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¿Está en crisis la creatividad en la peluquería?

Tony Sanmatías

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De hace unos diez-doce años a esta parte me viene sorprendiendo –y cada día más- la repetitiva obsesión de los peluqueros  de señoras en general (muchos de ellos haciéndose pasar por “estilistas” sin más titulación que la propia que cada cual se atribuye) realizando los mismos peinados en las melenas, lo más largas posibles, lisas absolutas, tipo “tabla”, y sin la existencia de cortes que las singularicen de algún modo. A otras melenas, contrariamente, de las mismas medidas, le imprimen rizos a base de tirabuzones o con excitaciones de memos rizos en las puntas, así, unos para aquí, otros para allá, a veces medio hacia arriba o encontrándose con los anteriores,  como todo movimiento “singularizado”. Y, de ser cortos, en media melena, sobre todo de no tener un cabello grueso, la rellenan de extensiones (a veces no de pelo natural, sino sintético) para hacerlos largos, a la vez que le hacen las mismas terminaciones anteriores… ¡¡y con las puntas castigadas, mates a tope!!. Y, a veces, demasiado, como son aquellas que al pasarle el peine o un cepillo casi llegan a romperse, aunque en otras le bastará la almohada para lograrlo.

Analizando tales “creaciones” y terminaciones popularizadas, y viendo, por otro lado, las propuestas de las revistas de peluquería y otras de moda exhibiendo cortes “body’s”, la mayoría de largos flequillos, cortes asimétricos de todas las medidas, disparados  de punta (algunos en laterales, otros en la coronillas, algunos en la nuca) y otra tanda más de peinados (bueno, vale, ) al gusto, resulta que suelen hacérselos la mujer (incluso las jóvenes mujeres y la otras de menos edad, las chavalitas guay’s) por ellas mismas en casa o con la ayuda de una amiga. Igual pasa con los colores, que se los compran en las droguerías, perfumerías, tiendas chinos, herbolarios, supermercados (algunos comercializados por algún peluquero traidor muy afamado, no solamente por las mismas empresas productoras de cosméticos capilares profesionalizadas) a precios más baratos que los utilizados por los peluqueros. Es decir, que de alguna forma las mujeres le copian a los peluqueros/as sus trabajos, casi tan perfectamente a como ellos mismos realizan en sus salones. Mal camino.

Lo anterior ya es grave, aunque falta lo malo-malo, lo peor por venir. Porque, por otra parte, esas melenas comentadas, largas, largas, y más largas y algunas extensionadas, no suelen cobrarse al precio que le resultaría rentable al profesional establecido. Y como están resecas, mates, sin brillo, desprotegidas a tope de tano daño como reciben casi diariamente, cuando van a la peluquería necesitan de todo, incluso el obligado corte para sanearlo, huyéndolo de las endiabladas tijeras. Por tales motivos, los peluqueros gastan en ellas lo que no cobran al precio necesario: agua a manta, champú a porrillo (y en dos veces), agua a chorro disparado para aclarar, crema o mascarilla a puñados después, vuelta a enjuagar con agua (ahora más, porque aquello de que debe soltar el exceso de la crema), una toalla para secar (no solamente la de protección en los hombros). Y, cuando ya está en tocador… ¡ahí es nada!! Que si la loción protectora del calor…, que si las gotitas milagrosas de sérum…, a lo que se añade el preliminar secado con aire de secador a fin de preparar la melena para su planchado, sea liso total, tirabuzones, rizos encontrados o similares. Finalmente, viene el gel de terminación y/o algún abrillantador, a lo que suele añadirse un toque de laca apropiada y el consabido meneíto con sus manos para desdibujarlo “y quede más natural”. En fin, como si todo ello no costara nada o muy poco, cuando representa el doble o más que los de una tienda, droguería, supermercado… de “esas” a donde vende de todo, menos consejos adecuados de cómo utilizar correctamente los destinados a su cabello.

A todo esto se añade una singular resta en el profesional: está supeditado a esa especie de competencia desleal de las casas comerciales que le hacen la contra vendiendo productos en todo tipo de establecimientos ajenos al mundo profesional. ¡¡Y chitón!! La boquita cerrada a cal y canto. Y a las pruebas me remito del silencio que guardan hasta las asociaciones de peluqueros que dicen representarlos.

Hasta aquí suelen salvarse de la quema los más profesionalizados, insistiendo cortar las puntas, que si unas mechitas (de esas que llevan haciéndose decoloradas y envueltas en papel desde los años setenta), apoyándose en los servicios de mujeres metiditas en edad (que suelen ser los más rentable y por las que muchos salvan su cajón diario), que si un cambio de color (que solamente por ser un cambio o un consejo profesional, además de una realización artesana acertada, debería de cobrarse), la venta de unas extensiones, de unos productos de mantenimiento en casa (curiosamente de similar formulación a los de venta en “esas” tiendas ya nombradas, lo que la mujer ha descubierto para mal del profesional, sin importarle -¡¡qué descarados e insolentes!- a los mandamases de las casas productoras profesionalizadas vendiendo a varias bandas y a libre albedrio. ¡¡Y porque no hay marcianos, que si no…!

A esto se añade la proliferación de peluquerías clandestinas y “esas” otras tiendas de venta de productos profesionales que tanto abundan y donde todo tipo de mujeres compran a su antojo, igual que la proliferación de peluqueras recién salidas de una academia (que hay más que polvo en el ambiente) y que se establecen sin miramiento alguno cuando ya tienen un diploma con el qué “justificar su profesionalidad”, lo que sigue mermándole economía a los más veteranos, incluso siendo muy buenos cortadores y coloristas, pero que, estando así las cosas, de poco les vale.

Y así anda la peluquería de señoras, viendo por los pelos, supeditado al antojo de cualquiera, incluso luchando contra lo de otros colegas de la competencia más directa, haciendo  -y bandeándose como pueden-  en base a las mismas cosas que ellos realizan. ¡¡Y sin olvidar la gravámenes de impuestos, seguros sociales y de autónomos, alquiler, luz, agua, gestoría, transporte diario para acudir a su trabajo…, amén de sus gastos personales o familiares más necesarios y que debe cubrir a toda costa. La mujer debe darse cuenta de esta problemática y dejarse aconsejar por su peluquero, sin menospreciarlo tacañamente imponiendo ella sus precios alegando “es que la peluquería es cara”.

Será, también, ¿porque ya de base le viene todo y no se ha dado cuenta de estar sometido desde su inicio profesional?. O, ¿cuestión de la crisis que padecemos y no solamente económica, sino del “coco”? Quizá, pero solo en parte, tal y como hemos visto: porque la mujer se cambia poco de estilo, mientras los peluqueros/as de señoras se ven incapaces de salir de todo lo anterior ¿No es esto una especie de maniaca acción dando vueltas a una especie de noria en la inercia creativa?

¡¡Que contraría es la peluquería vivida hasta cercanos al año 2.000! Entonces todo era a base de corte geométrico, variación a tope, el corte color, las mechas color, distinguirse de sus amigas, ser y sentirse diferente… ¡¡Qué competencia había entre ellas mismas!

Muy al contrario sucede con la peluquería de caballeros, lo cual se va generalizando hacia esas actualizadas y donde el hombre encuentra cambios en su imagen capilar muy sustanciales y variados, incluso condimentados con rayitas y dibujos, igual que para sus barbas, depilación de cejas y otros corporales, masajes, limpieza de cutis y hasta, para algunos más atrevidos, maquillajes suaves o estilo varonil, los que saben cobrar a buen precio, además de destacarse creativamente del estancamiento de sus colegas para féminas, cuando les llevaban años de adelanto sobre aquellas barberías y peluquerías de caballeros clásicas de años ha. ¿Imponen los barbersshop sus estilos? No. es una demanda real, donde el hombre ha demostrado que ya es otro (no el machus hispánicus de hace años demostrando un tipo de corte para todos igual) incluso cortándose, coloreándose el cabello, cardándose, a lo que añaden laca y gominas extrafuertes, y peinándose como muchas chicas y mujeres joviales debieran hacerlo, y para nada valen que ya lo llevaran ellas en tiempos anteriores.

Una buena lección que debiera el peluquero de señoras aprender y saber dónde radica el éxito y fundamento para imponer sus estilos, a la vez que tratando de cambiarles a muchas jóvenes (de entre 20 y 35 años) su forma de verse mediante un cabello más actualizado y para él más rentable. ¿O es que ha tocado techo? Mejor dicho, fondo, por lo que aguanta y no prospera, sin encontrarle mejor salida que los planchados de pelo o las ondulaciones simplonas.

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