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La portada de mañana
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Esta es la portada de mañana

Carlos Alarcón / J. M. Ayala

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La fría noche cordobesa contrasta con el espejo árido que nos propone el montillano Juan Carlos Rubio en el Gran Teatro para el estreno nacional de Camino al Zoo -versión de la obra del Pulitzer, Edward Albee, At Home at the Zoo- y articulado por un trío actoral que rezuma talento por los tres costados:Mabel del Pozo, Fernando Tejero y Dani Muriel.

Una historia del Zoo (1958) es la primera obra publicada de Albee en una época en la que el mundo aún se desprendía de los horrores de la II Guerra Mundial y que el teatro del absurdo de Beckett e Ionesco recogen. Es de estos autores de los que bebe Albee para dibujar a sus personajes abruptos, hastiados y que hacen caso omiso al mensaje del otro, derivando hacia una incomunicación total. Herida de guerra crónica que cala en la sociedad y que el teatro refleja. No debe ser casualidad que en la última obra antes de fallecer Homelife (2004) añada un acto pretérito a la que fuera su primogénita pieza. 

Obsesión del autor para corregir aquélla y cerrar así el ciclo, 40 años después, para reforzar aquella idea del 58 que confirma que la incomunicación y lo absurdo de la vida siguen presentes.

El espejo arañado de Albee

El creador de clásicos contemporáneos como ¿Quién teme a Virginia Woolf? nos coloca un espejo empañado, lleno de arañazos y rarezas. Desde el núcleo de la pareja, en primera instancia, y lo relacional-social con lo extraño, en segunda. 

Los arañazos del alma de los personajes del primer acto, Peter (Fernando Tejero) y Ann (Mabel del Pozo), no son otros que confesiones no realizadas que engangrena una relación llena de exceso de tedio y que aplasta, anodinamente, día a día a los personajes, deviniendo en un delirio de fantasías, traumas y tabúes que explosionan y hacen que, de forma hilarante, puedan, a modo de falsa esperanza, resurgir la chispa primeriza que hiciera arder el pasto seco que pisan en la escena. Y, desde ahí, ¿volver a sembrar?

Los mundos de Jerry

En el segundo acto, Peter decide escapar y no encender este impredecible misto. Para ello, se sienta plácidamente en un banco de Central Park para terminar de leer, el también anodino libro, que acaba de editar. En esto que aparece un tal Jerry (Dani Muriel) que lo aborda sin ningún tipo de miramientos para contarle sus siniestras aventuras. Una suerte de sombra, de alter-ego siniestro, del mismo Peter, que lo embauca, lo conduce a los infiernos pero que, en un ejercicio de voyeurismo, Peter, atormentado y lleno de culpable placer, lejos de huir, asiste a la abominación narrativa de los mundos de Jerry. Y que Dani Muriel desarrolla con una efectividad admirable y llena de verdad.  

Lo que no se habla, se seca

Con una puesta en escena sencilla y llena de metáforas, Curt Allen y Leticia Gañán (estudio Dos) “encierran” a los personajes entre paneles que los obligan a (no) comunicarse. 

En el centro, el banco, metáfora del espacio privado, que nos resistimos a compartir, “aunque haya espacio para ambos”. Y en el suelo, pasto amarillo, seco, la alfombra de animales enjaulados, aridez de lo que fue verdoso, lleno de esperanza y vida. Pero que ya solo pincha y seca gargantas que solo hablan. 

Nicolás Fischtel juega con las sombras, la penumbra y la claridad. Esta hace más evidente el amor seco presente de lo que en otros tiempos fue esperanza, humedad y pasión en la relación de pareja de Peter y Ann.

Todo coordinado con nuestro paisano Rubio, creando una mise-en-scène que evoca, más que ilustra, y que recorre espacios comunes de lo teatral, pero solo de puntillas, para crear nuevos significantes entre lo hablado, el movimiento y la disposición de los cuerpos del absurdo en lo humano.

Finalmente, el público se levantó poco a poco en el Gran Teatro mientras aplaudía al elenco y a los equipos artístico y técnico. Acabó en un abrasador abrazo, en forma de aplauso, lleno de amor en especial a nuestro Tejero, que regresa a, y parte de, Córdoba, diciendo al mundo escénico nacional que su madurez de actor teatral ha llegado mientras besaba el suelo de nuestro templo principal escénico.

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