El manifiesto deportista: si Marx levantara la cabeza (o las pesas)

Así está la cosa: seis de cada 10 personas con más de 15 años censadas en España aseguran haber practicado deporte en el último año. De ellas, un 20% lo hace a diario, la mitad, semanalmente, y el resto al menos una vez al mes o al trimestre (cero estrés estos últimos). De los cuatro que siguen en el sofá no sabemos nada.
Los datos los dio hace tiempo la División de Estadística y Estudio del Ministerio de Cultura y Deporte y no debería tardar en publicarse la actualización, porque según anuncian en su web en este momento se están analizando los datos recogidos en 2024. O sea que la cosa igual va a mejor (o peor, según se mire).
Mientras el Gobierno escudriña las respuestas aportadas, quienes sacamos adelante estas historias de lunes nos hemos echado a la calle para poder dar un avance de esos hábitos deportivos. Hemos visitado gimnasios, parques y pantallas durante dos semanas con la intención de localizar a esos seis deportistas habituales y entender sus motivaciones.
La primera conclusión de nuestra incursión en el universo del ejercicio físico (no todo es deporte) es que se podría escribir una nueva versión de “El Capital” de Karl Marx atendiendo a la lucha de clases entre los propietarios de los medios de producción de masa muscular y los seguidores de esa nueva religión que es el bienestar físico. Con permiso del sociólogo del deporte Jean Marie Borm, alguien con conocimiento debería poner la lupa de la filosofía para dibujar las relaciones entre propietarios de gimnasios, entrenadores personales e influencers, por un lado, y los deportistas amateurs, por otro (los profesionales merecen capítulo aparte y hoy no es el tema).
Por ahora parece ir ganando el proletariado: los cuatro del sofá, los que optan por el deporte gratis en espacios al aire libre o en casa. A los primeros y a los últimos no pude observarlos en el estudio de campo de estas semanas por razones obvias, pero a los de los parques los tengo bien fichados. La encuesta del Gobierno dice que son mayoritariamente hombres de mediana edad con estudios superiores y con tiempo libre los fines de semana. Nuestro estudio dice que también. Y añade que van en bicicleta, en pandilla y hablando sin parar. También dicen los datos del Ministerio que las mujeres prefieren las apps y practicar ejercicio en casa. O sea, los hombres ocupando el espacio público y las señoras en casa, nada nuevo bajo el Sol.
Si a Marx le diera por levantar la cabeza, o las pesas, tendría que reescribir la teoría del valor-trabajo porque ¿cuánto cuesta ponerse el culo duro? El valor de una mercancía está determinado por la cantidad de trabajo necesario para producirla y, viendo lo que vi en uno de esos gimnasios franquicia de moda hace un par de semana, el valor de tener los glúteos como el acero es alto muy alto, 'requetealto'. No por lo que haya que pagar; la democratización de los gimnasios ha abaratado las cuotas significativamente. De hecho, ahora se puede hacer un itinerario gratuito de instalaciones abusando de la cortesía del marketing. El valor radica en la trabajera de utilizar las diferentes máquinas diseñadas para ejercitar las posaderas.
También está lo de la plusvalía. Ahí ganan los entrenadores personales, a los que se paga un pastizal por recibir instrucciones en instalaciones minúsculas, en el mejor de los casos, o en mitad del parque, en el peor. La ganancia de vender como exclusividad lo que es una reducción de coste es una jugada maestra del capitalismo deportivo, está claro.
Podríamos seguir con lo de la mercantilización de las relaciones sociales (vales lo que valgan tus mallas o la inscripción en la prueba deportiva que hayas elegido) y acabar con lo de la crisis permanente del sistema porque, ahí amiga, si murieron el aerobic y los calentadores también lo harán Llados y sus 'burpees', porque el capitalismo deportivo es inherentemente inestable y propenso a crisis y cambios de moda. Solo quienes nos miran desde el sofá saben que no les afectará. O sí.
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