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Jesús Carrasco, el escritor que surgió de la nada

Manuel J. Albert

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El autor de 'Intemperie' presentó su novela anoche en el ciclo Letras Capitales

“Vengo de la nada”. Jesús Carrasco, delgado, calvo, con bigote de principios de siglo XX y escritor. Un escritor que, como confiesa, viene de ningún sitio. Como le ocurre a todos los noveles. Porque, aunque su primera obra, Intemperie (Seix Barral, 2012), haya helado a lectores y editores de medio mundo por el dominio del lenguaje, su dibujo del paisaje, las escenas y la concisión telegráfica y desnuda de sus páginas, Carrasco no es nadie todavía. “Yo solo quería escribir una novela. Y esta me ha servido para aprender”, confesó humilde anoche, en la presentación que hizo del libro en la Delegación de Cultura de la Junta, en el ciclo de Letras Capitales.

La portada de su libro viene acompañada de las apostillas que suelen gustar a libreros y editores. Unas comparaciones que lo une a Miguel Delives y a Cormac McCarthy. El profundo mundo rural de uno y la síntesis violenta y acerada del otro. Cuando escucha estos nombres, Jesús carrasco se cuadra, su fino tronco se estira en la silla, alerta, y aunque lleva meses escuchando la misma observación, la misma pregunta, responde con el mismo respeto. “Hablar del Cormac de La carretera es... Bueno, es lo máximo en el trabajo de destilar una sola gota, todo un estilo”.

“Pero bueno, aquí hemos venido a hablar de mi libro”, suelta con sorna, como dijo aquel. Y la génesis de Intemperie, como el mismo Carrasco explica, “no puede ser más prosaica. ”Quería escribir una novela y me enfrentaba al texto con esa idea“. la página en blanco no era un misterio para él. Redactor de publicidad en Sevilla, este extremeño nacido en Badajoz hace 40 años empezó a escribir una novela porque sí. Contando una historia muy sencilla: un niño que se escapa de casa y echa a caminar, perseguido por alguien y en compañía de otros personajes.

“Lo hice caminar durante 20 páginas. No sabía a dónde lo llevaba, no tenía idea de qué hacer. Y lo dejé”. Por tres años, Carrasco mantuvo el arranque del camino y de su novela en un cajón. Pero no se estuvo quieto. Decidió empezar otra partiendo de premisas totalmente distintas. En vez de dejarse llevar, prefirió crear una estructura de trama perfectamente engarzada y milimétricamente medida. “Escribí esa novela, la terminé, la leí y vi que no valía. No era buena. No me gustaba. Y sigue en un cajón”.

Pero Carrasco no se dejó desanimar. Su proceso de aprendizaje, su manera positiva de enfrentarse a las cosas -algo que, según él le caracteriza- hizo que un día, repasando sus materiales escritos, se topase con las 20 páginas del niño que caminaba. Y retomó su sendero. “Todo lo que había escrito, todo lo que había aprendido en esa esa otra novela que acababa de terminar, me sirvió en esta. Sobre todo para prescindir de todo lo que no me hacía falta”. Así, los personajes pierden sus nombres, se eliminan las referencias geográficas y temporales, domina la sequía del paisaje y el uso sintético de un especializado y documentado vocabulario agrario.

“Me crie en lo rural. Era un elemento que dominaba y por eso aparece en la novela”. Y por eso emprende camino por esos horizontes desolados, sin agua y con sed. Y como años atrás, reinicia la marcha sin saber exactamente qué quería decir, cuál era la meta. “Eso me lo están diciendo los lectores, con versiones de lo más variadas y todas acertadas. Creo que me hacen ver muchas cosas que de verdad están en la novela y en mi subconsciente y que yo no lo sabía”. Carrasco, el escritor que surgió de la nada, sigue aprendiendo, incluso después de haber terminado la novela.

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