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Vencedores y vencidos en París

Carmen Avilés posa con los aros olímpicos

Eduardo Moyano

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Los Juegos Olímpicos de París han finalizado. En su ceremonia de clausura se ha unido el pasado, el presente y el futuro de las Olimpiadas, en una síntesis entre el clasicismo griego y la tecnología futurista. Los Ángeles cogen el relevo para 2028.

En las diversas y numerosas competiciones, el dolor y la gloria, el triunfo y la derrota, se han distribuido entre los deportistas, tal como ocurre en las olimpiadas de la vida. Recordemos que, en la antigüedad clásica (Grecia y Roma), había varias divinidades para interpretar las vicisitudes de los mortales. Una de ellas era la diosa Fortuna (Tiqué, para los griegos) y, asociada a ella, Niké, la diosa alada de la victoria; otra, la Némesis. La diosa Némesis era la que introducía una cierta justicia redistributiva para evitar el endiosamiento de las personas encumbradas en la gloria por su buena Fortuna tras una larga serie de triunfos guiados por Niké, la diosa de la victoria.

Ahora que cada país hace balance sobre los éxitos logrados mirando de reojo el ranking del medallero y comparándose con otros del mismo nivel de desarrollo, cabe señalar que, en eventos como éste de las Olimpiadas de París, la obtención de una medalla no es sólo resultado del esfuerzo, el talento, la preparación y la inversión económica en las áreas deportivas, sin duda necesarios, sino también de la suerte. Las diosas Fortuna, Niké y Némesis han tenido mucho qué decir en ello.

El pertiguista Armand Duplantis, el nadador Leon Marchand, la fondista Sifan Hassan, el judoka Teddy Riner, el equipo danés de balonmano o el norteamericano masculino y femenino de basket, por poner sólo algunos ejemplos, cumplieron con su condición de favoritos y tuvieron de cara el viento de la fortuna que los condujo a la victoria.

Pero en el caso de otros favoritos no fue así. Una caída inesperada en la barra de equilibrio le impidió subir al podio a la admirable Simone Biles en esa especialidad de gimnasia. El etíope Lamecha Girma, plusmarquista mundial de 3.000 metros obstáculos, tropezó en la penúltima valla cuando encaraba la curva final en el grupo de cabeza. Un mal relevo dejó sin medalla al poderoso equipo norte-americano de 4x100. El mítico keniata Eliud Kipchoge, doble campeón olímpico en Río y Tokio, se retiró de la maratón, esperando a que le pasara el último de los atletas en un gesto que engrandece aún más su ya legendaria figura…

Entre los españoles, la fortuna sonrió al equipo formado por Álvaro Martín y María Pérez, que lograron el oro en la prueba de marcha por relevos, al igual que a la selección masculina de fútbol y a la femenina de waterpolo. También a los regatistas Diego Botín y Florián Trittel en vela, o al triplista Jordán Díaz, que lograron el oro en sus pruebas, por citar sólo algunos casos.

Pero en otros casos, los favoritos no tuvieron la suerte de cara y vieron truncadas sus esperanzas de alcanzar la gloria. El golfista Jon Rahm se dirigía imparable hacia el oro y se hundió en los últimos tres hoyos, descendiendo al quinto lugar. En una mala caída, Carolina Marín se rompió la rodilla y se retiró lesionada cuando enfilaba la final de bádminton. Los regatistas campeones del mundo Jordi Xammar y Nora Brugman quedaron cuartos en la última regata del 470 mixto. La triplista Ana Peleteiro tuvo un mal día y se quedó fuera del podio. La futbolista Alexia Putellas falló un penalti en el último segundo del partido contra Alemania dejando a nuestro país sin la medalla que dábamos por segura… Y así podríamos seguir.

Como ocurrió con la lluvia que deslució el día de la inauguración, a muchos de estos favoritos se les apareció la Némesis en el momento más inesperado y se quedaron sin la gloria que anhelaban y a la que se creían destinados al haber sido tantas veces protegidos por las diosas Fortuna y Niké.

Si nos fijamos en muchos deportes, y más cuando todos se concentran en unos Juegos Olímpicos, el brillo de la victoria es lo que más destaca, dada su naturaleza competitiva. La derrota se percibe como un fracaso, incluso como una tragedia nacional dado el sentimiento patriótico con que se viven las Olimpiadas. Pero la realidad nos dice que la derrota en el deporte es mucho más común que la victoria, ya que son más los que se quedan a las puertas de la gloria, que los que consiguen cruzarla.

No hay que hacer, por tanto, un drama de las derrotas de los deportistas, sino verlas como la parte más humana del deporte, como ejemplo de la falibilidad de nuestra siempre limitada condición física y mental. Deben aceptarse como lo que realmente son, lances de un juego (en este caso, los juegos olímpicos) en los que el azar desempeña un papel importante.

Como escuela de vida que es el deporte, las derrotas se deben mostrar como algo habitual, marcado muchas veces por la superioridad del rival, pero también en no pocas ocasiones por el hecho de no tener la suerte de cara en los momentos decisivos. Las diosas Fortuna y Némesis son partes intrínsecas del juego, de las vicisitudes de la vida, y en muchas ocasiones no conducen a la diosa Niké de la victoria, sino a la derrota.

Pero de las derrotas se aprende, incluso más que de las victorias, por lo que, aun siendo dolorosas, de nada vale lamentarse, sino reconocerlas, levantarse y seguir adelante. Por ello, honor y gloria a los vencedores, pero también a los que no han logrado en estos Juegos Olímpicos la medalla soñada o han visto frustradas sus aspiraciones, pues son merecedores del máximo respeto por su esfuerzo, constancia y dedicación.

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