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Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

Epifanía

“Adoración de los Reyes”, Luca de Tommé (1365)
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Eduardo Moyano

5 de enero de 2025 19:40 h

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En el día de Reyes Magos se celebra la fiesta de la Epifanía. Con la palabra “epifanía” se quiere indicar que algo que estaba oculto sale a la superficie y se da a conocer públicamente.

En este caso, y según la liturgia cristiana, es el nacimiento de Jesús lo que se hace público ante unos misteriosos magos llegados de Oriente para que sean ellos los encargados de difundir por el orbe la buena nueva. Su procedencia de los tres continentes entonces conocidos es garantía de que la noticia se extendería por todo el mundo: Melchor, por Europa; Gaspar, por Asia, y Baltasar, por el continente africano.

Los atributos que portan son también indicativos de la naturaleza humana y divina que se le reconoce al niño nacido pobre en el pesebre de un portal de Belén. El oro que porta Melchor representa el reconocimiento de la autoridad que encarna el niño sobre el mundo real y tangible. El incienso de Gaspar es el símbolo de la divinidad de Jesús y de la trascendencia espiritual de su mensaje. Y la mirra que lleva el rey Baltasar es el ungüento para sanar las heridas y purificar el cuerpo de las penas y sinsabores que la vida le deparará al niño recién nacido. La condición divina y humana de Jesús, no exenta de sufrimiento, se ve representada, por tanto, en esos tres atributos que le entregan al Niño a modo de regalo.

Pero más allá del sentido litúrgico que tiene para los cristianos, el mensaje universal que encierra la fiesta de la Epifanía es el anuncio de que ha sucedido algo nuevo e importante en nuestras vidas y que sentimos el deseo y la necesidad de compartirlo con todas las personas a las que queremos y nos quieren. Es un mensaje de trascendencia, de sentirnos parte de una comunidad de valores.

El hecho de convertir esa fiesta en un rito anual al que acudimos con nuestra carta, real o imaginaria, de deseos y peticiones, es en el fondo una forma de no renunciar nunca al asombro, a la búsqueda, a la ilusión de encontrar algún tesoro por pequeño y modesto que sea, que llene de sentido nuestra vida.

La continuidad de la llama amorosa en nuestras relaciones de pareja; el nacimiento de un hijo o hija; el sentimiento inimaginable de ser abuelos; el envejecimiento compartido con nuestro cónyuge cuando la pasión va menguando; el logro de un proyecto profesional en el que se viene trabajando con ilusión y esfuerzo; la recuperación de un ser querido de una enfermedad marcada por el dolor…, son algunos de los pequeños grandes regalos que los adultos le pedimos en silencio cada año a los tres Reyes Magos.

Por todo ello, la Epifanía es una fiesta de esperanza en la que renovamos el compromiso de mantener siempre vivo en nuestros corazones un pequeño espacio de ilusión. Es también un retorno a la infancia, a ese mar de la inocencia que se abre de nuevo ante nosotros mirando los ojos de asombro de nuestros hijos y nietos al paso de la cabalgata en la noche de Reyes Magos.

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Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

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