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Ofendiditos

Dani Mateo, en el sketch de 'El Intermedio' que le ha llevado ante el juez | LASEXTA.TV

Manuel J. Albert

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Hace diez años solía escribir una columna de opinión -al estilo de La Estafa- en un periódico onubense que ya no existe, Odiel Información. En uno de aquellos artículos, terminé lanzando un paralelismo un poco cafre: en general, todas banderas nacionales y regionales -símbolos de las esencias más íntimas de sus correspondientes entidades geográficas- me recordaban -y me recuerdan- a alegres trapos de cocina.

Creo que, en concreto, fue la andaluza la que me llevó a este juego de espejos estético, pues siempre me ha hecho pensar en una de las bayetas que colgaban junto a la bolsa del pan de mi cocina, cuando era niño.

Por suerte, y a diferencia de lo que le ha pasado a Dani Mateo, aquel artículo no me llevó a un juzgado. De hecho, tal y como yo esperaba, no pasó absolutamente nada. Eran otros tiempos.

Con aquella dudosa pirueta retórica trataba, en 2008, de quejarme de lo que por entonces consideraba un uso abusivo de banderas como armas políticas por parte de determinados partidos. No tenía ni idea de lo que estaba por venir ni del grado de mediocridad mental que íbamos a alcanzar envolviéndonos en telas de colores.

Los mediocres están liderados por los ofendidos. Aquellos que son incapaces de reírse de sí mismos y niegan el derecho de que nadie lo haga. Y mucho menos el derecho a que, tras arremeter con sarcasmo contra uno mismo, alguien la emprenda, por extensión, con chistes sobre sus vecinos, sus compatriotas, sus símbolos, sus tópicos, sus costumbres, sus tradiciones, su religión, su equipo de fútbol o lo que sea.

Tras imponer su criterio paleto y reaccionario en las redes sociales, los ofendiditos -genial apelativo ideado por Bob Pop, productor de Buenafuente y una de las cabezas más lúcidas de la actual televisión- han calado hasta el tuétano de la agenda política. Su hedor perfuma ya cuellos encorbatados de dirigentes de partidos sin escrúpulos, CEOs de empresas con miedo a que les boicoteen productos, haters profesionales a sueldo del mejor postor y, por supuesto, jueces capaces de imputar a un humorista por sonarse con una bandera.

España apesta a ofendiditos. Y ante ellos, solo podemos reírnos. En sus caras.

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