Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
La izquierda y la ideología 'woke'
Ciertos sectores de la izquierda, y en concreto el ala liberal y socialdemócrata, se sienten cada vez más incómodos con la llamada ideología woke, una ideología que impregna cada vez más la base social de dichos partidos y su masa de votantes, en especial a los jóvenes.
Tal incomodidad se debe a dos razones. La primera radica en lo que estos sectores de la izquierda entienden como un excesivo fervor identitario del wokismo en torno a la defensa específica de determinados colectivos (pueblos sin estado, indígenas, inmigrantes, refugiados, minorías religiosas, afroamericanos, homosexuales...) Es este un fervor que, en opinión de esos sectores, estaría apartando a la ideología woke de las reivindicaciones transversales que tradicionalmente han sido rasgos distintivos de la izquierda (estado de bienestar, justicia social, libertades civiles, igualdad económica…) Los grupos identificados con el wokismo niegan esta crítica al entender que la defensa que ellos hacen de las minorías y de los colectivos discriminados por el poder político y económico forma también parte de la mejor tradición de la izquierda.
La segunda razón de esa incomodidad estriba en que el movimiento woke reclama para sí la autenticidad de la izquierda ante una socialdemocracia a la que consideran impotente para afrontar la creciente desigualdad, por plegarse, cuando gobierna, a la lógica de los mercados asimilando los postulados del liberalismo económico (menos regulación, más libertad empresarial, menos presencia estatal…) Además, el wokismo considera a la socialdemocracia una ideología ya trasnochada e incapaz de entender los actuales procesos de cambio, en especial el cambio cultural. Obviamente, los partidos socialdemócratas rechazan esa crítica, presentando como prueba de descargo sus evidentes logros reformistas y su contribución a los pilares del sistema público de bienestar. Por eso se irritan cuando el wokismo y sus grupos afines dicen, en tono provocador, que solo cuando la socialdemocracia gobierna con la “izquierda de la izquierda”, y gracias precisamente a la presión que recibe desde ese lado, es capaz de poner en marcha programas de reformas sociales. Ejemplos de ello pueden verse en las tensas relaciones entre el PSF (socialista) y la France insoumise en Francia, o entre el PSOE y Podemos (y también Sumar, aunque menos) aquí en España, partidos impregnados cada vez más de las ideas woke.
Ello explica que, en los últimos años, se hayan publicado diversos trabajos en círculos próximos a la izquierda liberal y socialdemócrata que muestran tal incomodidad e irritación, tratando de reivindicar su legado reformista ante las actuales pretensiones hegemónicas del movimiento woke. Uno de los más recientes, y que está teniendo gran impacto, es el libro “Izquierda no es igual a woke” (2024), cuya autora es Susan Neiman, una destacada filósofa estadounidense nacida en 1955 y que dirige el Foro Einstein de Postdam (Alemania). Dado su interés, lo he tomado como referencia para escribir este artículo sobre las relaciones de la izquierda con el wokismo, un artículo que es algo más que una amplia reseña del citado libro al incluir por mi parte diversas reflexiones suscitadas por su lectura, algunas de ellas discrepantes con la tesis de la autora.
Sobre el término 'woke'
El término fue acuñado en 1938 por el cantante de blues Lead Belly al incluir la frase stay woke (mantente despierto) en la letra de su canción “Scottsboro Boys” dedicada a unos adolescentes negros de Alabama acusados falsamente de violar a dos chicas blancas. De ese modo, el término woke (una variante de la palabra awake en dialecto afroamericano) sirvió de referencia a la lucha por los derechos civiles en los EE.UU., estando desde entonces lo woke tan asociado a la izquierda liberal allí encarnada en el Partido Demócrata (PD), que, para mucha gente, aún son casi sinónimos.
Sin embargo, la posterior deriva del wokismo hacia los asuntos identitarios ha generado inquietud en la izquierda norteamericana, sobre todo a raíz del avance del ala trumpista en el Partido Republicano, culminado con la victoria de Trump el pasado 5-N y el control de las dos cámaras legislativas. En la campaña electoral, el trumpismo centró sus críticas en caricaturizar lo woke y, de paso, descalificar a la izquierda, en general, y al PD, en particular. En su crítica, el trumpismo le reprocha a la ideología woke, y en general a la izquierda, el supremacismo moral con que presentan sus reivindicaciones. Asimismo, los acusa de ocuparse de modo obsesivo por asuntos que, en su opinión, sólo interesan a las élites y los “progres” de las grandes ciudades (el género, la orientación sexual, el cambio climático, las minorías étnicas…) olvidándose de lo que ellos entienden son los problemas reales de la gente común de la América “profunda” (la inseguridad, el coste de la vida, la pérdida de la identidad nacional, la amenaza exterior, la degradación de las zonas industriales, el deterioro de las rentas agrarias…)
No obstante, y aunque lo woke se haya desarrollado principalmente en los campus universitarios de los EEUU, es un hecho que se ha ido extendiendo por el resto del mundo, generando similares incomodidades en el seno de la izquierda liberal y socialdemócrata. En particular, la ideología woke está ya muy presente en los países europeos, inspirando las movilizaciones de los grupos racializados, así como de los colectivos LGTBI+ y de ciertos sectores del feminismo e incluso del movimiento animalista y de algunas ramas del ecologismo. Son todas ellas demandas que se mueven en la órbita de la izquierda y que, además, conectan con muchos jóvenes, lo que le da un componente generacional al wokismo, dificultando que los partidos socialdemócratas puedan cuestionar las ideas woke al identificarse con ellas gran parte de sus potenciales votantes.
Las bases intelectuales de la ideología 'woke'
En su libro, Neiman va más allá de la crítica que, desde la derecha, se les hace a las ideas woke, pues la considera oportunista y carente de solidez argumental. Su propósito es explorar las bases intelectuales de la ideología woke con el fin de buscar una explicación interna a su innegable deriva identitaria, que es, en opinión de esta autora, la causa del alejamiento del wokismo de los principios de la izquierda.
En tal sentido, señala que la ideología woke asigna, de modo erróneo, identidades y derechos no a los individuos, sino a los colectivos sociales, como si fueran grupos homogéneos e indiferenciados de personas sometidas a niveles similares de marginación. Y eso conduce al wokismo a simplificar la realidad social, dado que, en la práctica, las situaciones dentro de cada colectivo son muy diferentes. No es lo mismo, señala Neiman, la identidad de ser gay, lesbiana o transexual en Teherán o en Kabul, que serlo en París, Londres o Nueva York; y tampoco la de ser negro o magrebí pobre en una banlieu o en el suburbio de una gran ciudad, que serlo como deportista de élite, ejecutivo o artista de éxito.
Los derechos están en la persona, no en los grupos de pertenencia identitaria (en línea con las ideas expresadas por el filósofo francés Albert Camus hace más de sesenta años). Eso no impide que, de un modo coloquial, se hable en general de los derechos de determinados colectivos sociales y que se admita que formar parte de uno de esos colectivos es, con independencia de la posición socio-económica de cada individuo, una señal inequívoca de identidad y un estigma que implica mayor probabilidad de ser discriminado.
Rastreando las bases intelectuales del wokismo, Neiman detecta el legado marxista (la desigualdad estructural asociada al capitalismo), pero también el de Foucault (la presencia omnímoda del poder y sus diversas dimensiones) y el de Nietzsche (el cuestionamiento de la racionalidad occidental) e incluso el de Schmitt (el mundo entendido en clave amigo/enemigo). Además, añado yo, cabe señalar la influencia en la ideología woke (sobre todo, en el ámbito cultural) de algunos autores postmodernos (como Derrida, Baudrillard, Bourdieu, Bauman…) y su énfasis en los símbolos, la distinción, las emociones, el pensamiento líquido… y también de autoras como Judith Butler con su teoría queer en asuntos de género, y en especial en lo relativo a la determinación no biológica del sexo.
Repliegue corporativista
En el desarrollo posterior del wokismo, las clases sociales (un elemento tradicional de la izquierda) habrían sido sustituidas por una especie de constelación diversa e ilimitada de grupos identitarios (pueblos sin estado, mujeres, afroamericanos, LGTBI, indígenas…) cada uno de ellos luchando de forma separada por defender sus derechos y por el reconocimiento de su propia y específica identidad.
Llevada al extremo, esta idea excluyente estaría en la base de la llamada “cultura de la cancelación”, que ha existido siempre, pero que hoy amplía sus efectos al amparo de las plataformas digitales de internet y en un ambiente de relativismo rampante y de ausencia de grandes consensos sociales en muchos temas. Para esta cultura, el mejor modo de defenderse en ese contexto relativista es atacando (cancelando) a quien ose discrepar, anteponiendo la defensa del grupo a la libertad de opinión.
Neiman señala también en su libro que, al asumir de forma simplista y fragmentaria las ideas de poder, desigualdad e injusticia en términos de confrontación amigo/enemigo, y enfatizar de un modo excesivo lo que nos diferencia y no lo que nos une como seres humanos, el wokismo renuncia a los principios universalista que han inspirado a amplios sectores de la izquierda, circunscribiendo su discurso y reivindicaciones al estrecho marco identitario de cada colectivo.Ello implicaría, por un lado, un tribalismo que, como he señalado, fragmenta el discurso y la realidad social en múltiples grupos identitarios, y por otro, un nihilismo que, aceptando la tesis foucaultiana de que el poder impregna toda la vida social y que no hay posibilidad alguna de combatirlo a escala global, conduce a replegarse en la defensa corporativa de cada grupo. En definitiva, lo que cohesiona al wokismo es, según Neiman, la idea excluyente de que uno debe conectarse ssolocon aquellas personas que pertenecen a tu grupo de referencia identitaria, y de que no es necesario comprometerse con nadie más.
En el caso de lo woke, y utilizando el enfoque del capital social, veo en ello una ideología que aboga por el repliegue dentro del propio grupo mediante lazos “fuertes” emocionales (capital tipo bonding), en detrimento de la cooperación con grupos de fuera (capital tipo bridging).
Víctimas y culpables
Tal como reconoce Neiman, el wokismo partiría, en su origen, de una loable preocupación por los derechos de colectivos injustamente discriminados, y de ahí su cercanía con la izquierda. Pero el problema está en que, en sus excesos identitarios, la ideología woke ha ido reduciendo a cada uno de esos colectivos al prisma de su propia marginación, elevándolos a la categoría de víctimas en un panorama traumático y de fuerte carga emocional.
Además, lo woke enfatiza el modo como se les ha negado históricamente la justicia a estas minorías étnicas y raciales, exigiendo reparar ese daño. Ello implicaría que las naciones y los pueblos que se han beneficiado de ello (sobre todo, el mundo occidental) deban confrontarse con sus propias historias, expiando sus posibles culpas y revisando un pasado construido sobre el poder desigual de la fuerza. Esto, que, llevado de forma equilibrada, no tendría que ser negativo para las poblaciones occidentales, sino positivo e incluso reconfortante, acaba, por el celo revisionista del wokismo, dividiendo el mundo entre un Norte dominante (malvado y explotador) y un Sur dominado (víctima y explotado), ignorando así la responsabilidad en ello de las élites postcoloniales y dando lugar a reacciones airadas en las antiguas metrópolis.
No obstante, al situar el foco en las desigualdades de poder y en el sufrimiento de determinados colectivos marginados (víctimas indudables de ese poder), la ideología woke relega a un segundo plano el concepto de justicia universal, afirma Neiman. Por ejemplo, la filósofa estadounidense señala que debemos expresar nuestra solidaridad con la discriminación que sufren muchas personas afroamericanas y apoyar al movimiento Black lives matter, pero no porque las víctimas sean negros, sino por el hecho de que cada uno de ellos sea una persona con derecho a ser tratada con dignidad y justicia. Es esta una afirmación que vale también para empatizar con las personas discriminadas por su etnia o condición sexual, o para mostrar solidaridad tanto con las víctimas gazatíes o libaneses de los bombardeos del ejército israelí, como con las víctimas judías de los atentados de Hamás del 7 de octubre.
Recuperar valores universales
En definitiva, el libro de Neiman apela al legado histórico de la izquierda liberal y socialdemócrata para que abandone su inacción y supere sus complejos respecto de la ideología woke. Afirma que si la izquierda quiere avanzar y salir de su actual parálisis (de la que la propia izquierda es responsable al haber tenido responsabilidades de gobierno en muchos países) debe desprenderse del ropaje identitario del wokismo con que una gran parte de ella se había revestido de forma nihilista en las tres últimas décadas, resignada ante la hegemonía de las políticas neoliberales. En opinión de Neiman, solo liberándose de la ideología woke podría la izquierda abrirse de nuevo al universalismo y a las ideas cooperadoras y plurales que han sido sus rasgos distintivos.
El problema de esta tesis, añado yo, radica en el empeño de Neiman por identificar en exclusiva a la izquierda con su ala liberal y socialdemócrata, en cuanto heredera de los valores universalistas legados por la Ilustración, algo que, en mi opinión, no se corresponde con la realidad de nuestro tiempo. Como he señalado al principio de este artículo, el movimiento woke también enarbola la bandera de la izquierda (la auténtica, proclaman) reflejando las demandas de esas nuevas generaciones de jóvenes que, compartiendo con sus mayores parecidos ideales de libertad y justicia social, se han impregnado de valores distintos de los de la tradición liberal y socialdemócrata y que son fruto de los cambios culturales que les han tocado vivir.
No obstante, si bien preocuparse por los derechos de los colectivos más discriminados es parte, sin duda, de la tradición de la izquierda, no lo es el repliegue corporativo e identitario del wokismo en torno a la defensa por separado de cada colectivo. Por eso, sólo mediante la cooperación y las alianzas con otros grupos (capital social tipo bridging), la izquierda (sea de inspiración liberal y socialdemócrata, sea de inspiración woke) podrá afrontar los grandes retos de nuestro tiempo (cambio climático, fuentes de energía, salud, vivienda, nuevos modelos de familia, revolución digital, nuevas formas de trabajo, precariedad laboral…) Todos ellos son retos que afectan de forma transversal al conjunto de la sociedad, y a los que, en un contexto de avance del populismo y de la antipolítica (el pueblo salva al pueblo), hay que dar respuesta desde la política general, dadas las limitaciones para abordarlos desde las fragmentadas políticas identitarias.
Sobre este blog
Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
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