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Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

El legado de la Biblia

Novela sobre la Biblia.

Eduardo Moyano

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En los últimos años, los medios de comunicación se vienen haciendo eco de un resurgir del interés por los temas religiosos. Es un fenómeno general que se expresa, además, en diversos ámbitos culturales, y que va más allá de las prácticas tradicionales asociadas a la Semana Santa en regiones como la andaluza.

Por ejemplo, el último y excelente disco Lux de la cantante Rosalía tiene un claro componente de misticismo, además de una evidente estética religiosa. Asimismo, artículos como “El giro católico” de Diego Garrocho (publicado en El País, el pasado 27 de octubre), o el monográfico de The Conversation (del 15 de noviembre), tratan de esa temática. También libros como “El loco de Dios en el fin del mundo” (2025), de Javier Cercas, o “El enigma de Dios” (2025), de Pedro G. Cuartango, se adentran en los temas religiosos desde diversos ángulos. Y lo mismo sucede con películas como “Los domingos”, de Alauda Ruiz de Azúa, que está teniendo gran éxito de taquilla y que trata de la vocación religiosa de una joven adolescente.

Todo esto genera cierta perplejidad en determinados círculos de opinión a los que les cuesta entender las causas de este fenómeno en una sociedad en apariencia tan secularizada como la actual. Para unos, el resurgir de lo religioso es sólo una moda pasajera, algo impostado e inducido por intereses comerciales. Para otros, sin embargo, es reflejo de un cambio más profundo en el sistema de valores de las jóvenes generaciones, inmersas en un mundo abducido por las tecnologías digitales y marcado por una combinación de múltiples identidades no fácil de gestionar a nivel individual.

“El Dios de nuestros padres”

En esa misma línea, aunque desde una óptica diferente, cabe situar el libro “El Dios de nuestros padres” (Ed. Harper Collins, 2025) de Aldo Cazzullo, escritor italiano y conocido periodista de La Stampa y el Corriere della Sera. Es un libro que está teniendo gran éxito de ventas (con un millón de ejemplares vendidos) y que acabo de leer en su versión española. Aprovechando los días de Navidad, con esa mezcla de fiesta, emociones y recogimiento, comentaré el libro de Aldo Cazzullo, una excelente aproximación a la Biblia y al legado que representa para nuestra cultura.

El libro se lo dedica a sus padres y a todas esas generaciones que, como dice el autor, “vivieron bajo la mirada de Dios”. En la introducción comenta que se le ocurrió escribirlo cuando, cuidando de su padre enfermo, cogió la Biblia que siempre tenía en la mesilla de noche y se puso a leerla después de muchos años sin hacerlo. Nos dice también que, en aquellos días en los que veía apagarse la vida de su padre, la lectura de la Biblia le reconfortaba y trasladaba a la infancia, a esos años en los que las historias bíblicas le parecían fascinantes, si bien reconoce que esos mismos textos le parecen hoy inverosímiles e incluso trasnochados para una mente tan racional como la suya. Del esfuerzo por comprender el significado de la Biblia y trasladarlo a los tiempos actuales surgió, en opinión del autor, la idea de escribir este libro.

El libro de Cazzullo trata, sobre todo, del Antiguo Testamento, con referencias muy puntuales a la vida de Jesús y los Evangelios. De hecho, sólo relata del Nuevo Testamento algunos pasajes sobre el tema de la resurrección de la carne (por ejemplo, cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro), un tema éste que apenas está presente en el corpus del judaísmo y que diferencia a ambas religiones.

Su propósito con la publicación del libro es, como dice el autor, reafirmar la importancia de la Biblia para todas las personas que se han formado en la cultura judeo-cristiana, una cultura que, con sus injertos grecolatinos y germánicos, impregna el lenguaje cotidiano de los europeos y también de otros pueblos influidos por aquélla. De hecho, nuestro santoral está lleno de nombres bíblicos (Eva, David, Esther, Jesús, Joaquín, Moisés, Daniel, Ana, José, Pedro, Jacob…) y hay frases tan habituales, como “pasar las de Caín”, “tener más paciencia que Job”, “hacer una travesía del desierto”, “ser como un maná caído del cielo”, “tener la fuerza de Sansón” o “venderse por un plato de lentejas”, cuyo significado sólo puede entenderse recurriendo al legado de la Biblia.

Imagen del libro.

La Biblia, como legado cultural

El arte clásico europeo está impregnado de imágenes inspiradas en la Biblia, y muchas de sus obras no pueden comprenderse sin conocer las escenas y personajes representados en ella. Es el caso, por citar sólo unos pocos ejemplos, de las esculturas del Moisés o el David de Miguel Ángel en Roma o Florencia, respectivamente, o de sus frescos de la Capilla Sixtina del Vaticano; también, del mural La última cena de Leonardo da Vinci en la basílica de Santa María de las Gracias de Milán, o el cuadro David vencedor de Goliat de Caravaggio, que se encuentra en el museo del Prado de Madrid.

Algo similar ocurre con la literatura, donde obras como El Cantar de los Cantares (que inspiró la poesía de San Juan de la Cruz) o el Eclesiastés (que tanto influyó en la obra de santa Teresa de Jesús o incluso en las meditaciones de filósofos paganos como el emperador romano Marco Aurelio), sólo pueden entenderse recurriendo al reinado de Salomón. Asimismo, La Divina Comedia de Dante (s. XIV) o, ya en el s. XX, la novela de William Faulkner Absalón, Absalón, la voluminosa José y sus hermanos de Thomas Mann, o Saúl ante Samuel de Juan Benet, requieren adentrarse en la Biblia para comprender mejor su significado.

En la música clásica, una ópera tan célebre como el Nabuco de Verdi no puede entenderse sin conocer la historia del destierro del pueblo hebreo en Babilonia. Lo mismo sucede con las óperas Salomé de Richard Strauss o Sansón y Dalila de Saint-Saëns, que requieren saber algo de esos personajes históricos. Incluso en una música tan popular como el flamenco, encontramos las llamadas “sevillanas bíblicas”, con letras alusivas a pasajes del Antiguo Testamento (como la célebre escena del rey David y su amante Betsabé).

Ya sea uno creyente, agnóstico o ateo, los pasajes bíblicos son parte, en definitiva, de nuestro acervo cultural. Por ello, comparto la opinión de Aldo Cazzullo cuando dice que conocer el significado de la Biblia nos ayuda a mejor comprender nuestra cultura en una época, como la actual, en la que nadie o muy pocos la leen, aunque, como he señalado, haya un creciente interés por los asuntos religiosos (que no bíblicos). No obstante, los que hemos nacido en pueblos de Andalucía, como Puente Genil, donde la Semana Santa es una Jerusalén viviente, con cientos de figuras representando en sus calles escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, somos una excepción por cuanto conocemos bien la Biblia y nos gusta contarla.

Pero ahora que ha pasado la moda de las grandes películas de temas bíblicos (Los Diez Mandamientos, Ben-Hur, Quo Vadis, El Príncipe de Egipto…) lo cierto es que poca gente se interesa, por ejemplo, por la historia de Caín y Abel, como tampoco por la de Noé, el arca y el diluvio universal. Se ignora la historia de los primeros patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) o la de Moisés, Aarón y Josué (que liberaron al pueblo hebreo del yugo egipcio y lo guiaron por el desierto hasta llegar a la tierra prometida). Pocos saben quien fue Judit, la heroína que cortó la cabeza al general Holofernes, o quien Esther, la joven hebrea que logró con sus ruegos ante el rey persa Asuero el final del destierro del pueblo judío en Babilonia. Tampoco se conoce la historia de Tobías, el pez y el arcángel Rafael, que suele figurar como santo protector de muchas ciudades con río, entre ellas Córdoba.

Son historias bien contadas en el libro de Cazzullo, pero que poco o nada les dicen a los jóvenes de hoy, cuyo universo de ideas y valores está formado por otro tipo de referencias. La intención de Cazzullo con su libro no es, por tanto, hacer proselitismo, lo que sería absurdo en un mundo tan secularizado como el actual. Su objetivo es más simple, y tiene mucho que ver con lo evocador y lo sentimental, además de tener una finalidad pedagógica. Para el escritor italiano es un modo de rendir homenaje a la generación de nuestros padres y abuelos, que tuvo a la Biblia como uno de los ejes básicos de su formación religiosa (de ahí el título del libro), reactivando así el “hilo de la memoria” que diría la socióloga francesa Danièle Hervieu-Léger.

Una historia novelada de la Biblia

En su estudio sobre los textos bíblicos, Cazzullo elige la novela como estilo literario, pues entiende que la Biblia es, sobre todo, un relato, una narración que puede contarse de forma ágil y amena si se eliminan pasajes complejos y oscuros, más dados a la interpretación de rabinos, teólogos y especialistas.

Al ser la Biblia una de las grandes obras de la literatura universal, junto a la Iliada y la Odisea, la Eneida, el Majabhárat, el Corán o el Cantar de los Nibelungos, sus textos pueden leerse con independencia de cuáles sean las creencias de cada lector. Al igual que ocurre con esas otras obras clásicas, la Biblia nos enseña mucho sobre la complejidad de la naturaleza humana y el modo de relacionarse con el misterio de lo desconocido e incomprensible.

Aunque los cinco libros que componen el Antiguo Testamento (el Pentateuco para los cristianos) son, sobre todo, palabra e historia del pueblo judío, y así los trata el judaísmo como parte fundamental de la Torá, el mensaje de la Biblia es universal. En opinión de Cazzullo, que comparto, la Biblia trasciende al propio pueblo hebreo hasta el punto de ser referencia para las otras grandes religiones monoteístas. Sin duda lo es para el cristianismo, que, como sabemos, surgió del propio judaísmo, pero también para el islam, que se considera heredero del legado bíblico y acepta como suyos muchos de sus personajes (Brahim, Ishaq, Ismail, Jakub, Musa…)

Además, a través de lo que le sucede al pueblo judío, la Biblia nos dice cómo son los seres humanos en general, con sus virtudes y sus vicios, sus deseos y tentaciones, su tendencia a hacer el bien, pero también a comportarse como unos malvados. Eso mismo ocurre con las grandes tragedias griegas de Esquilo, Sófocles y Eurípides, recreadas dos mil años después por Shakespeare, donde se retrata la naturaleza del ser humano, sus pasiones y debilidades, sus miserias y grandezas, más allá de los lugares geográficos donde se desarrollan.

En definitiva, el libro de Cazzullo es una obra interesante y amena sobre la Biblia, y su gran éxito puede deberse al resurgir ya comentado de los temas religiosos. En todo caso, es un libro que nos acerca a nuestras raíces culturales y que debe leerse desprendiéndonos de los prejuicios religiosos (y también políticos) que hoy pueden generarnos los textos bíblicos.

Sea como fuere, la lectura de la Biblia debe hacerse situando los hechos que narra en el contexto histórico (político y cultural) en que fueron escritos. Sólo así, y tal como sucede con todos los textos antiguos, podremos captar su verdadero significado y entender mejor actitudes y comportamientos que, sin duda, nos resultan desfasados e inverosímiles para un lector tan racional y secularizado como el de hoy.

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Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

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