Vida (gracias, Martín)
Nos empeñamos en separar la muerte de la vida como si fueran antónimos, cuando cada una es parte indisoluble de la otra, siamesas. No logramos aprender este axioma -probablemente el único indiscutible en este mundo el que no paramos de perorar- y el dolor vuelve a cantar victoria de cuando en cuando.
Me crucé en el camino de Martín gracias a que una amiga tiene un gusto exquisito al elegir a la gente que rellena su vida. Desde el primer momento me di cuenta que no era un tipo cualquiera. A pesar de su densa vida, aplicaba la sabia máxima de escuchar el doble de lo que hablaba. Aprendía, aprendía y aprendía de todo y todos. En sus 49 años, Martín había vivido mínimo el doble que cualquier coetáneo. Nunca el tiempo era perdido para él.
Las largas conversaciones veraniegas -recuerdo una de ellas con la final del último mundial de fondo, reducido a un simple partido de pretemporada-, su psicología, su Córdoba de Balonmano, su incomprensión/amor hacia las mujeres -¿a quién no le pasa?-, su madridismo de pacotilla, la humildad ante sus éxitos y su análisis de sus fracasos, su forma de decirte que estabas equivocado, sus lamentos al agarrarse su barriga creciente añorando sus tiempos de deportista, su magnífica pechuga al pesto, lo mal que disimulaba lo jodido que estaba con su calvicie, el timbre de su voz, la suerte que tuve al poder despedirme de él...eso ya no me lo va a quitar nada, ni su partida.
Al releer lo que llevo escrito veo que cometo el error del mal escritor de repetir mucho una palabra. En este caso es vida. En absoluto voy a rectificar, porque a pesar de que se nos fue, Martín es vida.
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