Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Esta es la portada de mañana
Gente de lunes: historias ilustradas

Tren a la desidia

María en el andén.

0

A María le duelen los huesos. Por eso su paso en el andén es lento, aunque mantiene un ritmo constante que me tranquiliza. Por muy lejos que quede el vagón 25 llegaremos a tiempo. Media hora antes habíamos recorrido la misma distancia sin prisa, conversando. Ahora procuro no darle conversación. Oigo su resuello a mi espalda.

Son las 10:33. Hace 2 minutos que el tren debía haber partido, pero hay gente corriendo por todas partes. El personal de la Estación de Delicias, en Zaragoza, ha dado la información incorrecta: el tren llega en la posición exactamente contraria a la que nos han indicado, así que el andén es un tumulto de personas corriendo de un lado a otro. Bueno, todas no corren. María y yo solo caminamos, mientras las adolescentes de un equipo de gimnasia rítmica de Jerez ríen divertidas con el malentendido. Claro que ellas solo tienen que deshacer la mitad de su camino. Viajan en el coche 11. Las vemos entrar cargadas con sus aros y mochilas mientras mantenemos fija la vista en el final del tren. Por ahí debe andar el vagón 25.

He recogido a María en la puerta de embarque. Ella trataba de tranquilizar a su hijo, empeñado en acompañarla hasta el andén en contra de las indicaciones del personal de Renfe. “Usted no puede bajar”, responde seca la controladora de la puerta. La veo cabecear ante el empeño del hombre. Me acerco a María y tranquilizo a su hijo: “no te preocupes, me quedo con tu madre hasta que esté sentada en su asiento. Puedo con su maleta”. Me lo agradece, cojo la maleta de María y comenzamos a bajar la rampa. Quedan 25 minutos para que salga. Hay tiempo de sobra para recorrer los 200 metros que mide el tren. La disciplinada operaria nos ha dicho que la cabecera caerá junto a la rampa y nosotras vamos al final.

María podría haber solicitado el servicio de ayuda Atendo de Renfe para personas con movilidad reducida, pero no lo ha hecho. Ignoro por qué, aunque se me ocurre que ese servicio no se ofrece de manera directa al comprar el billete ni en la web ni en las taquillas. Hay que saber que existe.

Mientras caminamos, nos contamos la vida. Es lo que hacemos las mujeres; contarnos la vida. Ahora ya sé que María tiene 74 años, un hijo guardia civil destinado en Belchite -el hombre preocupado que nos ha estado mirando desde arriba en el inicio de nuestro paseo-, una hija casada con un hombre amable que irá a recogerla a Málaga para hacer el tramo final de su viaje hasta su casa en Algeciras, y 3 nietas, dos adolescentes y otra a punto de hacer la Primera Comunión. Será en mayo y la ocasión le permitirá volver a reunirlos a todos en Algeciras. Bueno, no a todos. Su marido falta desde hace 24 años. He pensado que cuando enviudó tenía casi mi edad y dos criaturas como las mías. Yo también le he dado mi ficha con todo lujo de detalle y nuestra conversación ha saltado por alto todas diferencias generacionales. Al fin y al cabo somos dos madres sin marido con criaturas adultas. Me río y le digo que somos legión: millón y medio para ser exactas, según la Encuesta Continua sobre los Hogares del Instituto Nacional de Estadística.

Siempre me preocupa parecer condescendiente con las personas mayores. He leído y escuchado demasiado a Anna Freixas para no andar con pies de plomo evitando caer en el edadismo.

No quiero que María malinterprete mi ayuda. Arrastro su maleta por puro egoísmo. Me gusta conversar con la gente cuando viajo sola. Es mucho mejor criticar a Renfe y a Adif en analógico que en redes sociales. Además, esta vez lo hacemos con datos y argumentos basados en evidencias y en la experiencia. María recuerda cuando podías acompañar a tus familiares hasta el mismo asiento y despedirte desde el andén a través de las ventanillas. Recuerdo cuando yo misma acompañaba a mis abuelos en la vieja estación de Córdoba. Era una niña, pero aún siento la adrenalina subiendo al pensar el tren podría empezar su viaje y obligarme a saltar en marcha. Luego llegó la Alta Velocidad, nos hicimos modernos y terminaron las despedidas en el andén.

Las medidas de seguridad en las estaciones se centraron siempre en los nuevos trenes AVE desde los años noventa, cuando la amenaza era interna (ETA) y así continuaron después de los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004, cometidos en la red de Cercanías, donde continúa sin haber control alguno sobre el equipaje de los viajeros.

Este mes de enero se cumplen 20 años desde la efectiva liberalización del sistema ferroviario español con la transformación de la vieja Renfe en dos empresas públicas: Adif, la gestora de la red ferroviaria, y Renfe-Operadora, compañía pública para el transporte de mercancías y viajeros, que terminó por entrar en competencia con otras firmas europeas en la Alta Velocidad. En este tiempo, ni los precios se han reducido como prometían los profetas del libre mercado ni la atención al cliente ha mejorado sustancialmente. Más bien al contrario. El servicio se ha deteriorado hasta tal punto que ni la propia Renfe confía en ella, modificando su compromiso de puntualidad. El coste de los billetes tampoco ha democratizado la alta velocidad. El billete de María cuesta, en el mejor de los casos, alrededor de 120 euros, incluido el descuento para mayores de 65. La cifra supone casi la quinta parte de una pensión no contributiva, que mayoritariamente cobran mujeres como María.

 No hemos tenido tanto tiempo como para poner al día nuestras finanzas, pero sospecho que el esfuerzo económico para viajar desde Algeciras hasta Zaragoza en su caso ha sido tan considerable como el que hace al caminar hasta alcanzar el vagón 25. Tarea que acepta resignada: es el precio de poder ver a su hijo, ese que se ha quedado sin poder acompañarla hasta el vagón.

Llegamos a su asiento, coloco su maleta en el portamaletas más cercano y pregunto quién viaja hasta Málaga. No hay personal de Renfe a bordo. Pasarán luego, cuando toque vender café. Ya no hay caramelos ni tripulación que pasee por el tren ofreciendo auriculares a todos. Se acabaron con la libre competencia. El mercado, lo llaman. Una mujer joven responde amable y se ofrece a ayudarla al llegar. Estoy segura de que lo hará. 

Etiquetas
stats