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Trump y su tradición en la política ficción distópica

Portada de la revista 'Time'.

Manuel J. Albert

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La portada del último número de la revista Time parece sacada de la calenturienta mente de un guionista de Hollywood o un escritor de best-sellers. Los rostros de los presidentes estadounidense y ruso, Donald Trump y Vladimir Putin, en una única e inquietante cara. Como solitario titular de portada: La cumbre de la crisis.

¿Qué crisis? La revista no da más detalles en su primera página, pero bien podemos suponer que se refiere al bochornoso encuentro de Helsinki en el que el líder de la democracia más poderosa del mundo comió de la mano del autócrata por antonomasia -y modelo de algunos de los países con más ramalazos autoritarios- de la actualidad. Una reunión en la que Trump dio por buenas todas las explicaciones de su homólogo al tiempo que ponía a parir a sus propios servicios de seguridad acerca de la injerencia rusa en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses. Las mismas que le colocaron a él mismo en el Despacho Oval.

Para los amantes de las ficciones -políticas, científicas o casi oligofrénicas, como en este caso- las perlas cultivadas de Trump y toda su deriva -desde la familiar, a la personal de alcoba con porno incluido, a la geopolítica- son un verdadero regalo para hacerte sentir que empiezas a vivir situaciones cercanas a aquellos títulos que sembraron las carteleras de la segunda mitad del siglo XX.

Ya desde hace meses, las andanzas del presidente Trump me recuerdan remotamente -está cogido con pinzas, pero mi condición friki me lo permite- a la miniserie Amerika, que en 1987 emitió la cadena estadounidense Abc.

En diez capítulos se planteaban cómo serían unos Estados Unidos del futuro de entonces (unos lejanos finales años noventa) bajo el completo dominio de la Unión Soviética. La obra, que supuraba pura propaganda de la era Reagan en cada fotograma -pero con un más que solvente estilo realista- seguía la estela de distopías ficticias propias de la Guerra Fría y la mayoría de serie B que planteaban distintos escenarios si el comunismo dominase al más poderoso país capitalista.

https://youtu.be/DJZSdD2OxrE

La mayoría de estas piezas de la cultura popular más paranoica se solían recrear en los estragos del durante pero no en la génesis del cómo. Un caso clásico es la eterna y descacharrante Amanecer rojo dirigida en 1984 por John Milius y que directamente empezaba con cientos de paracaidistas soviéticos -¡y cubanos!- tomando a las armas un instituto de Colorado.

Pero tenemos gloriosas excepciones en la filmografía seria, como una de las obras cumbres de la ficción política desasosegante: The Manchurian candidate, traducida en España como El mensajero del miedo y dirigida en 1962 por John Frankenheimer.

Esta cinta sí se centraba en algo mucho más jodido para el espectador, ¿podría el enemigo ganar desde dentro? De esta forma, el título hacía referencia a la estrategia para situar al frente de la Casa Blanca a un presidente -héroe de guerra en Corea y exprisionero de los comunistas- a quien le habrían lavado el cerebro a base de bien hasta convertirlo en un títere inconsciente de las fuerzas totalitarias.

https://youtu.be/Oc8LpuM5Bhs

Casi 57 años después de su estreno, podríamos destripar el final de la película sin problemas, pero no vamos a entrar en detalles. Solo diremos que, cual prima lejana, la serie Amerika con la que comenzamos el artículo partía de una premisa argumental parecida: la entrega de parte de la clase política americana a una potencia extranjera. Eso sí, luego transcurría por otros derroteros mucho más patrioteros y bastante más aburridos, pero con una curiosa característica: la absoluta pasividad del grueso de la población a la hora de ser dominada, aún en contra de su voluntad.

La realidad suele ser siempre mucho menos cinematográfica pero también puede ser más sorprendente. ¿Puede realmente Trump ser un presidente al servicio de intereses ajenos a su país? No ha dado muestras de lo contrario a tenor de sus políticas suicidas en guerras comerciales con potencias distintas a Rusia, por ejemplo.

¿Le han lavado el cerebro, como al candidato manchú? Partiendo de la necesaria existencia de un cerebro, en el caso de Trump es dudoso, pero a pesar de lo atractiva de la explicación para un lector de ciencia ficción, la respuesta sigue siendo no. Simplemente nos encontramos ante un presidente sin moral ninguna. Ni personal ni política. Es decir, un regalo para guionistas, novelistas y líderes de potencias extranjeras de alianza cuestionable.

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