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Más Arthur Miller y menos Prozak

Muerte de un Viajante en el Gran Teatro

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Ante un escenario gris, un pedazo de Nueva York y unas notas de jazz el Gran Teatro de Córdoba se llenaba hasta la bandera -primer gran lleno de la nueva normalidad- para recibir esta versión de la obra de Arthur Miller, Muerte de un viajante protagonizada por Imanol Arias y bajo la dirección del bonaerense, Ruben Szuchmacher.

Un sonido de vientos abre paso en la noche de La Gran Manzana, nuestro Willy Loman -Imanol Arias- aparece cansado, con dos grandes maletas, y encorvado hacia la tierra por el peso de la vida de este viajante. Primera imagen que simboliza el discurso que nos propone Miller, que no es otro que la reducción de lo humano por el poder de la sociedad de consumo. 

Viaje al gris de la sociedad consumista

El actor leonés, en un ejercicio comedido, huyendo de las excentricidades que, sobre el papel, pudiera proponer el personaje de Miller, lleva el peso de la obra en un vodevil de personajes que entran y salen del escenario, ahora de su mente, ahora del pasado, ahora del presente, y desfilan de escena en escena hacía su desdichado final.

A ritmo lento, pero sin pausa, el director nos sumerge en la desesperación de una generación en la cual la amabilidad y la cortesía eran baluarte y que ahora es absorbida por los nuevos cachorros neoliberales que solo valoran lo humano por su capacidad de venta. 

A la vez observamos como el modelo de familia comienza a resquebrajarse -la obra es de mediados del XX- y a ponerse en cuestión las relaciones paterno/filiales sin dejar de hacernos observar la soledad de una madre Linda Loman -Cristina de Inza- que se desvive por los cuidados de la familia, ya no solo por cubrir las necesidades básicas, sino por sostener la salud mental de sus hijos y marido.

En este mar de voces norteamericanas que se ahogan ante la neurosis fantasiosas del mundo que construye Loman y que destruye, ya no solo su vida, sino la de su familia, se erigen unas buenas interpretaciones actorales que complementan el reparto, pero que a mi entender no llegan a dar el empaque dramático que propone Arthur Miller y que hacen emulsionar los conflictos de forma que nos lleguen al centro del vientre.  

Cuando el teatro es reflejo de lo que nos devora

Una obra que no pasa de moda. Es más, gana con el tiempo, en este nuestro presente donde el discurso de Willy Loman, de “da igual lo que valgas, lo importante es caer bien y dar buena imagen”, pareciera que ha triunfado. Y que bien podría servir de respuesta a muchas enfermedades mentales que no han hecho más que crecer desde aquel estreno de la obra allá por febrero de 1949.

Y es que esta pieza bien le pudo valer al autor el estar incluido en aquella famosa Caza de Brujas al hacer un ataque frontal a los valores de América del Norte, que en esa época de posguerra lideraba el estilo de vida del que en la actualidad somos hijos y nietos. 

En definitiva una propuesta sobria y sencilla, que ni quita ni aporta nada al texto del que fuera marido de Marilyn Monroe pero que el público cordobés disfrutó, y que a mi en ocasiones me hizo replantearme ciertas cuestiones como ¿por qué el respetable carcajeaba cuando Loman mandaba callar a su mujer de forma violenta? En fin, tal vez les recordase aquel Te calles Merche

Igualmente el público le dedicó un largo y cálido aplauso, en pie, a esta única función en el Gran Teatro de Córdoba. 

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