El sueño va sobre el tiempo: de lo barroco a lo jondo
La Sevilla del Siglo de Oro es un lugar fascinante en la imaginación de cualquiera. En aquel tiempo, la ciudad era algo parecido a lo que supuso Nueva York a comienzos del XX. Una urbe convertida en capital económica de Occidente aunque llena de penurias, en la que coexistieron entonces cincuenta lenguas, donde el diez por ciento de la población era negra y un lugar de contrastes violentos: la riqueza y la pobreza, el lujo y la pestilencia, la virtud (pública) y los vicios (privados), lo religioso y lo profano. La belleza y la oscuridad.
Activar la imaginación y los referentes históricos de los espectadores es lo que se propone la gran producción Origen. La semilla de los tiempos, resultado de la colaboración entre el Ballet Flamenco de Andalucía (BFA) y la prestigiosa formación de música antigua Accademia del Piacere. Una feliz coproducción de esta formación junto a la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales y el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, con la colaboración del propio Festival de la Guitarra de Córdoba y el Festival Perelada (Girona), con una gran ambición y complejidad estética que estos festivales veraniegos merecen en su programación.
Las cabezas artísticas que lo han puesto en pie para gozo de un público entregado, tanto en su estreno en el teatro de La Maestranza, como anoche en el Gran Teatro de Córdoba, son dos referentes de la creación contemporánea: el violagambista Fahmi Alqhai en la dirección musical y Patricia Guerrero en la dirección artística y coreográfica. Danzas como chaconas, el canario, marionas, zarabandas o jácara siembran un espectáculo de enorme calidad que lleva la libertad por bandera.
Su firme compromiso con la evolución de las tradiciones andaluzas en la música y la danza se ponen de manifiesto en los sonidos y los detalles de una Sevilla que se se escucha, en los pasos y los tintineos, y a veces se huele, en el azahar o en los olores del puerto. Parece que una actualización de Rinconete y Cortadillo va a aparecer tras uno de los cubos del decorado, todo ello gracias a la puesta en escena de otro grande, el dramaturgo Juan Dolores Caballero, con una búsqueda clara: la del primer cante o el protocante y el primer baile flamenco en la rica y diversa Sevilla barroca. La culta y la popular.
Un universo que está en los detalles: en los miriñaques con mantones de manila; en las velas y las lámparas de araña; en el fervor religioso de las procesiones y la explosión de júbilo de los bajos fondos. Siete cuadros acompañados de una música exquisita, con soprano y cantaora mano a mano, con un ballet joven de más de diez bailarines con deslumbrante vestuario de Pablo Árbol, en donde brilla con luz especial cada vez que pisa la escena la propia Patricia Guerrero. Su danza al compás de la viola de gamba de Alqhai o su lugar en el cuadro final son de los que dejan huella.
Escenas que parecen sacadas de un cuadro de Caravaggio o de José Ribera o de Murillo y otras donde explota la luz y el color tal y como brota cada primavera en la ciudad. Son los espacios poéticos de Sevilla, llenos de memoria y simbolismo, donde el espíritu barroco cabalga junto al flamenco como expresión universal para fijarse en la estela imaginaria de un público hambriento de arte.
El sabor que deja este espectáculo lo resumió mejor que nadie Camarón cantando por Lorca: El sueño va sobre el tiempo/ Flotando como un velero/Nadie puede abrir semillas/ En el corazón del sueño.
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