes lo tienen complicado. Están atravesando una etapa en la que no es fácil encontrar un hueco en la profesión. Pero bueno, tampoco lo era antes. Yo empecé en pleno 2008, en medio de la mayor crisis económica que habíamos vivido, y mira… a base de trabajo, esfuerzo y, por supuesto, también algo de suerte, pues ahí está. Entonces, para responderte de forma más clara y resumida, no creo que haya marcado un antes y un después. No lo veo como una meta, ni algo definitivo. Simplemente, ocurrió y ya está.
Con cada breaking news -que, de hecho, fue la categoría en la que ganamos el premio-, yo actúo igual: salto a la noticia e intento aportar lo más rápido posible, con la mayor calidad y veracidad, toda la información que pueda servir a los lectores, ¿no? Y lo he hecho así antes y después de ese momento. El último ejemplo, quizá, fue hace dos semanas, cuando empezó la guerra en Irán, por ejemplo. Ahí tuvimos que responder rápido, tal y como hicimos con el intento de asesinato a Trump. Aunque eso fue otra historia.
No hace falta un título para hacer un buen trabajo periodístico
P. También te quedaste a las puertas de tu segundo Pulitzer seguido, con la guerra de Gaza. De hecho, si no me equivoco, fuisteis finalistas.
R. Eh… sí, exacto. Fue la cobertura de Gaza, que hicimos con el equipo de The Washington Post. Ahora estoy trabajando en The New York Times, pero hasta octubre estuve en el Post que esa mención es importante hacerla y que se recalque. Entonces, digamos que todos los hechos posteriores al 7 de octubre, todo el seguimiento que hicimos del conflicto, le valió -o nos valió, mejor dicho- al equipo del Post una mención como finalistas en la categoría Internacional. Y nada, muy orgulloso de esa cobertura. Quizá sea una de las que más me enorgullecen, por la continuidad del trabajo. Fue un esfuerzo constante y sostenido. Y sí, muy contento también por esa nominación y por mis compañeros.
P. Aun así, estamos en el presente ahora mismo, pero todo tiene un inicio. ¿Cómo y cuándo elegiste el periodismo?
R. Pues fue a finales de los años 90, ¿no? Imagínate: Samuel, jovencito, en el instituto. Siempre fui un gran consumidor de noticias desde muy pequeño. En esa época ya estaba pendiente de la actualidad y, no sé, siempre me fascinó. Lo que no tenía tan claro era si podría vivir de eso, de hecho cuando empezamos nadie lo tiene. Esa duda sí me pesaba al momento de decidirme por la carrera. Dudé bastante. Incluso pensé en prepararme para Bellas Artes; tenía varias opciones en mente. Pero, al final, creo que fue la vocación lo que me llevó a escoger Periodismo en primer lugar. Fue algo natural. Y, a partir de ahí, empecé la carrera.
P. Una cosa es elegir el periodismo y otra es lanzarte realmente a ejercerlo. Sobre todo, cuando implica salir de Rute, de tu casa y por primera vez. ¿Cómo fue esa primera salida?
R. Ostras, la salida de casa siempre es dura, ¿no? Esa fue la primera. Además, me acuerdo perfectamente: iba conduciendo el coche de mi padre, cargado de bártulos, saliendo de Rute por la carretera de Iznájar, una cuesta que llaman la cuesta de Agromán. Recuerdo exactamente lo que estaba sonando en la radio.
P. ¿El qué?
R. Era una canción de R.E.M. -curiosamente una banda de rock estadounidense formada en los años 80-. Sí, sí. Iba subiendo la cuesta con todos los cachivaches, pensando en lo que dejaba atrás y en todo lo desconocido que me esperaba por delante. Con bastante inseguridad. Recuerdo que llegué muy inseguro a la universidad. No sé, hay cosas que hoy me dan hasta risa, ¿no? Por ejemplo, no tenía ordenador propio, nunca había tenido uno. Y no había ido al cine prácticamente, no conocía lo que era una sala de cine. Mi nivel de inglés, por supuesto, tampoco era gran cosa. Recuerdo los primeros años de carrera, y mientras mis compañeros se iban en verano a hacer estancias en Malta, en Reino Unido o donde fuera, yo pasaba los veranos trabajando en Monturque, en la obra, haciendo encofrado. Totalmente distinto a lo que hacían mis compañeros.
Pero lo recuerdo con cariño. Porque, al final, todo eso te ayuda a poner en perspectiva las cosas. Muchas veces, cuando paso por allí con mis hijas, por la carretera de Monturque, y vemos la casa, siempre le digo a ella: “Mira, esa casa la hizo papá”. Y no hay una vez que pasemos por la autovía que no se lo recuerde. Así que, bueno, al final, fueron años muy bonitos que me ayudaron a entender mejor lo que vino después.
P. ¿Cómo fue la carrera?
R. La carrera fue intensa. Estudié en Málaga y, por un lado, tenía las clases; por otro, trabajaba. Al principio, lo hacía en el Parque Tecnológico de Málaga, impartiendo cursos de diseño, cursos FP de los típicos: manejo de herramientas como Photoshop, etc. Todo eso mientras estudiaba. Estaba bastante ocupado. Fueron años exigentes, pero también muy bonitos. Todo era nuevo, lleno de vivencias y los recuerdo con muchísimo cariño. Conservo buenos recuerdos de muchos compañeros, de varios profesores, y aún mantengo amistades de aquella etapa. Volver por allí siempre es algo muy especial.
P. La carrera es el que acredita al periodista. Pero hay veces que existe ese intrusismo que a muchos desespera.
R. A ver, yo creo que un buen periodista se forma sobre la marcha, en su desarrollo profesional. La carrera te da unas bases, unas pautas. Pero te hablo desde mi experiencia: no sé cómo será ahora, probablemente haya cambiado, y espero que así sea. Hace 20 o 25 años, cuando yo estudié, era un entorno muy teórico, y lo que aprendías no siempre se correspondía con la realidad del oficio en la calle. Entonces, entiendo lo que comentas sobre personas que se forman como periodistas sin haber pasado por la facultad. No veo necesariamente intrusismo en eso. No hace falta tener un título para hacer un buen trabajo periodístico.
En mi caso, por ejemplo, trabajo con compañeros que vienen de otras disciplinas. Estoy trabajando con James Glanz, que es doctor en Física, y juntos desarrollamos proyectos increíbles desde el punto de vista técnico. Al final, eso es un complemento. La carrera te da una base, te ofrece un entorno donde puedes empezar a experimentar, a probar, a formarte de manera incipiente.
Todos hicimos nuestros primeros intentos allí, con cámaras, con micrófonos, con compañeros con muchas ganas de montar un medio en la universidad. Esa etapa fue muy enriquecedora. Le tengo un enorme aprecio a muchos de esos compañeros, por su iniciativa. Si no hubiera pasado por la universidad, probablemente no habría recibido esa influencia, y quién sabe si habría tomado otro camino. Pero eso no significa que haya buenos periodistas sin tener el título.
El periodismo no local no lo va a hacer nunca nadie desde la otra punta de Europa
P. ¿Cuándo empezó tu aventura en el mundo del periodismo? Porque sí es verdad que hiciste otra carrera en Milán.
R. Sí, mira. Yo empecé tarde, digamos que me salté la etapa clásica de la prensa local como becario. Tuve la suerte de encontrar trabajo mientras recibía un curso en el Parque Tecnológico de Málaga. Algún profesor debió ver algo en mí y me invitaron a seguir dando clases con ellos. Eso me permitió costear la carrera impartiendo formación en ese campo. Por eso, mientras otros compañeros estaban en Procono o en los canales locales, yo estaba más centrado en el diseño, haciendo mis primeros pasos en infografía y explorando esa vertiente visual. En ese contexto decidí irme a Italia a estudiar Diseño de la Comunicación en el Politécnico de Milán, una universidad bastante prestigiosa. Allí pasé tres años compartiendo experiencias con gente muy buena en ese ámbito, muchos de los cuales hoy trabajan en empresas punteras. Una experiencia increíble en líneas generales.
Aprendí muchísimo, sobre todo del diseño y de cómo comunicar desde lo visual. Así que, con ese complemento y la base periodística adquirida en Málaga, regresé a España. Prácticamente de inmediato, empecé como becario en El Mundo. Fue una profesora de la Universidad de Málaga, María Ángeles Cabrera, quien me animó a pasar por una redacción, y esa opción estaba ahí. Entré en la sección de infografía, creo que en 2008, y ahí fue cuando realmente descubrí que me encantaba ese ambiente, ese ritmo de trabajo. Todo empezó a fluir desde entonces.
Luego me contrataron en Público, donde pasé dos años y medio o tres, una etapa en la que creo que más aprendí. El equipo tenía un nivel altísimo, y nuestro jefe, Álvaro Valiño, me enseñó muchísimo sobre infografía y sobre las claves del periodismo visual. Teníamos una dirección de arte muy potente y nos dejaban experimentar mucho con los límites del papel, porque en ese momento Público aún tenía edición impresa. Hicimos cosas bastante innovadoras.
Después de eso, me tomé un año sabático. Lo dediqué a reconstruir una casa que tengo por la zona de Sayalonga. Luego me fui a Argentina. Surgió la oportunidad de trabajar en el diario La Nación, donde dirigí el departamento de infografía. El equipo allí era buenísimo. Cubrimos elecciones, y como sabes, la actividad política en Argentina es tan intensa como en España, con una elección detrás de otra. El ritmo de trabajo era altísimo, pero eso nos permitió desarrollar un cuerpo de proyectos bastante potente en muy poco tiempo.
A raíz de eso, surgió la oportunidad de ir a Estados Unidos. Me incorporé al Washington Post, donde estuve varios años, primero como subdirector del departamento de gráficos, y luego como Senior Graphics Editors, que es como llaman allí al editor con más experiencia en reportajes visuales. Y la verdad, estoy muy contento con todo ese recorrido. Más tarde también estuve en la Agencia Reuters, pero eso ya fue más tarde.
P. Lo que no has tocado es el periodismo local. Siempre nacional o internacional. ¿Qué tan importante es?
R. A ver, el periodismo local, yo creo que es fundamental. Hoy en día es el tipo de periodismo que, digamos, ningún aficionado con un ordenador desde otra ciudad europea va a poder hacer. Estamos hablando de lo que ocurre en tu comunidad, de lo que realmente te afecta. Si hay un evento importante para tu familia o tus amigos, lo sabes gracias a la prensa local. Creo que estos medios son esenciales para dar forma al tejido comunitario, tanto en pueblos como en ciudades. Hablo de “local” desde el punto de vista de la ciudad en la que vives, de tu entorno más cercano.
La información enlatada te la puede dar cualquier medio nacional. Hoy en día, con la falta de recursos que tienen muchos medios, es común que tomen una nota de agencia, la recorten, la peguen y la publiquen bajo su cabecera. Pero al final lees lo mismo en un sitio que en otro. La prensa local, en cambio, tiene algo único: nadie desde fuera puede replicarla. Es salir a la calle, preguntar, observar lo que pasa en tu entorno. El trabajo del periodista local es insustituible. Yo, sinceramente, tomo el café cada mañana con el periódico en la mano. Si puedo, os leo a vosotros desde el móvil. Es un momento del día que valoro mucho y que, además, me ayuda a organizar el fin de semana: si hay un evento en algún sitio o una actividad cultural, lo descubro ahí.
Aquí en Montilla, por ejemplo, tenemos un par de medios locales. Yo recibo por WhatsApp la información de los eventos que se organizan en el pueblo, y muchas decisiones familiares las tomamos en función de eso. Si hay una actividad en alguna plaza o un evento cultural, cambiamos nuestros planes. Hace poco, por ejemplo, hubo el festival de Las Fuentes, que se clausuró en Montalbán, y nos enteramos por la prensa local. Vimos el cartel y dijimos: “Este fin de semana ya tenemos plan, no nos vamos”.
Al final, creo que eso es lo que construye comunidad. El problema de la despoblación en muchos pueblos del interior está cada vez más presente. Y, en mi opinión, los medios locales tienen mucho que aportar cuando se trata de organizar y dar sentido a la vida del pueblo.
A la prensa local nadie desde fuera puede replicarla
P. Es como la base que sustenta al periodismo, ¿no? El periodismo local, digo.
R. Yo diría que sí, aunque el periodismo se sostiene en muchas cosas. Para mí, su base está en la necesidad que tenemos como lectores de tener una figura que actúe como guardián, alguien que nos aclare lo que pasa, que responda a nuestras preguntas. Y en ese sentido, el periodismo local es incluso más importante, porque cumple esa función a escala cercana. Además, tiene un impacto real en tu día a día. Que El País, El Mundo o La Vanguardia digan algo sobre un político puede ser relevante, claro, sobre todo en el contexto actual. Pero en lo cotidiano, lo que realmente me afecta es lo que ocurre aquí, en mi entorno. Que un político se gaste el dinero público en lo que quiera, en restaurantes o en prostitutas, por supuesto que nos afecta. No digo que no. Pero a nivel local tienes ese plus: saber qué le está pasando a la gente que tienes cerca.
Sales a la calle y ves a las personas implicadas. Yo reconozco a muchos, concejales, gente de asociaciones, vecinos que sabes de dónde vienen o qué hacen. Y al final, eso es una herramienta más para hacer que los pueblos funcionen, sobre todo desde el punto de vista cultural y social.
P. Ya diste el paso después de Público a La Nación, a Argentina. Ya habías contado que pasaste de Rute a Málaga, de Málaga a Italia y de Italia volviste a Madrid, pero esto es un viaje totalmente diferente. Es otro continente, cruzas el charco, como quien dice. Y te vas a Argentina, que es una sociedad donde se habla castellano, pero que es totalmente distinta, ¿no? ¿Cómo fue ese paso?
R. Bueno, llegar a Argentina fue una auténtica aventura. A ver si me acuerdo bien, porque... básicamente fue un desastre. Luego tú ya lo escribes como quieras, no hace falta ni que lo edites mucho. Yo te lo cuento.
El día que llegué a Argentina hacía un calor insoportable. Había una ola de calor brutal, y además, llevaban como un mes con una huelga de recogida de basura. Justo en las horas en las que yo estaba llegando con la maleta cayó una tormenta enorme. Llovió a cántaros, con ríos de basura por las calles, 40 grados de temperatura... y para colmo, se fue la luz. ¡Brutal! No encontraba la casa donde me tenía que quedar. Aquello fue un caos. Justo el día que llegué, Página/12, un diario local, tituló: “Los cuatro jinetes del apocalipsis cabalgan por Buenos Aires”. Ese fue el contexto con el que me recibieron en Argentina.
Así que fue un poco como: “Wow... ¿Dónde he venido a parar?”. Yo venía de un pueblito perdido en el campo y de repente me encontraba en una ciudad inmensa, con la avenida 9 de julio, que tiene 16 carriles, ocho en cada dirección... Una auténtica locura. ¿Qué pasa? Que de pronto te despiertas en una ciudad que sientes como un ser vivo. Hay días en los que Buenos Aires es una bestia. Por el ruido, la gente protestando, los camiones, el tráfico... Y hay momentos en los que te preguntas: “¿Qué ha pasado aquí?”. Yo hacía esa analogía, como si la ciudad estuviera respirando. Al principio me costó un poco adaptarme a un entorno tan grande, pero enseguida me enamoré. La gente es maravillosa. Hice amigos que hoy siguen siendo compañeros de vida. La experiencia en Argentina fue única.
Fue complicada por temas como la inflación. Yo cobraba en pesos y aquello era insostenible. Había algo que llamaban el cepo cambiario, que impedía enviar divisas al extranjero. No podía mandar dólares a España, por ejemplo. La única forma de ahorrar era acudir al mercado negro y comprar dólares a un precio mucho más alto para guardarlos en casa. Pero eso tampoco me convenía porque no ganaba mucho. Así que, al final, lo que ganaba lo gastaba en viajar dentro del país, en conocer lugares nuevos. No estuve mucho tiempo, apenas año y medio o dos años, pero fue un período muy intenso, de conocer profundamente el país, disfrutarlo mucho... y lo recuerdo como un lugar precioso al que, de hecho, después volvimos.
P. Llegaste también, si no me equivoco, en una época complicada, ¿no? A nivel político, quiero decir. Hubo elecciones. Además, Argentina no termina de salir del caos político en el que vive desde hace años. ¿Cómo era la situación en aquella época en la que estuviste?
R. Sí. La época que viví fue la previa al gobierno de Macri, cuando Cristina Fernández todavía estaba en el poder. La recuerdo desde el papel que nos tocaba en La Nación, que es un diario conservador, uno de los más prestigiosos de Latinoamérica. No hay dudas sobre la calidad del periodismo que se hace allí. Es un medio muy sólido. Y claro, al tener una línea editorial más conservadora, desempeñábamos un rol muy activo de fiscalización política, por decirlo así. Yo trabajaba en temas de periodismo visual, así que desarrollamos muchos proyectos de representación gráfica: esquemas de lavado de dinero, gráficos explicativos sobre tramas de corrupción... Fue una época en la que me tocó practicar mucho con eso.
P. Fue una etapa en la que hiciste un máster en corrupción.
R. Sí, sí, un auténtico máster en corrupción. En periodismo de corruptelas, digamos. Que, por cierto, luego continuaría con el siguiente gobierno. Y quién sabe lo que ha venido después... Pero sí, son temas que siguen ahí, en los tribunales.
P. Después diste el salto a Estados Unidos. Si no me equivoco, al Washington Post directamente. Otro mundo, otra historia.
R. Sí. El Washington Post fue comprado por Jeff Bezos en 2014. En ese momento el diario venía arrastrando una pérdida constante de lectores y suscriptores. Bezos llegó con muchas ganas de invertir, y como parte de esa nueva etapa, me incorporé al equipo. Llegamos varios cientos de profesionales, y transformamos el diario. Lo pusimos, o al menos lo intentamos, al máximo nivel, con una fuerte apuesta por las nuevas tecnologías y por el periodismo en formatos innovadores. Estoy muy orgulloso del trabajo que hicimos en esa etapa, porque formé parte del equipo encargado de liderar esa transición dentro de la redacción. Fue una experiencia muy enriquecedora.
Yo llegué al Washington Post porque Jeff Bezos lo compró
P. ¿Cómo fue esa transición?
R. La transición no fue fácil, porque al final piensa que venías de una redacción muy ligada al formato papel y a un periodismo muy local: la zona de Washington, Maryland, Virginia, ¿no?, un poco todo lo que rodea la capital. Luego, según se fue desarrollando esa nueva apuesta, empezamos a tener una audiencia mucho más global, se ganaron varios millones de seguidores en esos años, y todo fue a través del desarrollo de nuevos formatos y de apostar directamente por ingenieros que trabajaban en la redacción con nosotros. Y claro, evidentemente está el contraste y todo lo que implica el problema de la reconversión.
En una redacción donde ciertas personas están asignadas a roles muy concretos, hacer el paso hacia lo digital fue complicado. Por ejemplo, había trabajos muy ligados a la producción del diario impreso que dejaron de ser necesarios, y no fue posible reconvertir a todo el mundo a la nueva dinámica digital. Entonces, por el camino, hubo compañeros que se quedaron fuera. Pero, en términos generales, creo que la apuesta del diario salió bien, porque al final logramos colocarlo, o al menos intentarlo, al primer nivel del periodismo nacional.
P. ¿Cómo era el periodismo estadounidense por aquella época?
R. El periodismo estadounidense en 2014... Bueno, te puedo decir que yo llegué a mi primera reunión y no me enteraba de nada de lo que estaban hablando. Mi inglés ya era malo, y además estaban tratando temas muy locales. Yo pensaba: “¿Pero esto de qué están hablando?”. El problema era que muchas de esas reuniones giraban en torno a asuntos locales: personas, cargos, tramas... En cualquier caso, no entendía la mitad de las cosas, y tenía la sensación de que aún no había llegado realmente a la ciudad, por así decirlo. Había entrado en la redacción, pero no estaba aún dentro del contexto.
Luego, cuando empiezas a meterte de lleno en el día a día y entiendes por dónde van las cosas, a mí me sorprendió mucho. Mi primer contacto real con el periodismo estadounidense fue un “¡Wow! ¡Qué suerte poder vivir esto!”. Porque era una época de cambio muy fuerte. Me tocó cubrir toda la campaña electoral que llevó al primer gobierno de Trump. Fue muy intensa y apasionante desde el punto de vista periodístico, porque cada día pasaba algo nuevo, inesperado. Era un reto constante. La sensación era la de estar persiguiendo desafíos nuevos a diario. Y bueno, eso fue muy enriquecedor, pero también agotador.
P. Además, tú en 10 años has vivido tres gobiernos, ¿no? Trump, Biden y otra vez Trump, si no me equivoco.
R. Sí, pero no exactamente. El gobierno de Biden ya me tocó vivirlo desde Europa. Yo viví los últimos años de Obama, luego toda la etapa de Trump, y ahora ya estoy de nuevo en España. Así que sí, fueron los últimos dos años de Obama y el comienzo del mandato de Trump.
P. Un cambio drástico, sobre todo en la sociedad estadounidense, ¿no? Estamos viviendo una polarización en todo el mundo, no solo en Estados Unidos.
R. Sí, totalmente. Al final, creo que no es algo exclusivo de Estados Unidos. Es una tendencia global: estamos viendo una polarización creciente en muchos países. No podría decir cuánto cambió exactamente la sociedad estadounidense, porque tampoco estuve todo el tiempo observándola con esa perspectiva. Ahora es algo que quizás se pueda analizar mejor desde fuera, pero no sería justo por mi parte afirmarlo categóricamente.
Allí no se vive necesariamente con esa sensación de extremos. Por ejemplo, en Estados Unidos ocurre que tú puedes vivir en el centro de una ciudad, donde prácticamente todo el mundo vota de una forma, y a pocos kilómetros hay barrios donde se vota de forma totalmente opuesta. Los patrones visuales de voto son muy interesantes. Si miras un mapa electoral, los centros urbanos suelen ser azules —más progresistas— y las zonas periféricas, rojas —más conservadoras—. Y eso no es nuevo; ha sido así desde hace tiempo. Lo que sí se ha visto en los últimos años es una acentuación de esa polarización.
P. Por otro lado, todo lo que ocurre en Estados Unidos coge una magnificación notable.
R. Desde aquí, desde España, parece que todo lo que ocurre allí adquiere una dimensión internacional muy marcada. Todos los grandes medios quieren tener un corresponsal en Estados Unidos, si se lo pueden permitir. Creo que eldiario va a tener ahora uno. Tiene sentido. Al final, muchas de las decisiones más importantes a nivel mundial se toman allí. Es un poco como lo de Bruselas, pero a otra escala.
Estamos viviendo una polarización en todo el mundo, no solo en Estados Unidos
P. Volviendo un poquito al periodismo, ¿cómo trabaja una redacción estadounidense? ¿Es muy diferente a lo que vivimos aquí, en España?
R. A ver, las redacciones han cambiado mucho, y quien diga que no, miente. No tienen nada que ver con lo que eran hace años. Estoy seguro de que en España también ha pasado, aunque llevo mucho tiempo sin trabajar aquí. Por ejemplo, cuando yo empecé como becario en El Mundo, había una máquina de cerveza en la redacción. Te podías sacar algo de la vending -es decir, máquina expendedora-... eso en Estados Unidos es inimaginable.
Pero si hablamos del día a día, el trabajo en sí no es tan distinto. Quizás los estándares sean diferentes. Allí, por ejemplo, no puedes escribir “según fuentes consultadas” sin decir quiénes son. Eso no se permite. Si vas a publicar algo, tiene que estar verificado, preferiblemente con dos o tres fuentes. Eso requiere más tiempo, claro. Tal vez no seamos tan rápidos a la hora de publicar cuando algo no está confirmado. Somos más conservadores.
Y eso lo aprendes allí. Aquí, muchas veces una fuente te dice: “Te quiero contar esto para que lo publiques, si no, no te lo diría”. Y yo respondo: “Vale, entonces tengo que poner tu nombre”. Y te dicen: “Ah no, pon que son fuentes consultadas”. Pues no, eso allí no vale. En esencia, es el mismo trabajo. Las dinámicas humanas son muy similares. Las relaciones, las tensiones entre roles —como la típica lucha entre el editor y el redactor— están en todos lados. También hay relaciones de cariño, de confianza... Al final, es la misma historia con distintos envoltorios.
P. Volviendo a tu trabajo, al que te ha valido el Pulitzer, que fue la cobertura del intento de asesinato de Trump, algo que a mí me resulta muy curioso: hacerlo desde aquí. Y ese trabajo de campo lo hiciste a miles de kilómetros de donde sucedió, ¿no? ¿Cómo fue ese día y cómo trabajaste ese tema?
R. Vale. Sí. A ver, básicamente, ese día empieza... Yo estaba en casa de mis padres. Lo típico: voy a hacerles una visita de vez en cuando. Había dormido allí esa noche, habíamos cenado, en fin. Y me iba a ir muy temprano para salir con la Peña Ciclista Montillana, que son buenísimos. Salimos todos los domingos, sin fallar, y es una maravilla. Intentamos no perdernos ni uno porque tenemos nuestros puntos, en fin, es un lujo poder salir con ellos cada fin de semana.
La cuestión es que estaba en Rute, tenía la bici en la furgo con la idea de levantarme muy temprano para venir aquí. Salíamos a las 8:00 o las 9:00. Entonces, me dije: “Me levanto a las 6:00, me vengo para acá”. Y cuando me despierto en Rute, a las 6:00, miro el teléfono y veo que han intentado asesinar a Trump. En ese momento piensas: “Me voy a currar ya, a ver cómo puedo echar una mano”. Ya sabes que nosotros vamos con seis horas de diferencia respecto a la costa este estadounidense. Entonces, cuando yo empecé a trabajar, allí eran las 0:00, ya había pasado la tarde y la noche del sábado. Así que mi trabajo aquí le dio algo de respiro a algunos equipos de Estados Unidos, ese trabajo inicial de breaking news.
Todo el domingo fue trabajar en verificar todas las informaciones que llegaban: sabíamos que había un muerto, un disparo por allí, otro elemento por allá. Con todo el material disponible -agencias, reporteros nuestros allí- intentamos cuadrar con imágenes de satélite, hacer los mapas, ubicar cada cosa en su sitio: dónde estaba el francotirador, dónde la policía... Analizar casi frame a frame cada vídeo para recrear lo ocurrido, por escenarios, cómo fue todo. Fue un trabajo muy rápido y con mucho cuidado por ser fieles a la realidad. Si das un dato nuevo, tiene que estar verificado. Así que el domingo nos centramos en desarrollar todos los mapas y en ayudar a liderar esos primeros momentos con el equipo de gráficos. Decidimos hacer una recreación en 3D a partir de los mapas, levantarlo todo en tres dimensiones.
Ahí empezamos a ver cosas interesantes, como que había árboles entre los tejados desde los que disparaba el francotirador y la zona donde estaban los agentes del Servicio Secreto. Con el equipo de Visual Forensics del Post analizamos si esos árboles podrían haber interferido en la visión de los agentes. También miramos el terreno, un compañero trajo datos para hacer una elevación real del parque donde fue el ataque. Durante esos primeros días, verificamos información con fuentes de la Casa Blanca, compañeros desde Washington llamaban a diario para contrastar datos, análisis de seguridad, etc. Con todo eso, sacamos varias piezas. Una fue ese modelo en 3D con el análisis visual de lo ocurrido. Y ya está. Prácticamente eso fue. Yo ahora ya ni me acuerdo cuántos días fueron... creo que unos diez, dos semanas como mucho.
P. ¿Diez días únicamente con eso?
R. Únicamente con eso, sí. Exactamente. Sí, sí.
P. ¿Cuáles fueron las conclusiones del trabajo?
R. Yo creo que la conclusión a la que se llegó fue que hubo fallos de seguridad desde el equipo encargado de proteger al candidato -porque en ese momento Trump aún era candidato-. Y sirvió para arrojar luz a los lectores sobre cómo se había desarrollado todo ese evento. Y ya está, ese fue el trabajo.
P. Y por ese trabajo de todo el equipo ganasteis finalmente el Pulitzer.
R. Exactamente. Sí, sí. Fue un equipo bastante amplio: desde personas como el fotógrafo que estaba prácticamente delante de Trump en el momento de los hechos -Jabin Botsford, que hizo algunas de las fotos más icónicas- hasta todo el trabajo posterior: el mapeo, las piezas que se publicaron. No recuerdo cuántas se enviaron, quizá tres o cuatro como parte del paquete. Una de ellas fue, en concreto, el análisis en 3D del Post.
P. ¿Qué sentiste cuando te dijeron que habíais ganado el Pulitzer?
R. Yo estaba acostado, ni estaba pendiente. Me empezaron a entrar wasaps de mis compañeros del Post y luego los del Times. Primero los de la redacción anterior: “¡Samuel, Samuel, que has ganado el Pulitzer!”. Y yo pensaba que me estaban tomando el pelo. Pero luego vi que desde el Times también me escribían y dije: “Bueno, pues muy bien”. No le di mucha importancia. Lo comenté con mi pareja y me acosté. Por la mañana ya sí que lo pensé un poco más: “¿Verdad que esto ha pasado?”. Y entonces me puse a mirar bien.
En Estados Unidos la gente no vive con esa sensación de extremos
P. Te pilló ya en el Times, después de pasarte.
R. Sí, claro. El cambio al Times siempre tiene dos caras. Por un lado, el reto de enfrentarte a una redacción nueva, con personas que no conoces. Y además, trabajando en remoto como hago yo, es más complicado. En el Post llevaba varios años y tenía relaciones construidas, sabía a qué departamento ir cuando necesitaba algo. En el Times, al principio fue todo más incierto. Justo el primer día que entro, Israel decide atacar al Líbano, y nosotros, desde Internacional, era uno de los grandes eventos del año. Yo estaba sin ordenador, sin nada configurado, intentando mandar información útil a los compañeros por Slack, pero sin conocerlos ni saber cómo podía ayudar. El primer día fue un poco accidentado, pero luego todo fue muy bien.
Ya conocía a algunos compañeros de etapas anteriores y la adaptación ha sido superrápida. Desde el primer día me sentí muy integrado en el equipo, haciendo proyectos con los que me siento muy ilusionado. Uno de los que más atención requieren ahora mismo es, como decías, la guerra en Gaza. También se ha intensificado. No diría que es estresante, pero sí que requiere estar muy activo, porque muchas cosas ocurren de noche.
P. ¿Cómo es trabajar desde aquí, a tantos kilómetros, con ese tipo de guerras? Tiene que ser complicado de gestionar, ¿no?
R. Claro. Tenemos la suerte de, al ser una redacción tan grande, contar con un equipo también en Seúl. Entonces, cubrimos las 24 horas con gente en plantilla. Tenemos muy entrenado lo que llaman handoff, que consiste en pasar el trabajo de un turno al siguiente: una hora lo trabajo yo, la siguiente otro, y así. Lamentablemente, lo hemos tenido que hacer tantas veces con tantos conflictos abiertos que ya está muy mecanizado. Sabemos cómo trabajar en grupo de forma eficaz. Sobre todo en situaciones tan dramáticas como estas.
P. Hemos hablado del pasado, del presente y ahora toca un poco del futuro. Una de las herramientas más importantes y emergentes en el periodismo es la inteligencia artificial. Cada vez se integra más en las redacciones. ¿Cómo la ves tú? ¿Crees que va a ser un elemento activo o algo más residual?
R. Yo creo que sí, al final es una herramienta más. Llegó la rueda y fue una revolución, y al final nos ayudó en muchas cosas. La IA viene para quedarse, y simplemente habrá que ir definiendo entre todos cuál es el uso que le damos.
En el día a día ya se está viendo como algo muy útil para tareas mecánicas y repetitivas. En algunos proyectos ya la hemos usado. Por ejemplo, cuando tienes que analizar miles de imágenes de satélite, puedes entrenar un algoritmo para que detecte el objeto que buscas. Hay mucho espacio para experimentar, y la prueba es que todas las redacciones ya la están usando.
P. Y ya la última, Samuel. ¿Hacia dónde va el periodismo del futuro? Porque tú has visto la evolución del nacional, internacional, estadounidense, argentino, español…
R. Sí. Yo creo que el periodismo se está orientando, por necesidad, hacia un modelo de subsistencia, en el que tienes que entenderte con tu lector. Conocer sus necesidades y también sus posibilidades. Si quieres que se suscriba —que es clave—, tienes que hacerle ver que paga por un servicio. Y no todo el mundo lo entiende.
Ese trabajo empieza mucho antes, como hablábamos de los jóvenes. Si un joven puede gastarse un euro en cualquier otra cosa, pero no en leer, quizás es porque no ve valor en eso. Tenemos que hacer ese esfuerzo. En mi opinión, el periodismo debe ir hacia un modelo más abierto. Yo llegué al gremio en 2008, justo cuando estalló la crisis de Lehman Brothers, y eso afectó muchísimo a la prensa en España.
Yo estaba empezando como becario, pero acabé como colaborador. Me pagaban más porque sabía hacer cosas con código. Estaba dando otro tipo de servicio, y me contrataron como colaborador. Pero al final del verano nos bajaron el sueldo un 20 %, por lo que perdían en ventas y publicidad.
Entonces, si el periodismo tiene que ir hacia algún lado, es hacia un punto de encuentro entre lectores y editores. No puede haber una brecha entre ambos. El periodismo son sus lectores. Si no tienes lectores, se acabó.
La IA en el periodismo ha venido para quedarse
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