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Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

La pequeña cicatriz

Vistas de la ciudad.

Eduardo Moyano

3 de mayo de 2024 19:53 h

6

A Paul Auster,

In memoriam

 

Es domingo de mayo en Nueva York. La mañana está soleada, y uno de los parques del barrio de Sunset Park está muy concurrido. Gente de diversas razas y edades disfruta del día festivo paseando por el parque. Algunos fotografían los parterres cubiertos de flores o contemplan las pequeñas barcas de remos bogando en las aguas serenas del estanque. Otros hacen running o pasean acompañados de sus perros. Familias hispanas organizan un pic-nic reuniendo una algarabía de niños, tíos y abuelos. Tendidos en el césped, algunos jóvenes leen un libro o escuchan música en Spotify por sus auriculares inalámbricos. Muchos miran fijamente sus smartphones sin levantar la cabeza de la pantalla.

Un padre joven enseña con sumo cuidado a su hijo de poco más de cuatro años a montar en bicicleta. Está divorciado, y hoy es el día que le toca estar con él. Sabe que tiene que aprovecharlo al máximo, y concentra en su hijo todo el inmenso cariño paternal que siente. El niño, confiado, se atreve a ir solo, pero pierde el equilibrio y al caer se hace una herida en la barbilla. Mana sangre en abundancia, pero no pasa de un pequeño susto. El padre se la seca con un pañuelo, y le lava la cara en una de las fuentes del parque. Pero inquieto, coge a su hijo en brazos y se va al ambulatorio más cercano. Le desinfectan la herida y le ponen varios puntos de sutura.

No lejos de allí, en un centro geriátrico de Brooklyn, un anciano de avanzada demencia senil toma el sol en uno de los patios de la residencia. Sentado a su lado, su hijo Miles le presta todas las atenciones que sabe. Han estado mucho tiempo distanciados y apenas ha existido relación alguna entre ellos. Desde que Miles salió de su casa hace ya más de cincuenta años, han sido dos desconocidos el uno para el otro. Sólo se veían el Día de Acción de Gracias, y eso mientras su madre vivió. A su muerte, ni eso. Sólo hablaban por teléfono muy de tarde en tarde, y sin saber qué decirse.

Pero, desde que ingresó en la residencia geriátrica, Miles suele ir a verlo un domingo cada mes. A veces se pregunta para qué va, pues su padre ya no recuerda nada ni reconoce a nadie. No habla y tiene la mirada perdida en no se sabe dónde. Sólo sonríe cuando acaricia con su mano temblorosa la pequeña cicatriz que tiene Miles en la barbilla. Ese gesto sencillo y entrañable hace que los ojos de su padre se iluminen como dos ventanas abiertas al mar. Entonces, dos lágrimas caen lentamente por su rostro enjuto y arrugado, mientras Miles le aprieta la mano en un intento ya vano de acercamiento. Él no recuerda cómo se produjo la herida, y su padre nunca se lo ha contado. Pero esa pequeña cicatriz es lo único que ahora los mantiene unidos.

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Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

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