Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
Crónica de (una) mierda
Sobre este blog
Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
Nos conocemos desde hace mes y medio. Al principio, su aspecto me echó para atrás, pero con el paso de los días he terminado por apreciar su presencia tanto que he creído oportuno dedicarle esta crónica. En realidad esto no es más que el agradecimiento público a lo que una mierda (sic) ha hecho por mí: recordarme de qué iba aquello del periodismo.
Apareció justo delante de mi puerta allá por el mes de mayo, probablemente producto de un paseo a deshoras en el que su dueño se olvidó de recogerla. Alguien la pisó et voilá ahí lleva la mierda viendo pasar las lunas, los días y las olas de calor que se van acumulando en este verano extremo.
He pasado de la indignación por la falta de civismo al cabreo por el deterioro de los servicios públicos y de la sospecha de que no puede ser casual que los barrios para turistas y las zonas residenciales estén como una patena mientras la basura se acumula en los barrios de siempre a la acción.