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Sobre este blog

Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

Cuento de Navidad: 'Los ojos de Abdou'

Los ojos de Abdou.

Eduardo Moyano

20 de diciembre de 2024 19:59 h

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para M.J.H. y A.B.

Ha pasado el solsticio de invierno y estamos en los días centrales de la Navidad. El belén de tu casa lleva ya puesto una semana, y la estrella plateada brilla reluciente sobre el portal.

Por una de las calles de la ciudad, paseas a tu nieta de sólo quince meses. La llevas en el cochecito de bebé, que ya se le está quedando pequeño, qué rápido crece, piensas. Tu hija te la ha dejado mientras va a hacer las últimas compras para la cena de Nochebuena. Se está retrasando, pero no te importa. Cuando estás con tu nieta, el tiempo se detiene, absorto ante su mirada y el balbuceo de sus primeras palabras.

Al son de panderetas, guitarras y zambombas, suenan los villancicos populares de siempre, animando las calles con su música inconfundible. Todo ello te traslada a la infancia, al tiempo ya perdido e irrecuperable de la inocencia. Es un tiempo que ahora revives en los ojos de asombro de tu nieta y en el grácil movimiento de su cabecita al ritmo del rin, rin, yo me remendaba, yo me remendé.

Te diriges al parque de Los Patos, y te sientas con ella en uno de los bancos de hierro forjado que ha puesto el ayuntamiento tras la última remodelación. Ante su insistencia, la bajas del cochecito, y dejas que dé unos pasos a tu alrededor. Aún anda insegura y hay que estar muy pendiente de ella para evitar que tropiece y se haga daño.

Justo en el banco de enfrente hay tres jóvenes de pelo rizado y rostro oscuro como el ébano. Hablan entre ellos en un idioma extraño que tú imaginas de algún país subsahariano por el color de su piel. Tu nieta los saluda moviendo sus manitas como suele hacer con cualquiera que se le acerca. Uno de los tres jóvenes le sonríe, haciéndole gestos con su mano grande y ruda como la piel de un elefante. La pequeña se le acerca titubeante y se le abraza a sus piernas para no caerse. Tu primera reacción es ir a por ella y retirarla de ese joven tan extraño que no te da confianza alguna.

Pero, al final, permites que juegue con él, si bien vigilando lo que hace y sin perderla de vista. Le oyes decir en voz alta, tal vez para que tú también lo oigas, que se llama Abdou y que viene de lejos, de muy lejos. Se lleva la mano al pecho en señal de afecto y dirige su mirada a ti como pidiéndote permiso. Para entretenerla, le abre y le cierra sus grandes ojos brillantes e imita con su boca el sonido de algunos animales, haciéndola sonreír.

Mientras tu nieta juega con Abdou, sientes curiosidad por saber quiénes son esos tres jóvenes de piel negra, de dónde vienen y cómo han llegado hasta aquí, si en cayuco a la isla de El Hierro o si saltando la valla de concertinas de Melilla. Te gustaría que te contaran el largo viaje que habrán hecho desde su tierra natal, dejando atrás familia y amigos, los intensos olores y paisajes de su infancia, los amores y desamores de la juventud. Pero nada de eso les preguntas por miedo a que sus respuestas inoculen en tu corazón un incómodo sentimiento de compasión e incluso de culpa.

Miras el reloj, es la hora de irse, pues tu hija te estará ya esperando en la puerta de la biblioteca “Grupo Cántico”, a la que vas todas las mañanas desde que estás jubilado. Te levantas, coges en brazos a la pequeña y la vuelves a poner en el cochecito venciendo su resistencia dándole algo que la distraiga. Apenas le diriges al joven Abdou unas frías palabras de despedida. Tu hija ya está allí y le dejas la niña.

Ya solo, sin tu nieta, te diriges a una sala de exposiciones donde has quedado con tu mujer para ver una muestra colectiva de artistas locales. En el camino te cruzas con otro grupo de jóvenes de rostro también oscuro, que pasean sin rumbo por los alrededores de un conocido hotel de la ciudad donde al parecer los han alojado, no se sabe si el gobierno central o la Junta de Andalucía.

Eres consciente de la inquietud que ello está provocando en el vecindario, alarmado por la llegada de tantos inmigrantes, dicen, sobre todo de magrebíes y subsaharianos, los panchitos son otra cosa, hablan nuestro idioma, son como más nuestros, se comenta en los bares del barrio. Tú sabes, sin embargo, que sólo son una quincena los alojados en ese hotel y que su estancia es temporal. Pero también sabes que la percepción general es que son muchos y que son tratados como turistas de primera, vaya como si fueran unos privilegiados, comentan algunos. Cuando oyes a los vecinos decir estas cosas, sabes que no es verdad, que son fruto de los bulos que circulan por las redes sociales, pero prefieres no discutir con ellos, no quieres complicarte la vida.

Ya dentro de la exposición, dejas de hacerte preguntas incómodas, distraído como estás en la contemplación de los lienzos. De regreso a vuestra casa, al pasar de nuevo por el hotel, giras la cabeza hacia otro lado como no queriendo saber nada, y no ves el saludo que te hace Abdou desde la puerta.

Tras la Nochebuena, retomas tus paseos por el parque con tu nieta. Acaba de comenzar el nuevo año, y ya no ves sentados en los bancos a esos jóvenes de piel oscura que tanta inquietud te generaban. Tampoco se concentran en la puerta del hotel para alivio tuyo y del vecindario.

Parece que se han ido. Son como sombras que se han alejado del parque sin dejar rastro alguno, volviendo todo a la normalidad de siempre. Ni siquiera te preguntas por el nuevo destino de Abdou y los demás jóvenes; es como si ya no te interesaran, como si hubieran dejado de existir.

Muy lejos de allí, a tres mil kilómetros de distancia, cuando un sol grande como una naranja de fuego asoma por levante, la doctora Gaudí pasa consulta en el modesto dispensario de una aldea senegalesa. Desde que ejerce como oftalmóloga, y aprovechando algunos días de sus vacaciones navideñas, suele viajar allí con otros médicos a operar de cataratas en el marco del proyecto “Iris”, un programa de cooperación sanitaria.

La joven doctora explora los grandes ojos brillantes de aquellos pacientes de rostro oscuro como el ébano. Es entonces cuando en un rincón oculto de su memoria le viene la imagen difusa de un joven de piel negra y ancha sonrisa con el que jugó de niña en el parque de su ciudad un día de Navidad de hace más de treinta años ante la mirada desconfiada y vigilante de su abuelo.

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Soy ingeniero agrónomo y sociólogo. Me gusta la literatura y la astronomía, y construyo relojes de sol. Disfruto contemplando el cielo nocturno, pero procuro tener siempre los pies en la tierra. He sido investigador del IESA-CSIC hasta mi jubilación. En mi blog, analizaré la sociedad de nuestro tiempo, mediante ensayos y tribunas de opinión. También publicaré relatos de ficción para iluminar aquellos aspectos de la realidad que las ciencias sociales no permiten captar.

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