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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

La guerra de Luba

Luba
28 de febrero de 2022 10:28 h

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En los supermercados de Minsk nadie habla. Los clientes desfilan ante las cajas sin detenerse a comentar lo que ocurre. La normalidad se torna extraña cuando el mundo tiembla. En la sección de refrigerados, las botellas de biarozavy sok siguen ahí. Quizás algún soldado ruso entre a coger una. Un trago y la memoria lo llevará a su recién abandonada infancia. Ayer estaba merendando en casa con su madre delante, hoy conduce un carro de combate.

Cuando Luba habla del zumo de abedul (biarozavy sok) una melancólica sonrisa se dibuja en su cara. Me explica con nostalgia cómo se extrae la savia de los abedules en los bosques de su tierra, Bielorrusia, para embotellarla y venderla como refresco. Caminamos juntas junto a un riachuelo en el Parque de Cabañeros (Toledo) y la conversación es inevitable. La guerra en Ucrania es una guerra internacional o, como dice Luba, internacionalizada desde el momento en el que las tropas Rusia usan como base Minsk, la ciudad en la que nació y creció, la ciudad en la que viven sus hermanos y sobrinos.

Está preocupada por sus familiares. Es el relato de su hermano, impresionado por el silencio en los espacios públicos, el que me ha regalado la imagen del inicio.

No hay miedo en sus palabras. Luba es una mujer lúcida que analiza el conflicto con un aplastante sentido común y una profunda convicción democrática. Confiesa que ella misma vivió hace mucho tiempo la llegada de Putin al poder con ilusión. “Era joven, significaba modernidad”, se lamenta. Ahora aquel apocado rubio quiere volver a ser Zar.

Su tristeza se torna indignación cuando habla de la complicidad de Lukashenko. Describe el agotamiento de sus compatriotas que desde hace dos años gritan a Europa para denunciar el secuestro de la democracia en Bielorrusia. Su conclusión va directa a la yugular: “no se puede ser apolítico, no podemos olvidarnos de la democracia. Eso es lo que permite la llegada de los tiranos al poder”.

Luba llegó hace 20 años a La Carolina, Jaén, cuando era una veinteañera estudiante de Filología Hispánica. Aquí han nacido sus hijos. Hoy celebramos juntas el Día de Andalucía caminando junto a los abedules, conversando y conscientes de una libertad siempre frágil. Su guerra, la nuestra, es lograr no perderla.

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Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

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