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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

Me asfixio, señor alcaldable

Operarios rellenan alcorques de árboles en Córdoba.

Elena Lázaro

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Empieza la campaña calentita en Córdoba. Literal y metafóricamente. Vayamos con lo literal. Córdoba bate récords históricos en una primavera asfixiante, seca y brutalmente calurosa. Convencida estoy de que no soy la única que ha adelantado un mes el cambio de armario. El 40 de mayo me da risa floja. Guardé el paraguas en febrero, quité el edredón en abril y saqué las chanclas antes de que arrancara el mayo festivo.

En esto último me equivoqué porque caminar Córdoba en mayo en chanclas es un error. Da igual el calor que haga: en chanclas puedes acabar pisoteada por algún turista (Córdoba, lejana y sola también me da la risa floja) o, peor, meada por algún animalito de los que se bajan cada viernes en el AVE para elevar el gasto en limpieza y seguridad. Porque sí, porque esas cifras récord que todo el mundo aplaude en presentaciones triunfalistas no son gratis. No son ninguna bicoca. Limpiar el centro y el casco histórico -ese escenario de cartón piedra del que hemos sido expulsadas- para que luzca bonito en los perfiles de Instagram de quien nos visita cuesta dinero. Controlar a los vándalos que atentan contra el patrimonio cuesta dinero. Sadeco tiene una plantilla y unos recursos limitados y lo que se gaste ahí, no se equivoquen, se recorta en su barrio. Turismo caníbal lo llaman.

Pero, bueno, me equivoqué y saqué las chanclas. Eso sí, saqué las que tienen la suela reforzada para evitar que el hormigón y el adoquín me calcinen las plantas de los pies. Porque, ésa es otra, mientras el mundo, por recomendación expresa del Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático (IPCC) reconstruye sus ciudades reduciendo asfalto, favoreciendo que el suelo respire y aumentando el número de árboles, en esta ciudad, ¡¡¡en esta ciudad!!!, de calor insoportable nos ha dado hasta por hormigonarlos. Que si no quieres caldo toma dos tazas.

La ideíta también va a salir cara ambiental y económicamente. Se nos van a morir árboles y vamos a reducir la biodiversidad porque lo que algunos llaman “malas hierbas” son en realidad estrategias naturales para garantizar la supervivencia de las especies, nosotras incluidas. Además, dado que el hormigón del alcorque deja de ser eficaz si no se limpia con agua -léase oro- y con maquinaria especial tendremos que sacar la cartera municipal y echarle cuartos al mantenimiento.

El martes, un grupo de vecinas salió sombrilla y abanico en mano a avisar a los señores alcaldables que nos estamos asfixiando y a pedirles, muy educada y cortésmente, que hagan el puñetero favor de atender lo urgente. El asunto es así de sencillito: lo que votamos el 28 de mayo no son las grandes estrategias de los partidos que ocupan el Congreso de los Diputados. Eso llegará en diciembre y con suerte estaremos pasando frío. Y ahora no toca. Ahora toca explicar a los señores alcaldables -sí, me salto el lenguaje inclusivo porque el único género que encabeza listas este año es el masculino- que nos estamos asfixiando literal y metafóricamente.

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Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

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