Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
Democracia rima con compasión
Violencia, memoria y compasión. Sobre esos tres conceptos reflexiona el último trabajo del director Hugo Lasarte para la Cátedra de Memoria Histórica de la Universidad de Córdoba. Un mediometraje que pretende rendir homenaje a los abogados laboralistas de la calle Atocha asesinados por un grupo de ultraderecha en 1977 a través de la voz, los recuerdos y el pensamiento de Alejandro Ruiz-Huertas Carbonell, el último superviviente de aquel grupo, lo que para el profesor de Derecho Constitucional no tiene mayor mérito que “ser el único que todavía no se ha muerto”.
Alejandro Ruiz-Huertas. Una reflexión meditada es el testimonio directo de su protagonista acompañado por la mirada de cuatro jóvenes: Lara Serrano, Lucía Rubio, Jaime Ruiz y Marcos Rabasco, representantes de esa generación que, por primera vez en 50 años, encuentra a quien alegremente y sin demasiada información dice preferir la dictadura a la democracia, quizás, como dice en un momento Marcos, porque han perdido la memoria de la represión y la falta de derechos o porque, como dice Jaime, “la historia no se repite, pero rima”.
El viernes en la presentación de este trabajo producido por María Cariñanos con realización de Alex del Rey, Hugo Lasarte lo calificó como “minimalista” y, sin embargo, su apuesta es de máximos. Lasarte no ha necesitado una imagen para sustituir mil palabras. Ha hecho todo lo contrario.
No es la primera vez que le veo hacer algo así. Su manera de narrar en planos que acercan las emociones de sus protagonistas es el marco perfecto para la escucha. En Una reflexión meditada hay, sobre todo, palabras; palabras imprescindibles para entender lo que ocurrió en 1977, pero, por encima de todo, para pensar desde la serenidad qué se puede aprender de aquello, que no es más que la necesidad de memoria y compasión para erradicar la violencia.
En un momento del documental, Ruiz-Huerta dice que “la compasión puede funcionar como antídoto de la violencia”, al menos en la primera fase de la violencia, la agresividad, para evitar que sea ejercida contra otra persona.
A Lara le atrae la idea, de hecho considera que si fuéramos capaces de ejercerla como plantea Alejandro, alcanzaríamos por fin el grado de humanidad necesario para la paz, pero admite que le cuesta ser optimista. Para Marcos, la compasión se presenta como imposible en aquellos casos en los que la violencia deriva del odio. Por eso, para Lucía, rechazar la ira, como hizo Alejandro Ruiz, e intentar entender a sus verdugos es un acto de valentía.
No hay ingenuidad en los testimonios que recoge Lasarte. ¿Cómo podría haberla en la reflexión de una persona como Alejandro Ruiz-Huerta que salvó la vida porque le hizo de parapeto el cuerpo sin vida de un compañero? ¿Cómo puede ser ingenuo el relato de un hombre que lleva casi 50 años tratando de entender qué llevó a aquellos fascistas a matar a sangre fría a un grupo de trabajadores? Pero es que tampoco la hay en el pensamiento de los cuatro jóvenes que se han puesto frente a la cámara de Hugo Lasarte.
Es más, Jaime admite que el pragmatismo en el que se mantiene la sociedad ha blanqueado muchas de las violencias que se ejercen, permitiendo despojarla de sus consecuencias éticas y morales. No puede haber ingenuidad cuando se entiende tan bien qué es y cómo se ejerce todo tipo de violencia. Todo vale para conseguir lo que quieres en la era del individualismo. Y ese el tiempo de Lara, de Lucía, de Marcos y del propio Jaime. Y el mío. Y el de quien está leyendo.
Los asesinos de los abogados laboralistas de Atocha no querían que llegara la democracia y si para conseguir su objetivo había que entrar con pistolas en un despacho de abogados, se entraba. Pragmatismo elevado a la más violenta potencia. No sintieron compasión al disparar a las cabezas y corazones de aquellos trabajadores. Tampoco cuando en el juicio uno de los activistas de la ultraderecha llamó cerdos a los muertos. Y, sin embargo, la recién parida democracia española garantizó los derechos de violentos a través de un juicio justo, que es lo que no hacen las dictaduras. Porque solo las democracias permiten la compasión.
Sobre este blog
Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
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