Cuando un plástico y unas maderas son el techo donde pasar el verano en el horno de España
Es media tarde en Córdoba en un día cualquiera del sofocante verano en esta ciudad, donde un año sí y otro también se baten récords por altas temperaturas. Las calles están prácticamente vacías, porque la vida se resguarda en el interior de las casas a esas horas, para pasar lo peor del día refugiados con el aire acondicionado o el ventilador. Pero hay unos vecinos que prefieren pasar la tarde precisamente fuera, en el exterior, porque el calor de la calle es 'mejor' que estar bajo los techos y las paredes de las infraviviendas que pueblan los asentamientos chabolistas de la ciudad.
Ginel y Luminita llevan veinte años en Córdoba y viven en uno de los asentamientos junto al Camino de la Barca, en el extrarradio de la ciudad. Él tiene que llevar “día y noche” -cuenta- un dispositivo que le suministra oxígeno. Está sentado fuera de su chabola, en una silla bajo una destartalada sombrilla que han recogido para proporcionar algo de sombra.
Tras él, su vivienda, hecha de maderas, chapas y con plásticos en el tejado contra la lluvia, pero que ahora convierten la chabola en un auténtico invernadero donde el calor es insoportable. “No se puede estar”.
Luminita se ha acercado, como muchos otros vecinos del asentamiento, a recoger garrafas de agua que les suministra Cruz Roja, además de productos de higiene. Acarrean las garrafas como pueden para llevarlas a sus viviendas, donde el suministro de agua potable es un sueño inalcanzable, al igual que la electricidad. El aire acondicionado y el ventilador que es indispensable para sobrevivir para el resto de los cordobeses en el verano, aquí son una quimera.
Infraviviendas sin medios para refrigerarse
Niños, adultos y personas mayores, junto con algún perro, conviven en este asentamiento, uno de los trece que tiene Córdoba y donde Cruz Roja contabiliza unas 700 personas, que pasan el verano sufriendo las altas temperaturas de la ciudad sin ningún medio para refrigerarse y con unas infraviviendas que no les protegen del calor. “Sacamos los colchones fuera” y así pasan parte del día y también muchas noches al raso, a la espera de que la madrugada traiga algo de fresco, explican a este periódico.
Lo peor es el día y las tardes eternas del verano cordobés, dice Luminita con la frente llena de gotas de sudor que manan sin descanso ante el sol. Como ella, Constantine y también Olimpia junto a su marido, recogen las garrafas de agua con las que beber y cocinar. Otros dos vecinos del asentamiento esperan su turno sentados también fuera de sus viviendas. Nadie está bajo techo por la tarde porque las chabolas se convierten en auténticos hornos donde ni siquiera entra el poco aire que corre.
Gorgiana y su marido llenan un carro con las garrafas de agua. Cuentan que viven en un asentamiento cercano, junto a otras decenas de vecinos. La mayoría son personas rumanas, de etnia gitana, pero también viven aquí algunos españoles. Todos ellos presentan su documentación en regla, con la que Cruz Roja registra la ayuda que dispensa, para que el reparto de agua y otros productos se realice equitativamente. Reciben agradecidos y necesitados esa ayuda, sin la que la vida se les haría aún más difícil.
Menores vulnerables ante el calor
La estampa de las infraviviendas es un continuo de chabolas hechas con maderas, plásticos y chapas, dispuestas unas junto a otras dejando una especie de 'plaza' común central, desierta bajo el sol cordobés, a donde solo asoman los vecinos cuando llega el reparto de la ayuda de Cruz Roja con sus vehículos.
Cochecitos de niños aparcados a un lado de las chabolas dan una pista de los menores que también pueblan este asentamiento y que, como tales, sufren especialmente las altas temperaturas. Pero, como el resto de las familias, no tienen dónde refugiarse, salvo buscar una sombra entre vivienda y vivienda -donde se les ve jugar- o bajo algún árbol.
Las familias de este poblado muestran su realidad, quieren que la sociedad vea cómo tienen que vivir, en medio de una extrema pobreza que en el sofocante verano cordobés acarrea para ellos otro peligro más por las altas temperaturas, a las que se enfrentan sin ninguna defensa.
Pero en sus palabras no se detecta esperanza alguna de que el futuro cercano vaya a ser mejor para ellos. Veinte años y veinte veranos han visto pasar en estas condiciones Luminita y Ginel. “Muchos años”, dicen con resignación. “Y mucho calor. Mucho”.
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