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Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

Eppur si muove, Europa

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tras presentar el plan de rearme.

Eduardo Moyano

4 de marzo de 2025 20:06 h

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Con el regreso de Trump a la Casa Blanca, vivimos de sobresalto en sobresalto, como esos boxeadores noqueados a punto de besar la lona del ring ante la fuerza bruta de su adversario. Sus amenazas nos descolocan por cuanto atentan contra las reglas que han regido la diplomacia internacional y los organismos multilaterales desde el final de la II Guerra Mundial.

Además, el cambio de posición de los EE.UU. respecto a la invasión rusa de Ucrania supone un peligroso atentado contra la integridad territorial de los países tal como ha sido concebida en los últimos setenta años y reconocida en la carta fundacional de Naciones Unidas. No se debe aceptar que una nación soberana, como Ucrania, sea desmembrada de una parte de su territorio por otra nación de mayor fuerza militar, como Rusia, sin haber tenido lugar provocación previa alguna ni haberse producido ninguna negociación con el país invadido. Tampoco debe aceptarse el vergonzante acoso, tanto físico como verbal, al que sometieron Trump y su vicepresidente Vance en el despacho oval al presidente ucraniano Zelenski. Un acoso que provocó asombro y sonrojo en muchas cancillerías europeas, además de la indignación de millones de personas que vimos en directo el estilo matón y chulesco con que trataron al representante de un país hasta entonces aliado.

De instalarse ese estilo en las relaciones internacionales, se abriría de nuevo la “caja de Pandora”, ese cofre mitológico que creíamos haber cerrado de forma definitiva en gran parte del mundo gracias a la expansión de los valores civilizatorios frente a la barbarie. En un contexto así, cabe preguntarse con qué argumentos se podría detener, por ejemplo, una nueva invasión de Putin a alguno de sus países vecinos, disuadir a China de la invasión de su deseada Taiwán o impedir que se haga realidad la amenaza de Trump contra el territorio de Groenlandia.

Pero si no queremos entrar en pánico ni arrojar la toalla ante el cúmulo de provocaciones de Trump, la UE tiene que fajarse y saber reaccionar con “inteligencia estratégica”, tal como señaló Teresa Ribera, vicepresidenta primera de la Comisión Europea, en su entrevista del pasado domingo 23 de febrero en el diario El País. La UE no debe entrar a trapo en la estrategia de provocación que suele utilizar Trump, sino mantener la cabeza fría y la firmeza suficiente para reaccionar cuando la situación lo exija con las herramientas de que dispone.

¿Puede hacer algo Europa?

La UE puede hacer poco en algunos temas, pero mucho en otros, si sabe controlar su justificada indignación, haciendo valer sus bazas, que las tiene. Por lo pronto, debe distinguir entre, de un lado, las declaraciones y medidas de Trump que afectan al ámbito económico y comercial (aranceles), y, de otro lado, las que tienen que ver con los ámbitos de tipo más cultural (por ejemplo, la obsesión del trumpismo con la ideología woke). Además, la UE debe separar la política interna norteamericana (por ejemplo, la deportación de los inmigrantes ilegales o las purgas en la administración federal), que nos indigna, pero que nada afecta a los intereses europeos, de la política exterior y de defensa que sí puede afectarnos (por ejemplo, la obscena propuesta de hacer de Gaza la “Riviera del Mediterráneo”; el ya citado cambio de posición de EE.UU. respecto a Ucrania, o la amenaza expansionista sobre Groenlandia, que, como parte de Dinamarca, es una región de la UE).

Ante la política de Trump, la UE, y cada uno de los países que la forman, pueden sentirse realmente amenazados en sus intereses (por los efectos que pudieran tener en nuestra economía) o indignados (por atentar contra los valores éticos que forman la base moral de la construcción europea, como la tolerancia, los derechos civiles o el respeto de las minorías). También podemos sentir la sensación de ser ninguneados por el viejo amigo americano al haber sido excluida la UE de las primeras reuniones entre Rusia y EE.UU. para alcanzar un acuerdo en una zona de conflicto tan cercana a nuestras fronteras.

Pero esos tres tipos de sentimientos (amenaza, indignación y exclusión) son de diferente naturaleza, y requieren respuestas distintas, ya que el margen de actuación europea no es el mismo en todos esos ámbitos. Hay que recordar de modo insistente que la UE no es una verdadera “unión política” y puede que no lo sea a corto y medio plazo. Por eso, es preciso huir de ensoñaciones federalizantes y admitir que, a día de hoy, la UE es sólo una agregación de estados-nación que ha creado un mercado económico común, ha comunitarizado por completo sólo tres políticas: la agraria, la pesquera y la de cohesión, y ha construido, parcialmente, una unión económica y monetaria en torno al “euro”, lo cual no es poco.

No es poco, en efecto, lo logrado por el proyecto europeo en sus más de sesenta años de historia, pero tampoco tanto como para lanzar las campanas al vuelo y creernos superiores a otros países y regiones del mundo. La realidad es que, en todo lo que no sean políticas comunes, la UE depende de laboriosos y complejos acuerdos de cooperación entre los distintos gobiernos nacionales, como sucedió con la COVID y como ocurre con la inmigración, la seguridad interna, las relaciones internacionales o los asuntos de defensa exterior. La falta de unión política explica el hecho de que el presupuesto común sea sólo un exiguo 1% del PIB de los 27 EE.MM., y también la desesperante lentitud de la UE para adoptar decisiones sobre los temas que hoy atraviesan la agenda internacional. Pero, aun así, la UE eppur si muove y reacciona.

Por ejemplo, ante el anuncio de Trump de aumentar los aranceles a los productos europeos que entran en los EE.UU., la UE debe y puede responder con rapidez y de forma unida, ya que dispone para ello de las herramientas adecuadas al entrar en el ámbito de las políticas comunes, pudiendo hacer valer, además, su amplio mercado común de 450 millones de consumidores. Debe apelar, primero, a la OMC (Organización Mundial del Comercio), respetando así los compromisos europeos con las reglas multilaterales del comercio, pero si Trump las incumple como es probable, la UE deberá adoptar un equivalente aumento arancelario a los productos norteamericanos que entran en el mercado europeo. Ya lo ha hecho en otras ocasiones y puede volverlo a hacer ahora.

Sin embargo, en asuntos de tipo ético y moral (la deportación de inmigrantes ilegales) los europeos sólo podemos limitarnos a realizar meras declaraciones de denuncia y solidaridad, y eso sin demasiados aspavientos, dado que, dentro de la propia UE, y debido al auge de una ultraderecha que crece en volandas del trumpismo, también se están resquebrajando los valores que parecían sagrados en el proyecto de construcción europea. Lo mismo cabe decir en cuanto al retroceso en materia de libertades y derechos civiles que ya se está observando en algunos países de la UE, como Italia o Hungría, y que pronto puede suceder en otros más (el fuerte aumento de AfD en las pasadas elecciones alemanas es un anticipo de lo que puede venir).

Pero lo que está generando mayor desasosiego en la UE por la cercanía de nuestras fronteras es, como he señalado al principio de este artículo, la política de Trump respecto a la guerra de Ucrania, que ha roto de forma radical el apoyo incondicional de Biden al gobierno de Zelenski y que la UE ha estado siguiendo fielmente. La conferencia del pasado 18 de febrero en Riad entre Rusia y los EE.UU. sobre Ucrania, dejó a la UE en shock al excluirla de las negociaciones de paz, cuando había sido la que más ha contribuido en ayuda militar y humanitaria al gobierno ucraniano. Asimismo, el voto del representante del gobierno de Trump en el último Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra la resolución que reconoce la integridad territorial de Ucrania y considera una agresión intolerable la invasión rusa, cambia la doctrina de los EE.UU. en este conflicto al alinearse por primera vez con Rusia, anticipando lo que puede esperarse en un mundo sin reglas.

En todo caso, la UE debe contribuir a facilitar el camino hacia la paz de un conflicto que corre el riesgo de estancarse en perjuicio sobre todo del pueblo ucraniano. Es un conflicto que debería haberse solucionado hace tiempo, cuando, una vez detenido el avance inicial ruso, la OTAN decidió, con buen criterio, no enviar tropas al escenario de guerra, dada la naturaleza defensiva de la Alianza y el hecho de no formar Ucrania parte de ella, lo que implicaba aceptar de hecho la presencia rusa en la parte oriental del territorio ya ocupado.

Del shock en el que aún está, la UE espera salir tras la reunión del Consejo Europeo convocada para este jueves 6 de marzo por su actual presidente el portugués Antonio Costa, y para la cual la presidenta de la Comisión la alemana Úrsula von der Leyen propone movilizar unos 800 mil millones de euros con el fin de impulsar el rearme de los países europeos. Pero será sólo con propuestas realistas y lo suficientemente consensuadas entre los EE.MM. como podrá la UE salir airosa de la situación de parálisis en la que se encuentra, evitando enredarse en asuntos que no les compete, como la ocurrencia planteada el pasado domingo 2 de marzo en la cumbre de Londres de enviar a Ucrania tropas europeas como fuerza de paz, algo que debiera corresponder a Naciones Unidas.

Tampoco debe enredarse en el complejo asunto de la política común de defensa, que divide más que une a sus miembros, cuando aún no hay una política exterior común, lo que sería algo así como poner el carro antes de los bueyes. Por eso, la citada propuesta de la Comisión Europea para impulsar el rearme no hay que interpretarla en el sentido de una política común de defensa, sino simplemente como una medida realista para dotar de fondos a los gobiernos nacionales con el fin de que aumenten su gasto militar y coordinen sus respectivas políticas nacionales en un contexto que amenaza la seguridad europea. Aunque es verdad que por algo se empieza, y que de las crisis la UE ha salido reforzada.

La adhesión de Ucrania a la UE, una baza negociadora

Descartada la entrada de Ucrania en la OTAN por no parecer ahora lo más conveniente y por oponerse a ello su socio más poderoso (EE.UU.), la única contribución real que puede hacer la UE a la paz es impulsar la integración del país ucraniano en las Comunidades Europeas. Pero para ello, se deben superar las reticencias que existen por parte de no pocos gobiernos de la UE ante el fuerte impacto económico que ello puede tener por la gran población de este país, así como por su vasta dimensión territorial y, sobre todo, por su fuerte potencial agrícola. La adhesión de Ucrania a la UE hay que verla, sin embargo, no sólo como un asunto económico, sino político. Así lo fue en su día la entrada de España, Portugal y Grecia para consolidar sus incipientes democracias; también lo fue la de varios países excomunistas del Este europeo (Polonia, Chequia, Croacia, Bulgaria, Rumanía, Hungría…), y lo está siendo ahora con los que esperan una pronta adhesión.

Creo que es ahí, en el tema de la adhesión de Ucrania donde la UE debe concentrar sus esfuerzos para lograr con prontitud una posición común que le permita tener un relevante protagonismo en las negociaciones de paz. No tiene mucho sentido seguir reafirmando el apoyo a Ucrania, enviándole ayuda militar una vez que se la retira los EE.UU. Tampoco le veo sentido abrazar con efusividad al presidente Zelenski si esas muestras de afecto no van acompañadas de pasos tangibles en la dirección de facilitar una pronta entrada de Ucrania en la UE ante el riesgo (real) de que se instale en la capital Kiev un gobierno prorruso. Todo lo que no sea dar pasos en la dirección de facilitar la adhesión de Ucrania, será un discurso retórico, además de costoso e ineficiente, que acabará vaciándose en poco tiempo y diluyendo el papel de la UE en este asunto.

Conclusiones

A pesar de no ser una verdadera “unión política”, la UE eppur si muove en los momentos de crisis y la situación actual lo es. Debe jugar bien sus bazas, que las tiene, y no entrar en el espectáculo de las provocaciones que tanto le gusta a Trump. Pero debe ser lo suficientemente realista e inteligente como para saber en qué áreas actuar y en cuáles no, y con qué medios hacerlo para ser efectiva en la guerra comercial que se avecina. Además, y sin renunciar al rearme como mecanismo propio de defensa en un contexto de desorden mundial, la UE ha de posicionarse de modo pragmático en el nuevo escenario internacional, abandonando actitudes belicistas respecto a Ucrania que no le corresponden y diversificando sus posibles alianzas estratégicas hacia otras regiones (Mercosur, China, países del Golfo…), una vez que el amigo americano ha dejado de ser el socio en que confiar, al menos mientras dure la presidencia de Trump.

Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

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