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Destornillador, prozac y otros ansiolíticos

Eusebio Borrajo

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Esta historia va de frustraciones, de expectativas no alcanzadas, de rebelión interna, de cruce de caminos y toma de decisiones. Esto va de crisis personales con sensación de ahogo, de suspiros a destiempo y lágrimas escondidas. Me ha dado el punto, veo tanta gente a mi alrededor intentando respirar que voy a psicoanalizarlos. A ellos y a mí.

Hay quien tiene su crisis a los diecisiete, a otros les llega a los veintiséis, a los treinta y siete o a los cuarenta y nueve. Conozco a uno que a los setenta decidió enfrentarse al mundo conduciendo sin carnet, hasta que la Guardia Civil redujo el motín en un control rutinario.

Hay otras formas menos rebeldes de atajar las dudas vitales. Unos optan por la terapia profesional que acaba en recetas de prozac; o por el retiro espiritual de meditación en silencio; hasta un fin de semana de paseos por la playa o unas copas con el amigo indicado pueden servir de ayuda.

Con un destornillador, arreglando bisagras y pomos, ajustó sus frustraciones otro que conozco mientras hacía repaso mental de su situación personal, familiar y profesional. No se pasó de rosca, que yo sepa...

Porque a todos nos llega el momento y tarde o temprano miramos atrás haciendo balance de activos personales, casi siempre con saldo negativo. Curioso que en esos momentos de insatisfacción sólo se vea lo negativo. Curioso que, en medio de la ansiedad, sólo nos motive la posibilidad de cambio. Curioso que la mayoría de las veces nada cambia. ¿Será que no estamos tan mal?

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