BOLETÍN | Envoltorios
Al ritmo que vamos, el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A), ese edificio que algunos llaman mamotreto pero que los expertos consideran uno de los activos culturales de la ciudad, as tiene hoy más futuro como centro de congresos encubierto que como espacio de creación vanguardista.
Las pruebas son claras: en pocas semanas se han anunciado tres actos que desvirtúan su propósito original, algunos comunicados casi de tapadillo. Primero, un evento de empleo ligado a la Base Logística del Ejército: política en estado puro, sin relación alguna con el arte. Luego, un homenaje a El Lebrijano: flamenco magnífico, sí, pero ajeno al espíritu contemporáneo del centro. Y la semana que viene llegará un congreso internacional de bandas de música.
Y habrá más. No sería raro que en las próximas autonómicas la Caja Negra acabe como salón de mítines. Sin dirección ni en el C3A ni en el CAAC de Sevilla, nadie parece dispuesto a frenar la conversión de un espacio único en Córdoba en un simple recinto para congresos.
Podríamos debatir si el C3A debe abrirse a propuestas fuera de lo que los expertos consideran arte y creación contemporánea. Ese debate sería útil. Pero todo apunta a que este “aperturismo” responde más al desgaste político: tres expertos cesados (Rodríguez Fominaya, Álvarez Reyes y Blázquez) y un proyecto frustrado (TBA21) han agotado la paciencia de la consejera de Cultura, pese a que el centro ni siquiera ha cumplido diez años (lo hará en diciembre de 2026).
Mientras tanto, no querría estar en la piel del empresario que gestiona el Palacio de Congresos de la calle Torrijos, pagando un canon a la Junta mientras esta le crea competencia… al otro lado del río.
Off Wraped
La entrevista del pasado domingo de Aristóteles Moreno a Ana Rojas, impulsora de la necesaria iniciativa Offline Córdoba, me ha recordado el nutritivo documental que Resident Advisor le dedicó a mi admirado Terre Thaemlitz, un productor de música electrónica trans, queer y esquivo, que defiende mantener su catálogo lejos de plataformas y redes. Ambos plantean, cada uno desde su micromundo, la misma urgencia: repensar cómo accedemos a la cultura y cómo ese acceso moldea nuestras relaciones y nuestra vida interior.
Thaemlitz insistía en una entrevista en que no hay capacidad de generar comunidad en una compra online, indistinguible de adquirir un álbum de Rosalía: la música se convierte en mercancía y desaparece el encuentro. Su apuesta por los “medios digitales offline” no es nostalgia, sino resistencia ante un sistema que mercantiliza y despoja a los artistas de control, tras años viendo su obra distribuida sin permiso en las principales plataformas (a través de los sellos en los que había publicado décadas atrás, cuando Spotify no era ni una idea posible).
Esa vía genera un contacto real —lo experimenté comprando directamente en su web—, y conecta con la inquietud de Rojas: no demonizar la tecnología, sino admitir que el ruido infinito de las redes erosiona la atención y convierte nuestro tiempo en un flujo de estímulos que muchas veces derivan en frustración.
Esas ideas llegan en estos días de Spotify Wrapped en redes sociales: gente que, en un acto más narcisista que melómano, comparte sus gustos musicales en una plataforma que maltrata sistemáticamente e invisibiliza a los artistas que dicen que les gustan. De hecho, hasta alguno de esos artistas independientes, es el caso de Vega, han dicho públicamente que gracias por nada.
Si fuera honesto, el Wrapped debería decirnos a qué empresas armamentísticas sufragamos cuando escuchamos pop, rock y shoegaze en una plataforma que ya cuenta con más del 25% de su catálogo con música hecha por Inteligencia Artificial. El Wrapped, de hecho, es el símbolo que define a la perfección lo perdidos que andamos como consumidores culturales.
Thaemlitz, Rojas y también Vega apuntan —aunque sin proclamarlo— a revalorizar los espacios lentos: en la música, en la lectura, en cualquier proceso creativo. Lo offline permite relaciones menos utilitarias, basadas en el cuidado mutuo: comprar directamente a un artista o entrar en una librería crea un vínculo que no cabe en un clic ni en un algoritmo. Ese gesto mínimo es político.
Rojas preguntaba: “¿dónde quieres llegar tú?”. Esa cuestión resuena en la posición radical de Thaemlitz: no todo proyecto cultural debe someterse a la visibilidad permanente, aunque sobrevivir sin redes sea casi imposible. Pero ambos sugieren posibilidades más conscientes y menos agresivas de estar en el mundo cultural. Defienden la fuerza de lo limitado, lo local y lo íntimo: la cultura como espacio de encuentro —no sólo de consumo— si recuperamos el tiempo y la atención que el ruido digital nos roba.
Ya que hoy ha salido Terre Thaemlitz, y también es tiempo de listas de lo mejor del año, uno de los discos más bonitos que se ha publicado este 2025 es precisamente suyo. La primera edición en vinilo de Soil, un disco de ambient increíble que Terre publicó en 1995 y que, en su 30 aniversario, sigue tan joven (y enigmático) como cuando salió. El vinilo, de hecho, ha volado.
PD: Si puedes compartir en tus redes esta turra en vez del Wrapped, te pago con un 🔥, un 😉 y un ❤️.
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