Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.
La Semana Santa andaluza es muy diversa, y en cada lugar tiene su propia singularidad, hasta el punto de creer que la de nuestro pueblo es única. Sin embargo, es más lo que la une que lo que la diferencia, dando lugar a un bien cultural propio de Andalucía.
El hecho de que la Semana Santa se celebre en la misma época del año (en torno al equinoccio de primavera) y en todos los lugares de nuestra geografía, siguiendo, además, pautas bastante comunes (desfiles procesionales en los que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo), le da tal unidad expresiva, que la convierte en una de las manifestaciones más genuinas de Andalucía. En el Barómetro Andaluz de Cultura, realizado por el IESA en 2012, dos de cada tres andaluces la identificaban como la expresión más característica de la cultura andaluza.
Sea como fuere, la Semana Santa es una celebración que a pocos andaluces deja indiferentes, ya sea para vivirla con fervor religioso, ya sea para denostarla como una tradición de difícil anclaje en unos tiempos tan secularizados como los actuales. No le es indiferente, por supuesto, al que, guiado por la fe, asiste a los cultos religiosos y participa de forma activa en los desfiles procesionales; pero tampoco al que, sin ser creyente, disfruta escuchando esos días las marchas musicales o contemplando desde un balcón o desde la calle el paso de las imágenes en sus tronos o bajo palio. Ni siquiera son indiferentes a ella los que critican a las cofradías por ocupar de forma cada vez más invasiva el espacio público, causando constantes molestias a los vecinos.
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