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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

London stirren

El local es tan auténtico que un instagramer se desintegraría nada más entrar

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La primera vez que visité Londres lo hice con la intención de impresionar profesionalmente al director de comunicación de una Universidad británica. Casi lo consigo, pero el hombre cometió la imprudencia de elegir un restaurante indio para comer y yo traté de rebajar el picante a base de vino blanco, de manera que aquel encuentro de trabajo terminó conmigo en el escenario de un diminuto antro cerca de Convent Garden, quitándole el micro a una dragqueen e improvisando un monólogo en inglés sobre el escándalo de la Pantoja y Julián Muñoz ante un reducido y estupefacto público que aplaudió mi excentricidad, aún no sé por qué razón. 

Afortunadamente para mi reputación, en 2008 no padecíamos aún incontinencia narrativa y no quedan pruebas gráficas de aquello. Que no existan no ha impedido que haya recordado mil veces aquella tarde. Al fin y al cabo, la anécdota convirtió en un buen amigo a aquel directivo e hizo que Londres me cautivara para siempre. 

Hoy, al charlar con Nicole he vuelto a recordar por qué me gusta esta ciudad a la que he regresado este fin de semana por tercera vez. 

Nicole cuenta los días para ver aterrizar de nuevo a sus hijos en Londres. Tres años en Barcelona para unos adolescentes que crecieron en Brixton es demasiado. No quiere ofenderme, pero he debido resultarle demasiado provinciana al creer que una venezolana se sentiría más cómoda en España que en Reino Unido: “Aquello está bien, pero vivir aquí …”, aclara mientras sonríe al servirme la pinta. 

Hace sólo tres meses que maneja el grifo del pub en el que he entrado a cenar, pero parece que hubiera nacido detrás de esa barra. Hasta que no me ha hablado en español hubiera firmado que era del mismísimo Manchester. “Nací en Maracaibo, pero ya da igual. Allá no me queda nadie por quien regresar”, sentencia. 

El bar es el perfecto english pub, con barra de madera, luz escasa y clientes que beben solos y cruzan conversaciones de un extremo a otro del local. Un rincón de la barra hace las veces de cocina. La carta es tan breve que la hemos probado entera: nachos, burritos y quesadillas. Uno de cada. Sirven comida mejicana y es regentado por Óscar, un valenciano de barba espesa y mirada enigmática. El mestizaje es tan auténtico como las mejillas sonrosadas del inglés que bebe junto a su mujer en la mesa del fondo. Porque eso es Londres: pura mezcla stirren, not shaken. Un lugar tan genuinamente british que un instagramer se desintegraría nada más entrar. 

Nos hemos topado con él callejeando fuera del circuito turístico y ha sido su decadente estampa la que ha hecho de imán. Exactamente igual que aquella tarde de 2008. No sería capaz de dar con la proporción, pero calculo que por cada joya encontrada puede haber una decena de locales impostados. Esta misma tarde, paseando por Londres como una turista más he visto cientos de ellos. Son perfectos para la foto, para hacer el checkin de ciudades visitadas, nunca conocidas. 

Tanto me ha gustado encontrarlo que me cortaría los pulgares antes de postear su nombre o localización en las redes sociales. Lo he añadido al top ten de lugares míos y sólo míos. Una lista hecha a fuerza de deambular sin rumbo por las ciudades que he visitado, a veces sola, a veces acompañada por amistades con la mollera lo suficientemente abierta para dejarse llevar y aceptar que el ensayo, a veces cae en error. Una lista que tengo la sana intención de hacer crecer tanto como la vida me permita. 

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Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

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