Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
La belleza está en el escenario
Si yo fuera Ricardo tampoco me movería de ahí. Dejaría que la gente se agotara y las palmas de sus manos enrojecieran de tanto aplaudir. Si yo fuera Ricardo también anclaría mis talones al escenario y disfrutaría de mi éxito. Dejaría que la felicidad me inundase hasta explotar en una sonrisa visible desde el último rincón del patio de butacas. Si yo fuera Ricardo reclamaría la admiración del público por mi trabajo interpretando a uno de los protagonistas durante casi dos horas de espectáculo musical.
Ricardo es uno de los alumnos del Colegio Público de Educación Especial Virgen de la Esperanza de Córdoba que el pasado miércoles interpretaron en el Teatro Góngora el musical “La Bella y la Bestia” con la ayuda y colaboración del profesorado y las familias del centro. Un espectáculo impresionantemente dirigido por Carlos Castro, a pesar de la dificultad de manejar un elenco tan numeroso de actores protagonistas y extras tan bien caracterizados y con una escenografía compleja perfectamente resuelta.
Ricardo Madero, el actor que se ve en la foto, fue Lumiere, el fiel mayordomo/candelabro de Bestia, y junto a su compañero Lucas Alcaide, en el papel de Ding Dong, lograron arrancar el aplauso y las risas del público que pudo conseguir entrada (el teatro colgó el lleno días antes). La mía me permitió observar no sólo a ellos, sino al público. Desde la fila 15 vi emocionarse a muchas de las personas que asistieron. Los actores, alumnos y alumnas de diferentes edades y capacidades, no sólo representaron sus papeles a la perfección, sino que aportaron sus propios valores y matices enriqueciéndolos y completándolos.
Nos reímos, lloramos y nos sorprendimos viendo pasar la historia y recordando que la belleza está en el interior. El equipo del Virgen de la Esperanza nos tuvo pegados a los asientos hasta el final cuando fue imposible no ponerse en pie y aplaudir. Entonces, Ricardo se colocó en el centro y abrió los brazos para agradecer y disfrutar del calor del público.
Viéndole allí pensé que si yo fuera Ricardo también abriría los brazos de par en par para abrazar el momento. Pero yo no soy Ricardo y creo que nunca alcanzaré semejante seguridad en mí misma. Nunca podré disfrutar tanto de las cosas que hago. Por eso viéndole reclamar nuestros aplausos, absolutamente sinceros y llenos de admiración, he sentido una brutal y sana envidia de su talento y de su alta capacidad para la felicidad.
El espectáculo se repetirá el 13 de junio a las 18.30 en el Centro Cívico Fuensanta. No se lo pierdan y aplaudan todo lo que puedan.
Sobre este blog
Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
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