En defensa de los palcos en la Mezquita y la gestión vanguardista del patrimonio
Leo y escucho estos días opiniones diversas acerca de la idoneidad de apoyar en los graderíos que rodean la Mezquita Catedral de Córdoba parte de los palcos de la Carrera Oficial de Semana Santa.
Más allá de mostrarme a favor o en contra, subrayo lo que para mí es verdaderamente importante: aprovechar la arquitectura de este monumento patrimonio mundial para instalar asientos privados -y de pago- no solo ahorra dinero a la Agrupación de Cofradías y dolores de cabeza al Ayuntamiento, sino que les lanza a la vanguardia de un uso creativo y revolucionario del patrimonio histórico en general y del andalusí en particular.
Poca broma. Las voces que airadamente han dudado sobre esta decisión puede que no hagan sino confirmar aquello que ya sentenció Jonathan Swift: “Cuando aparece un gran genio en el mundo se le puede reconocer por esta señal: todos los necios se conjuran contra él”.
Agrupación y Consistorio no están solos en este paso adelante. De hecho, no hacen sino seguir una estela marcada desde hace años por el Cabildo. Impulsados por la millonaria venta de entradas, los religiosos han sabido dotar al edificio con un discurso espiritual y museográfico radicalmente nuevo: una idea fuerza que les permite situar sin problemas junto al Mirhab de la Mezquita -verdadera joya del arte omeya única en el mundo- imágenes de santos o padres de la Iglesia en exposiciones temporales de valiente aroma a Contrarreforma.
Igual de audaces son las vitrinas que a menudo salpican el espacio con muestras de arte -sacro normalmente- o los enormes cartelones clavados en la fachada del templo y que anuncian celebraciones mil en esa piel de piedra del patrimonio cordobés y de la UNESCO.
La repetición en el tiempo de estos antecedentes sin demasiadas objeciones por parte de las autoridades civiles -Junta y Ayuntamiento- que velan por los bienes culturales de la ciudad, nos obligan a superar miedos y dudas con respecto a los palcos de Semana Santa aupados estos días en la Mezquita.
Y la misma lógica que ha llevado a los responsables de las Hermandades y del Gobierno local a usar la arquitectura milenaria para instalar allí las butacas, también nos permite soñar con nuevos usos y costumbres. Así, tal vez alguien se atreva a verbalizar al fin públicamente lo que es un secreto a voces: que la solución al problema de la falta de aparcamiento en el centro nos la dieron los árabes hace diez siglos. ¿O es que nadie ha reparado en que, con un mínimo de organización, el bosque de arcos y columnas de la Mezquita de Córdoba sería un fabuloso parking para los turistas?
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