Parece que esta frase me ronda premonitoriamente desde hace tiempo. La semana pasada, en Bolonia, esa ciudad italiana con algunas semejanzas con Córdoba (número de habitantes, rica agricultura y magnífica restauración), pero con evidentes diferencias si de cultura, refinamiento y comercio se trata, al pie de las “due torri”, entre los artistas callejeros que exponen sus obras, me prendé de un paisaje pintado a tinta china. “Nada es imposible” era su título.
¡Qué gran verdad! En la vida, nada es imposible. O miren, si no, las imágenes de Valencia o Paiporta: tan terriblemente reales como apocalípticas. Nada es imposible. A las pruebas me remito. Los ingenieros hidráulicos afirman que se ha construido en zonas inundables —ya se sabía—, que ahora son muy vulnerables a los efectos de un cambio climático (¿lo van a seguir negando?) que traerá cada vez más fenómenos meteorológicos excepcionales.
Nada es imposible. Tampoco lo es una reacción tan tardía, insuficiente e ineficaz por parte de las administraciones públicas ante una situación tan terrible y catastrófica. Las imágenes, cuando escribo esto, son dantescas: personas sin casa, sin comida, sin poder desplazarse y hasta sin agua para beber, que siguen tiradas como perros callejeros en un lodazal.
¿Qué hacía falta para que se hubiera movilizado todo el ejército español y quitar a paladas, desde el minuto uno, todo ese fango? ¿Tan difícil era desplegar ayuda con helicópteros cargados con comida, ropa o medicinas? ¿Tan complicado articular puestos de ayuda y control con fuerzas de seguridad para evitar saqueos, robos y ocupaciones? Las imágenes cuando llega la noche son escalofriantes. ¿Cómo es posible dejar en manos de la solidaridad ciudadana la primera bocanada de ayuda? ¿Es de recibo que los políticos sigan discutiendo? Lo lógico y previsible debió ser lo contrario, pero ya saben: nada es imposible. Y si de política se trata, aún más.
Entre la línea de la vida y la de la muerte, en estos días de celebración de los santos y los difuntos, existe un mínimo espacio lleno de demasiadas cosas imposibles que, de repente, nos caen encima como pesadas losas. Y se acabó. Enfermedades que jamás creímos que ni nos rozarían; accidentes inimaginables; o una tromba de agua que te arrastra al lodo cuando estabas en la mesa empezando a cenar. Nada es imposible.
Al llegar mi cumpleaños, en esta época de calaveras y muertos vivientes (sí, hoy cumplo uno más), siempre me enfrento a la misma reflexión: a cómo el tiempo se me escapa y a que son nuestros actos lo único que importa. A la necesidad de exprimir el tiempo antes de que algo, que creía imposible, me arrastre a la nada.
Nada es imposible. Si un tipo declarado culpable de 34 delitos, que dice que las mascotas son devoradas por migrantes, que reconoce que le gustaría “salir” con su hija y que ofende sistemáticamente y de forma asquerosa a las mujeres, se presenta a la presidencia de los EE. UU. para evitar ir a la cárcel... convendrán conmigo en que nada, absolutamente nada, es imposible. En unos días sabremos si lo imposible se convierte, además, en otra dantesca realidad insoportable. Dios nos asista esta vez.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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