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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

Marcianos

El Astronauta, durante la última sesión de Cienciaficcionados

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Álvaro y Lourdes acaban de volver. Han desmontado su ático frente al mar y se han vuelto a instalar en esta ciudad de contrastes… borren eso. Se han vuelto a instalar en esta ciudad de contradicciones que es Córdoba. Los vi contentos con su decisión cuando nos encontramos casualmente en un restaurante del centro. En menos de cinco minutos nos pusimos al día y nos despedimos para seguir cada cual con su cena. 

Es lo que ocurre en ciudades que no son el Madrid de Ayuso, que te cruzas con tu ex y con viejos amigos cada vez que doblas una esquina. Cuando vi a Álvaro y a Lourdes hacía apenas diez minutos que había saludado en la puerta a Belén y quince desde que me topé con Sonia dos manzanas más abajo. 

Las ciudades pequeñas son un continuo saludo y un permanente reencuentro. Y ese es su peor defecto y esa es su mayor virtud. Para bien o para mal, en Córdoba no hay manera de permanecer en el anonimato. Y eso es lo que añoras cuando te vas. Y eso es lo que odias cuando decides que te vas. El truco está en percatarse a tiempo y diseñar la estrategia adecuada para conseguir el equilibrio. Quienes nos hemos ido y vuelto hemos acabado perdonándole a las ciudades pequeñas su incapacidad para procurarnos suficientes momentos de clandestinidad, al mismo tiempo y posiblemente en la misma medida que amamos su capacidad para hacernos sentir parte de una comunidad. Así que cuando aprieta la necesidad de pasar desapercibidos sencillamente huimos. Eso sí, las escapadas no sirven para vacunarnos contra el provincianismo. El antídoto contra el catetismo está en saberse diluir con gentes de otros lugares también cuando te quedas en la ciudad. Me explico.

Las ciudades no son monolíticas. Eso es así aquí y en Pekín. Bueno, en Pekín vaya usted a saber. Esta ciudad es tan diversa como la gente que la habita. El problema radica en la estrechez de miras de quien no sabe salir de su barrio intelectual para empaparse del resto, así que acabamos mirándonos unos a otros como marcianos. 

Conscientes del problema, hace diez años, unas cuantas decidimos montarnos nuestra propia Enterprise e irnos a explorar otros mundos. Llamamos a nuestra nave UCCI (por favor, no lean uci. Cuidamos lo que hacemos y somos intensitas, pero se lee ucecei y son las siglas de Unidad de Cultura Científica y de la Innovación). En todo este tiempo nos hemos dedicado a sacar al personal investigador de la Universidad de Córdoba del planeta laboratorio/biblioteca con el empeño de desmarcianizarlo. Los hemos llevado a tantos espacios ciudadanos como hemos podido: parques públicos, patios particulares, bares, mercados municipales, patios de colegio, teatros… y los hemos acompañado en su conversación con gentes tan diversas en sus identidades y pensamientos como se nos ha permitido.

De todas esas expediciones, la más longeva de nuestro programa de gestión marciano-cultural se llama Cienciaficcionados. El miércoles estrenamos su décima temporada. Aquella idea aterrizó en El Astronauta, uno de los espacios más especiales y con más alma de esta ciudad y ¿qué leche? con el nombre perfecto para hacer marcianadas. Cienciaficcionados, pilotado por la periodista Marta Jiménez, nos ha permitido sacar de sus respectivos planetas a 38 personas dedicadas a la investigación científica, a las que, con la excusa de leer y comentar una novela de ciencia ficción, hemos puesto a conversar con gentes curiosas y tan marcianas como el resto, gentes con la cabeza lo suficientemente abierta para explorar otros mundos. 

El miércoles me felicitaba por ello reconfortada por volver al formato presencial tras el paréntesis pandémico y ver de nuevo la sala llena. Confieso que siempre, antes de abrir las puertas de éste o de cualquier evento, se me despiertan los viejos temores y dudo si vendrá gente. No hay caso, irremediablemente Córdoba paga mi desconfianza con una entrega ejemplar, a la altura de fidelidad de los fanses que llegan cada gélido primer sábado de enero desde distintas partes del país para disfrutar de otra de nuestras expediciones marcianas: Las que cuentan la Ciencia

Esta semana, en esta ciudad de contrastes o contradicciones, lo que cada una quiera, ha nacido un nuevo proyecto. La nave se llama esta vez “Polo Creativo. Córdoba Ciudad de las Ideas”. Ojalá llegue a aterrizar y evite el peligro de orbitar sobre sí misma, el divismo, la erudición mal entendida o la falta de humildad. Buen viaje.

NOTA: Aquí les dejo un test para comprobar su grado de marcianidad. Sólo tienen que ver la última sesión de cienciaficcionados. Si se divierten tanto como lo hicimos el miércoles están listos para subir a cualquier Enterprise.

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Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

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