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Vox: el regalo envenenado de Reyes o el harakiri del PP

Los secretarios generales del PP y Vox, Teodoro García Egea y Javier Ortega Smith.

Manuel J. Albert

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Hace ya días que los dirigentes del PP miran deseosos ese paquete envuelto en un precioso papel de regalo y que, a todas luces, contiene las llaves del Palacio de San Telmo, sede del Gobierno de la Junta de Andalucía. Es sin duda el presente de Reyes más codiciado por un Partido Popular que lleva 36 años tratando de conquistar el bastión socialista y que incluso en las últimas elecciones ya daba por perdido.

Pero ese regalo, ese juego de llaves con un precioso lazo de color verde Vox, dice lo contrario. A cambio, el donante, el nuevo partido de ultraderecha español, le va a exigir a los de Pablo Casado un pago nada fácil: un verdadero acto de contrición ideológico en busca de sus esencias últimas más conservadoras.

Vox le está exigiendo que se una a su política de la víscera y se aleje de lo que consideran un tímido y acomplejado tacticismo demoscópico y tecnocrático que habría marcado sus gobiernos, sobre todo el primero de José María Aznar y los casi siete años de Mariano Rajoy.

Para reencontrarse con su verdadera tripa conservadora, Vox está ofreciendo al PP otro regalo de Reyes. Este es más inquietante. Se trata de un tanto, un cuchillo parecido a una katana corta que los japoneses usaban para abrirse el vientre en la ceremonia del harakiri.

Encantados por la idea de gobernar Andalucía y cegados por la posibilidad de que Vox termine ayudándoles a reconquistar La Moncloa, los dirigentes del PP han aceptado el gesto de los de Santiago Abascal y ya han asido el mango de esa espada corta, al tiempo que se han arrodillado tal y como exige el ceremonial bushido.

Ya han empezado a hundir el acero a la derecha de su estómago. Y en el paquete intestinal que empieza a asomar, han encontrado que Vox tenía razón: muy en su seno, el PP guarda parecidas convicciones acerca de, por ejemplo, “la violencia doméstica”. Y si lo que defienden no es verdad o no lo terminan de creer, da igual.

Si por algo se ha caracterizado el Partido Popular en sus años de oposición, ha sido por hacer todo lo necesario para volver al poder. Si ya usaron a las víctimas de ETA, sembraron dudas sobre el 11M, encabezaron manifestaciones contra el matrimonio homosexual, prometieron derogar la ley del aborto o echaron gasolina en Cataluña recurriendo el Estatut, ¿por qué no van a alinearse contra el movimiento feminista y las leyes de protección a la mujer?

Todo sea por recuperar el poder Ejecutivo para la derecha. No importa si hay que apoyarse en ese hijo pródigo que es Vox, aunque redireccione su rumbo de manera extrema. El problema es que no han entendido todavía que la lucha de Vox no es todavía la de alcanzar por las urnas el Gobierno de España para unas derechas en coalición. Su verdadera lucha es por ocupar todo el espacio político del PP, su vocación es la de convertirse en el partido hegemónico de la nueva corriente conservadora radical que recorre el mundo.

El PP se está abriendo en canal pensando que eviscerándose recuperará las esencias de unos votantes que le están abandonando. No han reparado en que el harakiri solo tenía un final posible: la muerte de quien lo practica. Y esta solía recaer, en el kaishaku -normalmente un familiar que asistía como un ayudante de la ceremonia- quien acababa siempre por decapitar al suicida.

Vox es el kaishaku.

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