Fosforito, la última Llave de Oro del Cante: “El flamenco sigue falto de afecto”
En una entrevista concedida en 2020, el maestro Antonio Fernández Díaz, Fosforito, bromeaba con la retranca que lo caracteriza: “A mí me dieron la llave del cante para que cerrara la puerta”. Hoy, cuando se cumplen veinte años desde que el cantaor recibiera la última Llave de Oro del Cante —la quinta en más de siglo y medio de historia—, no reniega de la frase, pero sí se pone más serio al recordar los días en los que, con una extraña unanimidad, se le concedió un premio que, como el propio flamenco, tiene un origen incierto.
Lo cierto es que, aunque charlando esta semana, a sus 93 años, Fosforito no quiera meter cizaña, aquella frase pronunciada hace un lustro parece un epitafio. Nadie más la ha recibido desde entonces. Ni siquiera parece estar en los planes de la Junta de Andalucía recuperar un premio que, hace un par de años, volvió a estar en la palestra cuando un grupo de aficionados pidió el reconocimiento de manera póstuma para Enrique Morente –un tipo alérgico a este tipo de reconocimientos, todo sea dicho–.
Más allá de polémicas, Fosforito sigue siendo el último de los cinco grandes cantaores que atesoran el premio. Y, con sus 93 primaveras, sigue lúcido, comprometido y con una memoria vibrante que recorre la historia del flamenco como quien atraviesa un patio de su infancia. Aunque reconoce que las fuerzas ya no lo acompañan como antes, sigue participando en conferencias y actos con la misma pasión de siempre: la de quien vive para cantar y honrar al cante. “Dentro de mi modestia, sigo exaltando el flamenco al máximo. Cada vez hago menos, pero sigo en pie”, explica con voz serena, recién llegado de hacer la compra en un supermercado.
La última gran unanimidad
Lo cierto es que, para cuando se le otorgó el título, la obra discográfica de Fosforito, que se inició muy joven y que, en 1956, consiguió todos los premios del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, hablaba por sí sola: Decenas de discos, cientos de cantes y una labor casi arqueológica en la recuperación de estilos en desuso, como el polo, que popularizó a partir de 1956, el zángano, la debla y el taranto de Almería, así como los estilos malagueños, las variantes mineras, los cantes de temporada y las soleares apolás, cantiñas y tangos de Triana y Cádiz.
Además, Fosforito había dejado su huella en la historia del cante flamenco, gracias a la serie de antologías que grabó con Paco de Lucía y que constituyen uno de los trabajos más importantes registrados del arte jondo.
Así que, en 2005, cuando la Junta de Andalucía decidió concederle la Llave de Oro del Cante, no solo no hubo gresca flamenca, sino que todo el mundo lo vio como un raro acto de justicia poética hacia una figura única. Manuel Martín Martín, encargado de redactar el expediente, celebró que se le concediera tamaña distinción “a un artista que simbolizara una época, que fuera un referente inexcusable de su tiempo y que hubiera prestigiado este arte desde su concepción cultural más inequívoca”.
El premio, uno de los galardones más simbólicos del arte jondo, había nacido de forma casi anecdótica en 1868, con su entrega a Tomás el Nitri. La versión más divulgada es que la recibió en 1868, en el Café Sin Techo de Málaga, en medio de la euforia de un grupo de aficionados, pero existe una segunda versión de que fue en una reunión de cabales, sin que existan pruebas claras al respecto.
Fuera leyenda o realidad, su nombre fue el primero asociado a la llave. Desde entonces, solo han recibido otros cuatro artistas: Manuel Vallejo en 1926, Antonio Mairena en 1962 (entregada en Córdoba, en el marco del Concurso Nacional de Arte Flamenco), Camarón de la Isla en 2000 (a título póstumo) y el propio Fosforito, en 2005.
En su caso, la propuesta fue respaldada por una amplia mayoría del universo flamenco: diputaciones como la de Málaga, Córdoba, Sevilla o Granada, más de 150 peñas y nombres ilustres del cante y del toque. “Fue un orgullo y una responsabilidad”, recuerda emocionado. “Fue un acto maravilloso en el Teatro Cervantes, con aficionados, autoridades, con Vicente Amigo… Una belleza de acto en un teatro que es una joya”.
Un símbolo sin llave
Y, sin embargo, veinte años después, la puerta parece seguir cerrada. Sí que tira de sorna Fosforito cuando le preguntan que supuso el premio para él. “A ver, que esto no es una llave que abra ningún Mercedes ni un apartamento en la playa”, aclara Fosforito con ironía. “Es un símbolo. Significa el reconocimiento de la afición y de la gente del flamenco. Nosotros, los cantaores, lo que queremos es cantar cada día como si fuera el último. Lo demás… lo demás no lo decidimos nosotros”, reflexiona.
Porque si algo ha quedado claro en la historia de la Llave de Oro del Cante es que se trata de una distinción misteriosa, irregular y muchas veces polémica. Su entrega no responde a un proceso abierto ni reglado, sino a un acuerdo institucional y simbólico que recae en manos del poder político y cultural del momento.
“No hay oposiciones a la llave. Hay alguien por encima de ti que de pronto te reconoce unos méritos y lo valora. Nosotros no podemos ni pedirlo ni evitarlo”, dice al respecto, recordando que, cuando le tocó a él, la Junta llegó a hablar de que iba a cambiar la nomenclatura por Llave de oro del flamenco, para poder así premiar todas las disciplinas.
De aquello, nada más se supo. Aunque Fosforito sí que insiste en esa idea: “Debía darse también al baile, a la guitarra… incluso a la poesía. ¿Por qué no? Yo no soy más que un cantaor, pero la autoridad y la intelectualidad que pueden hacerlo deberían abrir ese camino”, apunta.
El afecto
Si algo repite el maestro en su discurso, es esa sensación de abandono que ha perseguido al flamenco durante siglos. “El flamenco sigue estando falto de afecto”, afirma rotundo. “Todos los reconocimientos están muy bien, que si patrimonio de no sé qué, que si la llave… pero siempre ha sido la cenicienta de las artes”.
Y, aunque reconoce que hoy se canta bien y que hay un mayor respeto institucional hacia el flamenco, también advierte de que la comparación con los grandes del pasado es inútil: “No se puede comparar a nadie con Tomás Pavón, con Chacón, con Torres, ni siquiera entre ellos. Son irrepetibles. Lo de ahora no es mejor ni peor. Es distinto”.
Preguntado por la entrega póstuma de la llave a Camarón en 2000 —la única vez que se ha hecho así—, Fosforito responde con diplomacia: “Muy bien, no digo que no se la mereciera, claro que sí. Pero también Chacón, Manuel Torres, Marchena, la Niña de los Peines… Hay muchos que no la recibieron, y no sabemos por qué”.
Veinte años después, la Llave de Oro del Cante parece haber entrado en un letargo incómodo. ¿Por qué no se ha vuelto a entregar? ¿Falta voluntad política? ¿No hay consenso? ¿O es que la institución misma ha perdido su sentido en un tiempo donde el flamenco se vive de otra manera?
Fosforito no tiene la respuesta, pero sí una advertencia: “Todo lo que se haga por el flamenco está bien. No está de más. Pero no se puede olvidar que el flamenco sigue necesitando cariño, respeto y altura. El afecto que no siempre se le ha dado”.
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