Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
Trumpet blues
Un solo de trompeta suena todas las mañanas en el vial norte, justo a la altura del conservatorio de música. Es un sonido que parece el aullido de un lobo y que desgarra el alma escuchándolo. Atraviesa como una daga las copas de los árboles y reverbera en el agua que cae por las fuentes en cascada.
Quien la toca es un hombre de pelo blanco y hombros algo caídos, que tiene el corazón destrozado por la muerte de su hijo Julio. Sucedió hace ya diez años, pero continúa presente en su memoria como una herida siempre abierta, nunca cicatrizada.
Cuando aún no había cumplido la veintena, el automóvil en el que viajaba con su banda de tambores y cornetas chocó frontalmente contra un camión. Murieron dos jóvenes, Julio entre ellos. Era la madrugada del Martes Santo y regresaban en varios coches después de tocar en un desfile procesional en el pueblo de al lado, y el de su hijo tuvo la mala fortuna del accidente.
Cursaba entonces estudios superiores de trompeta y soñaba con hacer de la música su profesión. Durante varios años, lo había llevado en su coche al conservatorio de la ciudad poniendo en ello el empeño y la dedicación de la que sólo los padres son capaces. Desde que Julio era niño, veía en él una intensa pasión por la música, en especial por los instrumentos de viento que escuchaba con deleite en los alegres pasodobles que tocaba la banda municipal en las fiestas del pueblo o en los misereres de Semana Santa. La pasión de su hijo se merecía el esfuerzo que había que hacer.
Tienes que perseguir tus sueños, le decía, pensando en que él no fue lo bastante valiente para perseguir el suyo, resignándose a continuar con la tradición familiar de la medicina. Pero el sueño de su hijo se truncó esa fatídica noche de primavera de hace diez años cuando la policía avisó al servicio de urgencia del hospital donde él estaba de guardia informando de un accidente ocurrido en una de las carreteras comarcales.
Al llegar en la ambulancia, se le rompió el alma al ver el cuerpo de Julio en la carretera, vestido con el uniforme azul y blanco de hombreras y botones dorados que con tanto orgullo lucía con su banda de música en esas ocasiones. Apenas respiraba y de nada sirvieron sus esfuerzos desesperados por reanimarlo, entrando ya muerto en el hospital.
El dolor que sintió por la muerte de Julio fue tan grande, que nada ni nadie podía consolarle. Él, que tantas vidas había salvado, fue incapaz de salvar la más querida, la de su hijo. Era un reproche constante que le lanzaba Carmen, su mujer, como un dardo envenenado. No podía esquivarlo por más que lo intentaba, y eso fue abriendo una brecha entre ellos cada vez más profunda.
Nada fue igual desde entonces. Entre la culpa y la tristeza, el recuerdo de Julio estaba siempre vivo en cada rincón de la casa, como un alma en pena buscando cobijo, pues los muertos no acaban de irse nunca.
Al jubilarse quiso evocar la memoria de su hijo retomando su vieja pasión por la música, y se matriculó en el conservatorio en un curso de trompeta para mayores. Lleva dos años y ya toca algunas baladas, que las ensaya en uno de los bancos del parque antes de entrar en clase. Su don nunca aprovechado para la música le ayuda. Hoy pulsa los pistones de la trompeta de su hijo, sonando a través de la arboleda las notas del concierto de Telemann en re mayor que a Julio tanto le gustaba.
En esos momentos es como si su hijo le guiara los dedos y le insuflara el aire por la boquilla de la trompeta. Sólo así ha podido calmar su pena, pero no la tristeza que sale de la campana de plata como el canto de un pájaro herido en la mañana. No puede evitar que vuele cada día sobre su cabeza, pero ha logrado que al menos no anide en su corazón.
Sobre este blog
Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
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