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Amor y golosinas, sueños perversos para un Lunes Santo

Pedro Guerra, en el Málaga Café.

Marta Jiménez

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“Viendo lo que he visto que hay en la calle, gracias por venir”. El agradecimiento vino de boca de Pedro Guerra desde el escenario del Málaga Café la noche del Lunes Santo. El puñado de afortunadas -ellas eran mayoría- que había conseguido una entrada para su gira de pequeño formato Pídeme, correspondieron la gratitud tarareando y relamiéndose con las canciones del tinerfeño en una noche alternativa al rugido de tambores y de cáscaras de pipas. Y es que en Córdoba hay suficiente pluralidad para programar procesiones y conciertos a la misma hora, aunque parezca que solo en el Málaga (Marisol y Fernando) lo saben.

La fórmula elegida por Guerra para su última gira es sencilla y original, ya que el público es quien modela el repertorio. Al comprar su entrada, cada espectador puede elegir una canción que el músico hará lo posible por cantar. Un formato nada sencillo aunque lo parezca, -“lo que va a pasar aquí esta noche es responsabilidad de ustedes. Yo solo canto lo que me han pedido”, advierte el cantor- en el que hay cuatro o cinco temas inevitables, de los que se repiten en todos los conciertos y que tampoco faltaron en Córdoba: Debajo del puente, El marido de la peluquera, Daniela, Deseo y, como no, ese canto ya clásico sobre la diversidad y el mestizaje, tanto cultural como vital, que es Contamíname.

Pedro calentó motores con El aire en que no estás, del disco Ofrenda (2001). Con más gramos de vida a sus espaldas y canas en las sienes, el canario apareció como siempre: con vaqueros y camiseta negra. Guitarra y voz. En sus pies unas Converse verdes del color de su primer disco, Golosinas, decoradas con el dibujo de su portada, el perfil del autor. Justo el disco del que más canciones sonaron en su segunda noche cordobesa (la primera fue la del Domingo de Ramos).

Entre los temas que tal vez hacía tiempo que no cantaba, Nadie sabe, que el autor compuso para Ana Belén a principios de los 90 o El reencuentro de Viola y el barón, que desgrana la novela El barón rampante de Italo Calvino. Una canción que apareció como bonus track de su disco Ofrenda. Frente a ellas, la versión de su repertorio más escuchada en Spotify. Un bolero que no es suyo, sino del cubano Osvaldo Farrés que el músico solía escuchar en el tocadiscos familiar en la voz de Chavela Vargas, Toda una vida.

La velada viajó por los poemas de Ángel González (La palabra en el aire, 2001) “una de las cosas más maravillosas que me han ocurrido”, en palabras de Guerra; además de por su compromiso con asuntos como la inmigración, la diversidad cultural, la violencia contra las mujeres o la memoria histórica, “es como el programa de VOX pero al revés”, bromeaba el músico, en canciones como Niña o Huesos; así como por temas de su disco Raíz (1999), con Otra forma de sentir y el tema inspirado en un verso de Bertolt Brecht, La lluvia nunca vuelve hacia arriba, que sirvieron de despedida.

Un concierto de formato especial, cuya singularidad es la de ser un anti-espectáculo, donde brilla la artesanía de las canciones, además de buscar la esencia de un músico cuya casa está en el mar con siete puertas.

Una velada en busca del carácter de la música en directo en un local pequeño. Lugares que acortan las distancias, que personalizan y humanizan el arte, que hacen de cada concierto diferente, en donde el cantante puede mirar a cada espectador. 

Las noches de Semana Santa en las que el público pidió canciones a Pedro Guerra conectaron irremediablemente con el que fue nuestro particular Libertad 8: un antro de Ciudad Jardín a principios de los 90, situado en un sótano que hoy no pasaría una sola norma urbanística, llamado La Peña Egabrense. Un lugar y un momento donde tuvieron la sensibilidad de fijarse en un músico desconocido. Fue uno de los primeros locales en contratarlo para dar varios conciertos, antes de que estallara su piñata de golosinas. El resto ya es historia y memoria generacional.

Y es que por mucho que Pedro Guerra intentara guardar la nostalgia bajo la alfombra del Málaga Café, ha llegado el día en que estas cosas son cosas pasadas, llenando la memoria como cajas.

Menos mal que cualquier tiempo pasado solo fue anterior.

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