El catarro más celebrado
Hacía un tiempo que no me dejaba caer por aquí. El motivo era muy claro: no era capaz de unir dos líneas. No tenía ningún problema personal, ni profesional, que provocara mi excedencia con el teclado. Simplemente, mi cerebro decidió que no se iba a escribir durante algún tiempo, de ningún tema.
En verano, de golpe, mis dedos empezaron a desentumecerse y empezaron a darle forma a una novela policiaca. Así, del tirón. De no tener ni la capacidad de escribir una entrada de un blog, a salirme doscientas cincuenta páginas relativamente enlazadas, con su planteamiento, nudo y desenlace. Me lo he pasado de escándalo buscando hipótesis y argumentos para mi que protagonista resuelva el asunto, intentando eliminar tópicos o frases hechas, en fin, dándole forma a la historia, haciéndola lo más limpia posible.
Pero lo mejor de estos dos meses ha ocurrido esta madrugada. El domingo terminé el primer borrador y ahora estoy con el repaso, limando los muchos defectos de la trama y peleándome con los guiones de diálogo o las tildes diacríticas que tanto odio. El repaso ya no es necesario hacerlo en el ordenador, pues no requiere una velocidad mecanográfica tan alta como cuando los folios estaban en blanco. Así que me trasladé al salón y cogí una tableta. A eso de las dos de la madrugada, por fin, me entró una ligerísima, pero fresca ráfaga de aire. Mientras cambiaba frases de sitio y dudaba si eliminar definitivamente uno de los primeros capítulos, en los que ni yo conocía bien aún a mi protagonista, me entró una pizca de frío. No, no. Mi novela no es de ciencia ficción, y lo que les estoy contando es verídico. La literatura me hizo descubrí que en mi casa, en un día histórico por las altas temperaturas, había un sitio donde prometía que se iba a poder dormir. Apagué la tableta y me eché en el sofá donde estaba. A las pocas horas me desvelé. El cuerpo me pedía una sábana, pero ni loco subí a molestar a nadie de mi familia mientras la sacaba del olvido en algún cajón. Disfruté del frío como si a un pingüino lo sacaran del Caribe. Es posible que esté resfriado, pero será el catarro más celebrado de mi vida. He encontrado un oasis en mi casa donde desterrar las noches de sudor y blasfemias, donde regatear el infernal clima en el que me ha tocado vivir, al menos durante la noche. Porque si después de los dos días de récords que llevamos, he dormido en la gloria, se acabó para mí el insomnio veraniego.
Espero, eso sí, que no me cueste el matrimonio.
Pd: se busca editorial buena, bonita y valiente que apueste por una promesa de la hirviente narrativa cordobesa.
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