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Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

La Agenda 2030

Reunión sobre la Agenda 2030

Eduardo Moyano

15 de marzo de 2024 20:12 h

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Desde hace unos años, la Agenda 2030 es objeto de controversia. Los que la elogian muestran con orgullo el pin con el círculo multicolor de su logo, mientras que sus detractores la convierten, por el contrario, en el chivo expiatorio sobre el que cargar las culpas de todos los males y riesgos que acucian a las sociedades de hoy (climáticos, sociales, económicos, políticos…)

Lo mismo es enarbolada la Agenda 2030 como bandera para avanzar en los derechos de ciudadanía, que se la hace responsable de la crisis de los modelos tradicionales de familia (por fomentar la igualdad de género e inspirar los programas de libertad sexual). Incluso se la culpabiliza de la intensificación de los procesos migratorios (por impulsar los programas de acogida en los países de destino).

De igual modo, para los ecologistas es la adalid de la lucha contra el cambio climático, mientras que para los agricultores es blanco de su ira por considerarla la principal inspiradora del Pacto Verde Europeo que tanto critican. Algunos grupos llegaron a utilizarla para explicar la causa de la pandemia COVID-19 como efecto perverso del proceso de globalización implícito en dicha Agenda.

En ese contexto cada vez más exacerbado, los detractores de la Agenda 2030 le colocan, además, el sambenito de ser el ariete de una conspiración internacional dirigida a socavar las bases de la civilización occidental. Para ello, basta con ver los mensajes de los partidos de la derecha radical, como Vox (en España), FdI (Hermanos de Italia), AfD (Alternativa por Alemania), RN (en Francia) o Chega (en Portugal), sobre la que llaman de modo despectivo “agenda globalista”, convirtiéndola en el aglutinador de la cólera de sus seguidores. Asimismo, los que la aplauden con entusiasmo (partidos verdes, de la izquierda, pero también liberales) la ven como una agenda global, como un motor del cambio social y un símbolo de las libertades y la transición ecológica en el mundo.

Escuchando a los que claman contra ella, da la impresión de que o no la han leído detenidamente o prefieren quedarse con algunos de los estereotipos difundidos por los nuevos discursos nacionalistas y que activan las viejas agendas proteccionistas demonizando los acuerdos de cooperación internacional y de apertura comercial, así como el intercambio y el mestizaje cultural. Pero oyendo los argumentos de los que la elogian, pueden verse en ellos posiciones mesiánicas respecto a la salvación del planeta que no están en la Agenda 2030, denunciando con vehemencia los efectos destructivos de los actuales modelos económicos e ignorando, desde un cierto supremacismo moral, la diversidad de los sistemas de producción y consumo (incluidos los convencionales) que sí reconoce la propia Agenda.

Por eso, quizá tenga sentido exponer aquí, con fines pedagógicos, la naturaleza de la Agenda 2030, el contexto en que surgió y su significado político, así como su contenido y el modo como se está implementando.

Génesis y naturaleza de la Agenda

Es habitual en el marco de Naciones Unidas aprobar documentos estratégicos para orientar las políticas de los Estados miembros en determinadas áreas. En esos documentos se suele plantear un listado de objetivos generales a alcanzar, fijándose un horizonte temporal y definiendo un conjunto de metas concretas y tangibles para cada objetivo. Eso ocurrió, por ejemplo, en 2000, cuando los gobiernos de 180 Estados miembros de Naciones Unidas aprobaron en la cumbre de Nueva York la Declaración del Milenio.

Justo cuando finalizaba el periodo establecido en la citada Declaración, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó por unanimidad el 25 de septiembre de 2015 la Agenda para el Desarrollo Sostenible (conocida como “Agenda 2030” por fijar en ese año el horizonte temporal de las acciones previstas en ella). La Agenda 2030 cogía, por tanto, el relevo de la anterior Declaración del Milenio y ampliaba los ocho objetivos de aquélla a los 17 que forman su actual plan de acción en pro del desarrollo sostenible.

La Agenda viene rigiendo los programas mundiales, nacionales y regionales de desarrollo en el periodo 2015-2030, comprometiendo a los Estados miembros de Naciones Unidas a emprender acciones y librar recursos económicos en pro del desarrollo sostenible. La Agenda 2030 supone, sin duda, un compromiso político de los Estados con el conjunto del planeta. Pero también reconoce que la diversidad de situaciones entre países y la soberanía nacional de cada uno de ellos en materia de recursos naturales, humanos y económicos, hacen que el propósito general del desarrollo sostenible deba ajustarse a los retos específicos de cada país.

Por ello, admite que sean los gobiernos nacionales los que fijen sus propias metas y sus propios ritmos a la hora de aplicar las acciones necesarias para lograr los 17 ODS, introduciendo así una buena dosis de pragmatismo que la aleja de cualquier veleidad maximalista.

Su contenido

La Agenda 2030 plantea 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que abarcan las esferas económica, social y medioambiental. Los ODS y sus metas correspondientes se elaboraron tras más de dos años de consultas públicas a la sociedad civil, además de arduas negociaciones entre los Estados miembros de Naciones Unidas. No puede decirse, por tanto, que sea una Agenda impuesta desde arriba por las élites económicas, políticas o ambientalistas, como suele difundirse entre los círculos de opinión contrarios a ella. Pero tampoco los que la apoyan pueden arrogarse su exclusiva paternidad sobre un documento que fue resultado de un amplio consenso político y que atraviesa todas las ideologías.

Los 17 ODS de la Agenda 2030 incluye objetivos tales como poner fin a la pobreza (ODS1); erradicar el hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible (ODS2); garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades (ODS3); garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, así como promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida (ODS4), y lograr la igualdad entre los géneros, impulsando el empoderamiento de las mujeres (ODS5).

Asimismo, incluye garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible, así como el saneamiento de los recursos hídricos (ODS6); asegurar el acceso a una energía asequible, segura y moderna (ODS7); promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, así como el empleo y el trabajo decente (ODS8); construir infraestructuras resilientes, promoviendo los modelos de industrialización sostenible y fomentando la innovación (ODS9), y reducir las desigualdades entre países y dentro de cada país (ODS10).

Incluye, además, los objetivos de lograr que las ciudades sean más seguras, inclusivas y sostenibles (ODS11); impulsar modelos sostenibles de producción y consumo (ODS12); adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos (ODS13); utilizar de forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos (ODS14); gestionar de modo sostenible los bosques, luchar contra la desertificación y detener e invertir la degradación de las tierras y la pérdida de biodiversidad (ODS15); promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas (ODS16), e impulsar las alianzas entre países (ODS17) para avanzar en el logro de los objetivos fijados en la Agenda.

A la vista de la diversidad de temas que cubren los ODS, y del amplio margen de autonomía que tienen los Estados para su implementación, resulta difícil encontrar argumentos sólidos para oponerse a una Agenda que, además, fue aprobada, como he señalado, por todos los Estados que forman Naciones Unidas, por lo que no cabe calificarla de sectaria ni divisiva. Asimismo, el pragmatismo que emana de sus páginas aleja cualquier tentación de abordar el desarrollo sostenible con estrategias de ruptura o con posiciones maximalistas. 

Su implementación

De acuerdo con la situación y singularidades de cada país, los gobiernos nacionales prestan, según sus posibilidades y recursos, mayor o menor atención a los distintos objetivos que forman la Agenda 2030, creando departamentos administrativos específicos y poniendo en marcha planes y programas concretos. Su aplicación está siendo, por tanto, muy desigual y heterogénea, habiendo países en los que está muy avanzada y otros en los que apenas se ha iniciado.

En el caso de la UE, la creación de la DG de Acción por el Clima, así como el Pacto Verde Europeo, se inspiran en la Agenda 2030, al igual que ocurre con los reglamentos que emanan de dicho Pacto (como el de Restauración de la Naturaleza). Lo mismo cabe decir de las iniciativas nacionales, como por ejemplo el proyecto de ley de desperdicio alimentario o la existencia de una DG de la Agenda 2030 en uno de los ministerios del gobierno Sánchez. Otro buen ejemplo son las iniciativas regionales e incluso locales que se desarrollan en distintas áreas (conectividad, integración social, salud, educación, infraestructuras, movilidad sostenible, consumo energético…) y que están en sintonía con alguno de sus 17 ODS.

En cada uno de los ODS, Naciones Unidas establece un conjunto de indicadores para medir el grado de cumplimiento y comprobar el avance que se está produciendo, así como para detectar las posibles dificultades encontradas en el proceso de implementación de la Agenda 2030. Sobre la base de esos indicadores, Naciones Unidas publica cada año un Informe sobre el grado de cumplimiento de la Agenda 2030.

Un balance

El último Informe, correspondiente a 2023, año intermedio de la Agenda, destaca los avances que se han producido en temas de salud maternoinfantil, acceso a la electricidad y redes de conectividad, así como en igualdad de género en los ámbitos políticos. Sin embargo, también pone de manifiesto retrocesos en el ámbito de la seguridad alimentaria (debido, sobre todo, a la guerra de Ucrania y los efectos persistentes de la pandemia COVID-19) y la conservación de los ecosistemas terrestres y marinos (ocasionados por los modelos intensivos de producción).

Además, el informe señala que “el cambio climático continúa avanzando a una velocidad mucho mayor de la prevista”, al tiempo que “la acidificación de los océanos se acelera, la degradación del suelo no se ha detenido, las especies vegetales y animales continúan en riesgo de extinción y los patrones insostenibles de consumo y producción siguen predominando”.

Como ocurre con todos los documentos de esta naturaleza, los objetivos que se plantean en la Agenda 2030, al igual que los de la anterior Declaración del Milenio, suelen ser muy ambiciosos y, por ello, de difícil logro. Sin embargo, el hecho de que existan y planteen objetivos a alcanzar supone ya en sí mismo un impulso para las políticas nacionales y regionales. Además, son también un acicate para que la opinión pública presione a los poderes públicos en favor de programas de acción dirigidos a avanzar en el desarrollo de las tres dimensiones de la sostenibilidad: social, económica y ambiental.

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Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

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