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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

¿De quién es esta guerra?

Un grupo de alumnas del IES Ramón y Cajal en la manifestación

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Empezaban a caer misiles sobre Kiev en lo que dicen los analistas que es el asalto final contra la capital ucraniana cuando una joven ucraniana estallaba en plena concentración contra la guerra en el centro de Córdoba. Su cara de desconcierto había empezado unos minutos antes cuando los convocantes han iniciado a corear consignas contra la OTAN. No era la única despistada. 

A pocos metros, un grupo de alumnas del Instituto Ramón y Cajal que portaban banderas ucranianas se miraban unas a otras tratando de entender qué significa eso de “OTAN No, bases fuera”. No les digo ya nada de la cara de asombro de algún paseante al leer una pancarta contra la brecha salarial. El pastiche era de tal calibre que ha terminado por estallar. A mí me ha pillado en medio y he tenido que esperar varias horas para dejar que reposara antes de escribir esta crónica, como siempre absolutamente subjetiva y en nada políticamente correcta. Les aviso por si prefieren dejarlo aquí.

Por si siguen delante de la pantalla les pongo en situación. Esta tarde de martes, la ciudad de Córdoba celebraba su segunda manifestación contra la invasión rusa de Ucrania. La primera tuvo lugar el sábado y fue convocada por la comunidad ucraniana de la ciudad, organizada estos días a través de las redes sociales, en manifestación de apoyo al Gobierno ucraniano y a la población civil. No estuve, pero las crónicas hablan de una mañana tranquila y de una única consigna: “No a la guerra”. La de esta tarde estaba convocada por la Plataforma “Córdoba por la paz”, creada en el año 2003 contra la invasión americana de Irak e integrada por activistas de diferentes organizaciones, encabezados como portavoz por Ecologistas en Acción.

La convocatoria, anunciada a través de las redes sociales y en los medios de comunicación, no llevaba a engaño. Se trataba de una manifestación “POR la desmilitarización y la paz, CONTRA la OTAN y la política de bloques militares”. Una convocatoria que sitúa al mismo nivel de responsabilidad a la OTAN y al gobierno ruso, condenando las políticas expansionistas de la primera y el ataque perpetrado por el segundo. 

Y así hemos llegado a las 7 de la tarde, churras y merinas todas juntas. Y aquí va mi relato sesgado de lo ocurrido.

La cabecera de la concentración ha ido marcando el orden de los lemas, coreados sólo por los incondicionales, especialmente los que apuntaban directamente a la OTAN. Hasta la lectura del manifiesto. Entonces, la llegada de un grupo de representantes de las Juventudes Comunistas que ha desplegado sus banderas en un lado de la concentración ha desatado el enfado de la joven ucraniana que había acudido a la concentración. Ha salido desde el otro extremo y les ha pedido que se fueran. Los jóvenes no han respondido. Se han limitado a sostener sus pancartas y esperar el fin de la concentración, evitando un enfrentamiento sin sentido mientras el portavoz de “Córdoba por la paz” ha lamentado el anticomunismo y ha recordado que todas las organizaciones tienen derecho a exponer sus banderas en una concentración. Pero, vamos, que allí no había otras enseñas que la del PC y me da en la nariz que si nos hubiera dado por sacar a cada uno la nuestra no iba a tener vida Bryan para ver cómo anda la disidencia.

Una mujer, en cambio, ha decidido acusarla de “desagradecida”, palabra que ha gritado bien alto para que la oyera. Chúpate ese traguito de prepotencia occidental y postureo de pancarta. O sea que vas a una manifestación contra una guerra en la que supuestamente lamentas el sufrimiento de la población civil y cuando tienes delante a una víctima, delante de tus narices; no en la pantalla de la televisión, con su rabia y su dolor, eres incapaz de entenderla y aguantar el chaparrón como han hecho los representantes de las Juventudes Comunistas. No, tú le exiges que agradezca a tu acomodada señoría que hayas pasado una hora de tu tarde en una céntrica plaza de una ciudad que vive en paz. 

He buscado a la muchacha y mientras se disolvía la concentración hemos hablado sobre lo ocurrido. No entiende que el Partido Comunista, que ella identifica con las dictaduras soviéticas y la falta de libertades en su país, pueda formar parte del movimiento de apoyo a Ucrania. Creo que no ha oído bien cuando el manifiesto leído ha acusado al gobierno ucraniano de sostenerse en organizaciones filonazis. No ha entendido que esta convocatoria no era la del sábado. Esta manifestación era una concentración antimilitarista y anticapitalista que ve en la Guerra de Ucrania un ejemplo más de los problemas del sistema y ha aprovechado para sacar su lista de reivindicaciones a la agenda informativa (que alguien avise al paseante sorprendido por la pancarta de la brecha salarial. Era esto).

La chica se afana en explicarme lo que para ella significan la hoz y el martillo. Se unen a nuestra conversación Ia, una georgiana residente en Córdoba, y un compatriota suyo que acaba de llegar al país. Habla el español con dificultad, pero se empeña en repetir: “yo he vivido el comunismo; ellos son lo peor”. Aunque trato de explicarle que los jóvenes que han tenido enfrente no son stalinistas ni partidarios de dictaduras proletarias, que el comunismo europeo no es el soviético y que el Partido Comunista en España fue uno de los principales valedores de la restauración de la democracia en este país (tarea en la que me ayuda Lázaro, un cubano que llega tarde a la concentración, pero se anima a charlar con nosotras) sólo consigo arrancar un: “vale, pues que no pongan sus banderas junto a las nuestras”.

Y ya es un comienzo. Quizás estaría bien que mientras lluevan misiles sobre los países seamos capaces de sostener todas la misma bandera: ninguna.

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Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

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