Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
Córdoba finita
Lo mejor del nuevo trabajo de Jose (así, como suena, sin tilde, Jose llano, no agudo) es que no tiene que madrugar. Le basta con llegar a las 12:00 para empezar a colocar la terraza. Era peor el invierno pasado, cuando lo contrataron en la cafetería. Servir desayunos puede parecer más sencillo, pero casa regular con las aficiones de un veinteañero, sobre todo, cuando le toca fin de semana. Lo del supermercado exprés no estuvo mal porque había turnos y no siempre le daban el de mañana. Además, cargar los palés suplementa bien los entrenamientos de crossfit. Ya van dos años, pero está seguro de que todo esto es provisional. Sólo hasta que salga algo de lo suyo o lo acepten en el máster, en el de Profesorado, que el de investigación ya lo descartó.
“Cuestión de tiempo”, me ha dicho conformándose. Además, insiste, “los guiris se estiran con las propinas y parece que ahora van a venir más”. Es un chico informado y ha leído esta semana en la prensa que los vuelos a Canarias y Baleares de este verano van a acabar por fin con el turismo de despedidas de solterxs y alpargata tan tacaño. Por lo visto, en julio, cuando empiece el asunto, los alemanes van a dejar Mallorca y los ingleses, Tenerife, para venir a torrarse a Córdoba. Turismo experiencial lo llaman. Y es importante que nos vayamos preparando y que le pongamos ya nombre a la estación y al aeropuerto. La cosa está entre dos julios y una nariz. Romero de Torres, Anguita o Góngora. No vaya nadie a pensar en alguna mujer y abramos debate, que ya sabemos cómo nos las gastamos las feministas senequistas. Vayamos a lo importante.
Lo ha explicado muy bien la prensa y la autoridad local esta semana desde Madrid, que es desde donde se explican las cosas que importan. No en provincias, que aquí todo se malinterpreta. Jose y yo, pobres mortales, tardaremos un poco más en entenderlo porque no estamos en la pomada ni hemos ido a la Feria Internacional del Turismo, que es donde se cuece todo. Pero al final lo entenderemos porque, de verdad de verdad, palabrita, que el asunto este de seguir promocionando Córdoba solo va a traer cosa buena.
Jose está más convencido. Su plasticidad neuronal le permite entender con más facilidad las complicadas ecuaciones de la macroeconomía. “Estas cosas mueven el dinero y lo bueno es que se mueva”, me ha explicado, repitiendo el argumentario escuchado en alguna tertulia. Yo, que tengo el cerebro seco, el optimismo en el dedo meñique y que me gusta leer cosas raras, creo que el dinero volverá a moverse solo en una dirección, que seguro que no es ni su bolsillo ni el mío. Y venga de donde venga el turismo, si sigue haciéndolo en masa, continuará provocando el encarecimiento de la vivienda, la expulsión de la población local del centro histórico y la sobreexplotación de recursos escasos como los servicios municipales de seguridad y limpieza y, el peor de todos, el agua.
Pero esa soy yo, que me estoy haciendo vieja y me empeño en ir contra el progreso. Porque Córdoba es por lo visto, infinita. Lo han dicho en Fitur, con una campaña promocional que dice que aquí nos sobra agricultura y naturaleza y paisajes y sabores y fiesta y venga y dale ¡Y tres huevos duros!
Entonces ¿cómo era Julio Romero o Anguita o Góngora? Será por nombres. Jose, llámenlo Jose, el llano.
Sobre este blog
Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
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